4 diciembre, 2025

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La brújula y el GPS – confianza vs técnica

RETÓRICA / MARIO FLORES PEDRAZA

Imagina que estás perdido en un bosque. No hay señal de celular, ni mapas, ni voz de Google que te indique el camino. Solo tienes dos opciones: una brújula y una persona a tu lado que afirma conocer la salida. La brújula es la técnica: precisa, objetiva, insensible. La persona es la confianza: subjetiva, falible, profundamente humana. ¿A cuál le entregarías tu destino?

Esta metáfora, simple pero inquietante, atraviesa nuestras relaciones sociales, laborales y políticas. Vivimos en una época que idolatra la técnica. Se valora al experto, al algoritmo, al protocolo. Nos dicen que la racionalidad instrumental resolverá nuestros conflictos, que la automatización garantizará la eficiencia, que los datos reemplazarán la deliberación. Pero olvidan una verdad incómoda: la técnica puede guiar, pero no puede vincular.

En las relaciones humanas, ya sean de amistad, trabajo o liderazgo, lo que nos mantiene unidos no es la pericia, sino la confianza. Puedes tener el mejor cirujano del mundo, pero si no confías en él, no te dejarás operar. Puedes tener al economista más brillante, pero si el pueblo no confía en sus decisiones, el sistema se colapsa. La técnica inspira respeto; la confianza, lealtad.

El problema no es la técnica en sí, sino su deificación. Hemos sustituido el juicio ético por el cálculo, la conversación por el procedimiento, la empatía por la interfaz. En la política, esto es trágico. Los líderes ya no son elegidos por su virtud ni su visión, sino por su capacidad de simular competencia técnica. Como advertía Platón, cuando el conocimiento se divorcia de la verdad y del bien, se convierte en manipulación.

Y sin embargo, también es cierto que la confianza sin competencia es peligrosa. No basta con ser carismático o bienintencionado: si no sabes qué haces, conduces al desastre. Rousseau confiaba en la bondad natural del hombre, pero Maquiavelo nos recordó que gobernar implica enfrentar la crudeza del poder. Confianza y técnica no son excluyentes, pero sí jerárquicas: sin confianza, la técnica se vuelve tiranía disfrazada de eficiencia.

En el trabajo, lo mismo: ¿quién no ha tenido un jefe técnicamente brillante pero emocionalmente torpe, que genera más miedo que inspiración? La autoridad real no proviene del manual, sino del respeto ganado en la interacción cotidiana. Y en lo social, esa confianza se construye no con certificaciones, sino con coherencia, palabra y escucha. Como decía Aristóteles, la virtud es un hábito, no un título.

El siglo XXI enfrenta una paradoja: cuanto más técnicas se vuelven nuestras sociedades, más frágil se vuelve el vínculo social. La desconfianza crece, el cinismo se normaliza, el contrato social se deshilacha. Porque la técnica puede calcular riesgos, pero no restaurar traiciones. Puede prever comportamientos, pero no sanar heridas. Puede imponer orden, pero no crear comunidad.

Por eso, si hoy tuviéramos que elegir entre la brújula o el compañero confiable en medio del bosque, la respuesta correcta no es técnica, sino moral: depende de quién sea. Porque en un mundo donde sobran aparatos pero escasea la virtud, el verdadero liderazgo no se mide por la precisión de sus instrumentos, sino por la solidez del lazo que sabe tejer con los demás.

La técnica sin confianza es fría. La confianza sin técnica es ciega. Pero juntas, y en ese orden, son la única forma de encontrar salida en este bosque denso que llamamos sociedad.

POR MARIO FLORES PEDRAZA

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