4 diciembre, 2025

4 diciembre, 2025

Licencia para opinar

Códigos de poder/David Vallejo

Hace unos días estalló un pequeño debate entre egresados de la George Washington University en un grupo de WhatsApp. El tema parecía, a primera vista, un asunto técnico, aunque pronto reveló su fondo político y filosófico. China decidió que los creadores de contenido que hablen sobre salud, medicina, derecho, economía, educación o medioambiente deberán acreditar títulos, certificados o licencias profesionales antes de expresarse en redes. Las plataformas deberán verificarlos y solo después permitirán que el contenido circule.

La medida surgió con el argumento de combatir la desinformación que se multiplica con una velocidad que ningún regulador imaginó en la era analógica. Y de entrada puedo entender la preocupación. Las redes están llenas de afirmaciones sin sustento, interpretaciones sesgadas y consejos peligrosos que se disfrazan de autoridad. La desinformación ha generado pérdidas, engaños, tratamientos absurdos y verdades a medias que seducen porque invitan a entender el mundo a través de atajos. Han provocado también, tanto depresión como suicidios. Ese fenómeno sí merece atención.

Sin embargo, regular la conversación pública desde la puerta de entrada revela una inquietud más profunda. La idea de otorgar permiso para hablar supone que el conocimiento es un territorio cercado, una zona a la que solo ingresan quienes cargan con credenciales visibles. Esa visión elimina la intuición, el aprendizaje comunitario y la posibilidad de que una voz distinta cuestione al experto. Además, desplaza la responsabilidad intelectual del individuo a la burocracia tecnológica y política. Cuando el riesgo es limitado mediante silencios, lo que sigue es una conversación domesticada.

Existen otras alternativas. Mejorar la alfabetización digital, fortalecer los programas de verificación, premiar la evidencia, reducir la opacidad de los algoritmos o exigir claridad en la publicidad disfrazada de opinión. Todas estas estrategias construyen ciudadanía informada sin sacrificar libertades. El progreso intelectual siempre ha surgido del contraste y del roce entre posturas divergentes.

Al final de la discusión entre colegas terminé leyendo los comentarios con genuina alegría. Había argumentos sólidos, puntos ciegos, preguntas abiertas. Justo eso esperaba encontrar. En fin, las redes suelen polarizar porque su lógica premia la reacción inmediata, estimula el enojo, reduce la complejidad y convierte la conversación en una competencia permanente. La tecnología impulsa un entorno que alimenta certezas rápidas y castiga la duda, cuando la duda es la esencia de la filosofía y la democracia.

Hace poco me preguntaron sobre este tema mientras presentaba mi novela El Arquitecto de Sombras. Respondí lo que sigo pensando hoy. Creo en la fricción. De la fricción nacen las perlas y la escultura, como del debate nacen los argumentos y las decisiones razonadas, y de los cuerpos la vida. Esa fuerza que produce belleza también produce entendimiento. Y en tiempos de ruido digital, apostar por el entendimiento es una decisión profundamente humana y profundamente política.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA o la censura me lo permiten.

Placeres culposos: Mientras llega el nuevo libro de Ken Follet, vámonos con Cometierra de Dolores Reyes. Y desde luego los juegos de la NFL de Kansas vs Denver y Detroit vs Philadelphia.

El Buen fin llega…las cuentas después.

Crema de elote para Greis y Alo.

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