4 diciembre, 2025

4 diciembre, 2025

La decisión que definirá el futuro financiero de tu negocio

UNA VEZ MÁS/ JORGE ANTONIO REYES CRUZ

A lo largo de los últimos años, acompañando a emprendedores y pequeñas empresas desde la trinchera del día a día, he aprendido algo que parece obvio pero que rara vez se practica: las decisiones financieras no se toman en un Excel, se toman en la realidad de cómo vivimos, cómo administramos y cómo entendemos nuestro negocio. Muchos de los problemas que he visto no tienen que ver con la falta de ingresos, sino con la falta de claridad financiera. Y no hablo de dominar modelos complejos, tasas compuestas o teorías financieras. Hablo de conocer tu operación lo suficiente para saber cuándo estás ganando, cuándo estás perdiendo y, sobre todo, por qué.

Lo digo porque me ha tocado ver emprendedores que trabajan jornadas inmensas y aún así sienten que no avanzan. “Vendo mucho, pero no veo el dinero”, me han dicho varias veces. Y cuando revisamos más a fondo, encuentro siempre el mismo patrón: no hay un orden claro entre lo que es dinero de la empresa y lo que es dinero personal. Es una línea que parece insignificante, pero cuando no se respeta, termina confundiendo absolutamente todo. La empresa paga comidas personales, compras rápidas, algún gusto del fin de semana, o gastos que pensamos que “luego se compensan”. Y lo que sucede es que la distancia entre lo que creemos que ganamos y lo que realmente ganamos se hace enorme. Por eso siempre recomiendo dar el primer paso: separar las cuentas. No para sonar más profesional, sino para no engañarnos a nosotros mismos.

Cuando uno empieza a ver su empresa con esa claridad, aparece otro descubrimiento importante: no todos los clientes te convienen. A veces, por necesidad o por impulso, aceptamos proyectos que pagan poco pero consumen muchísimo tiempo. Y eso termina siendo un costo oculto que no aparece en el estado de cuenta, pero sí afecta las horas, la energía y la capacidad de atender mejor a quienes sí generan valor. Me ha tocado ver emprendedores que duplican su ingreso no encontrando nuevos clientes, sino dejando ir a los que no aportan. A veces, crecer no es sumar más cosas, sino quitar las que nos detienen.

Otro punto que considero fundamental es entender que no existe tal cosa como “no sé dónde se fue el dinero”. Siempre se va a algún lado, la pregunta es si lo estamos midiendo. Cuando una empresa crece, aunque sea un poco, necesita un presupuesto base por área: operación, administración, servicios, herramientas, marketing propio y lo que sea esencial para funcionar. Ese presupuesto se convierte en el corazón financiero del negocio, porque todo se empieza a evaluar a partir de ahí. No se trata de vivir limitado, sino de saber que si te pasas en un rubro, lo estás tomando de otro. Y cuando lo ves así, automáticamente empiezas a tomar mejores decisiones sin necesidad de ser un experto en finanzas.

También he aprendido que llevar control no es algo complicado si se implementa desde lo simple. No necesitamos sistemas sofisticados. Basta con registrar los gastos reales por categoría cada semana. Lo importante es la disciplina, no la herramienta. Porque cuando conoces tus números, las decisiones cambian. Dejas de sentir que trabajas a ciegas, dejas de decir “ojalá cierre bien el mes” y empiezas a decir “sé exactamente qué necesito para que este mes sea rentable”. Y esa sola diferencia impacta en la seguridad, la claridad y la manera en que crece un negocio.

Finalmente, algo que siempre comparto es que la salud financiera no se logra de un día para otro, se construye con pequeñas decisiones constantes. Ajustar precios cuando es necesario, eliminar gastos que no aportan, anticipar en lugar de reaccionar, valorar el tiempo propio como un costo real y construir una estructura que no dependa del desgaste personal. Todas estas prácticas no solo ordenan la empresa, también ordenan al emprendedor. Porque cuando el negocio está organizado, la mente se libera para pensar estratégicamente. Y eso, al final, es lo que más ayuda a crecer: tener la tranquilidad suficiente para decidir bien.

Si algo he aprendido en este camino es que un negocio sano no es el que más vende, sino el que mejor se administra. Y administrar bien no significa complicarse, sino entender con claridad lo que entra, lo que sale y lo que realmente queda. Cuando dominamos esa base, cualquier meta que pongamos hacia adelante deja de ser un sueño y se convierte en un plan alcanzable. Y para mí, ahí está la verdadera esencia de emprender: construir algo que crece contigo, no algo que te consume.

Por: Jorge Antonio Reyes Cruz

Facebook
Twitter
WhatsApp

DESTACADAS