8 diciembre, 2025

8 diciembre, 2025

La generación huérfana de poder

RETÓRICA / MARIO FLORES PEDRAZA

Somos la generación que heredó la promesa de la democracia y recibió, en su lugar, un teatro de sombras. Nos dijeron que éramos libres, pero nacimos esposados al algoritmo. Nos dijeron que éramos el futuro, pero nos lanzaron a un presente disecado, donde los políticos ya no lideran, solo administran ruinas.

Nos duele todo. Nos duele el cinismo con el que se invoca la palabra “libertad” mientras se nos vigila, se nos segmenta, se nos explota con una sonrisa publicitaria. Nos duele vivir en una democracia que ya no es más que un holograma: una imagen bonita para turistas constitucionales, pero vacía por dentro. Lo que votamos no vale más que una reacción en redes. La voluntad popular ha sido secuestrada por los lobbies, por las mafias disfrazadas de partidos, por los algoritmos que diseñan nuestras opiniones antes de que podamos pensarlas.

¿Y todavía nos preguntamos por qué estamos anestesiados?
Vivimos en una época donde el liderazgo se mide por likes y la verdad se somete al engagement. Las urnas se abren, sí, pero no para elegir, sino para validar lo que ya fue pactado entre bambalinas. Todo está calculado: los eslóganes, los escándalos, los debates con cronómetro. La política ya no se escribe con ideas, se produce como un reality show. Y nosotros, espectadores crónicamente conectados, aplaudimos mientras nos hundimos.

Platón se revuelca en su tumba al ver que no gobiernan los sabios, sino los influencers. Nietzsche nos lo gritó: las democracias degeneran en simulacros donde se elige al más mediocre para que nadie destaque. Y Foucault ya lo sabía: el poder más eficaz es aquel que no necesita imponerse, porque ha sido interiorizado como libertad.
¿Dónde está el timón?

Este siglo XXI nos duele porque no tiene brújula. Porque hemos confundido ciudadanía con consumo, derechos con cuotas, justicia con equilibrios contables. Porque creemos que la democracia sobrevive mientras haya elecciones, aunque los candidatos sean distintos envoltorios del mismo contenido podrido. Y lo más trágico: porque hemos aceptado todo esto como “lo normal”.

No, no es normal que los jóvenes vivan peor que sus padres.
No es normal que la esperanza esté en fuga.
No es normal que la política sea una competencia de marketing entre cínicos con traje.
La democracia ha fracasado, sí. No por exceso de participación, sino por su conversión en un rito sin alma. Ya no gobierna el pueblo: gobierna nadie. Una red de intereses invisibles, de corporaciones que no rinden cuentas, de tecnócratas sin rostro. Nos gobierna el miedo, la distracción, el aburrimiento.

Y mientras tanto, esta generación carga con la lucidez maldita de saberlo todo… pero no saber cómo cambiarlo.

Somos los huérfanos del poder. No tenemos líderes que nos representen, solo actores que interpretan líderes. No tenemos proyectos colectivos, solo simulacros de futuro diseñados por consultoras. No tenemos épica, porque se nos robó la posibilidad de soñar sin ironía.
Pero aún queda algo. Queda la rabia. Queda la sospecha. Queda esa herida que no cierra y que puede, si se cultiva con rigor, convertirse en pensamiento. No en consigna. No en grito. En pensamiento.

Porque solo pensando, no reaccionando, podremos construir algo que no sea otra versión maquillada de esta farsa. Y si alguna vez te preguntaste si estás solo en este desconcierto, si sentiste que el mundo está en manos de nadie, si sospechaste que todo esto es un montaje… bienvenido. Estás despierto.
Ahora, que duela. Pero que duela con dignidad.

POR MARIO FLORES PEDRAZA

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