CIUDAD VICTORIA, TAM.- El anuncio del derribo del antiguo inmueble perteneciente a los hermanos Medina, situado en la intersección de las calles 15 y Juárez, ha traído de vuelta la historia de estos personajes emblemáticos a la conversación de los victorenses.
Originarios de Cruillas pero establecidos en Victoria, Fidencio y Delia ocupaban el segundo y cuarto lugar entre los seis hijos de la familia Medina Garza. Su talento comercial era innegable, una aptitud heredada y cultivada por sus progenitores desde temprana edad.
La familia completa se componía de Juan, el primogénito; seguido por Fidencio, nacido el 22 de marzo de 1928; Rubén como tercero; y después las hermanas: Delia, Zoila y Alicia, la menor del clan.
Los Medina Garza representaban una excepción notable en el panorama comercial victorense. En una época donde el sector mercantil estaba principalmente controlado por familias de ascendencia libanesa, árabe, china y española—todas respetables y establecidas—, ellos destacaron como mexicanos emprendedores que construyeron su imperio desde cero.
Sus empresas más reconocidas incluían la Mueblería Medina, localizada entre las calles 13 y 14 de Hidalgo, y La Económica, un establecimiento de calzado y vestimenta ubicado en la esquina de 15 Juárez. El secreto de su prosperidad radicaba en su innovador sistema de ventas a plazos: prácticamente toda la población victorense mantenía alguna deuda con ellos.
Una expresión popular de mediados del siglo XX resumía esta realidad: «A Dios le debo la vida y a Juan Medina los zapatos». Era difícil encontrar a alguien que no vistiera prendas o calzado adquiridos mediante los créditos que ofrecían sus comercios.
El inicio del temor
Al finalizar los años setenta y comenzar los ochenta, Victoria experimentaba turbulencia social debido a movimientos estudiantiles radicalizados. Estos grupos, conocidos como «porros», operaban con total impunidad y generaban inquietud generalizada entre los habitantes, aunque sus objetivos políticos parecían definidos.
Durante este periodo, la responsabilidad de administrar los negocios familiares recayó sobre Fidencio y Delia.
Fidencio, de constitución delgada y forma de hablar característica, expresaba constantemente su preocupación por ser perseguido por estos grupos. Compartía estas inquietudes con Delia, su hermana, a quien cuidaba con devoción paternal y por cuyo bienestar trabajaba incansablemente.
Delia, de contextura robusta, prestaba especial atención a su apariencia personal. Quienes la conocieron—aunque muchos hoy prefieren mantener silencio sobre aquellos tiempos—recuerdan que siempre lucía impecable.
«Llevaba el cabello perfectamente arreglado y solía adornarlo con moños, razón por la cual todos la llamaban ‘la moñitos'», comenta una fuente que solicita anonimato y que frecuentaba «la esquina que domina», refiriéndose al negocio de 15 Juárez.
Sin embargo, las preocupaciones de Fidencio sobre posibles agresiones de los grupos violentos y delincuentes tenían fundamento real: sus propiedades aumentaban de valor conforme Victoria se expandía, y poseían una fortuna cuantificada en cientos de miles de dólares, documentada en registros del M. Bank Brownsville, Texas.
Una vida de huida constante
Colindantes con el Palacio de Gobierno, además de operar sus comercios, los hermanos residían en la esquina de 16 Morelos. Este inmueble permanece abandonado hasta el presente, con un letrero en grandes caracteres rojos que anuncia «Se Vende», indicando dónde contactar a los interesados—actualmente habitado por descendientes de la familia.
Conduciendo su Chrysler de último modelo, Fidencio y Delia transitaban diariamente desde el 8 de Abasolo hasta el 17 de Juárez, haciendo paradas en el 13 de Hidalgo y visitando raramente su residencia del 16 Morelos. El vehículo se había convertido en su almacén móvil: transportaban vestimenta, calzado, víveres e incluso aparatos eléctricos, descansando dondequiera que el agotamiento los venciera.
El inmueble del 8 de Abasolo, donde anteriormente funcionaba el Hotel Florida—propiedad suya—se convirtió en su principal refugio. Allí se atrincheraban noche tras noche para protegerse. Incluso clausuraron la operación del hotel para evitar posibles ataques. En otras ocasiones regresaban precipitadamente a su casa, ingresaban directamente al garaje y permanecían encerrados.
Testigos relatan que ocasionalmente aparecían automóviles nuevos, con mínimo uso y recién adquiridos, abandonados en las calles céntricas. Los hermanos Medina los dejaban tras supuestos ataques y al amanecer acudían temprano a las agencias para comprar otro vehículo. Poseían los recursos económicos para resolver estos inconvenientes, aunque paradójicamente, esa abundancia de dinero constituía su mayor problema.
Denuncias públicas y estigma
Su presencia en la opinión pública se intensificó cuando comenzaron a publicar cartas abiertas denunciando no solamente agresiones físicas de individuos desconocidos, sino también acusando ser víctimas de brujería, hechicería y ocultismo perpetrado por personas que no conseguían identificar, todos con el mismo propósito: apropiarse de su patrimonio.
En correspondencia enviada a los directores de periódicos locales y en conversaciones con conocidos, «La Moñitos» y Fidencio afirmaban ser acosados por «fuerzas malignas» y entidades demoniacas. Según ellos, sus adversarios incluían tanto personas vivas como difuntos y seres sobrenaturales.
El Ministerio Público desestimaba sistemáticamente sus denuncias al diagnosticarlos con trastornos mentales y esquizofrenia.
Esta situación los forzó a cerrar sus establecimientos comerciales, aunque mantuvieron su rutina cotidiana recorriendo las calles de la ciudad, escapando de sus miedos, presentando denuncias y supervisando que sus negocios siguieran generando ingresos, tanto por arrendamientos como por sus inversiones texanas.
Comerciantes del primer cuadro los describen como personas cordiales, de aspecto agradable y siempre dispuestos a saludar. «Transitaban por aquí diariamente, especialmente por la calle Hidalgo donde saludaban a todos. Es lamentable que repentinamente desaparecieron sin dejar rastro», explica Alicia Martínez, quien trabajaba en una boutique del centro hace más de tres décadas.
El pacto con el gobierno
El 29 de julio de 1987, establecieron un acuerdo con el gobierno del Estado para garantizar su protección.
La administración estatal se comprometía a resguardarlos, asignando la responsabilidad al director de Seguridad Pública, Raúl Flores Morán, según consta en publicaciones de la época.
Como contraprestación por esta protección, Delia y Fidencio transferían sus propiedades al pueblo tamaulipeco, bajo la condición de conservar el usufructo vitalicio. El convenio incluía edificaciones, terrenos y cuatro certificados de inversión valuados aproximadamente en ochenta mil dólares, además de los rendimientos que generaran.
El resto de la familia aparentemente asumió una postura expectante; nunca hubo en ese momento manifestación alguna respecto al acuerdo establecido por Fidencio y Delia con el ejecutivo estatal, aunque finalmente ellos eran copropietarios equitativos del patrimonio familiar Medina Garza.
Sin embargo, un día simplemente desaparecieron de la vista pública, tras insistir en las supuestas amenazas.
“Los Moñitos», como ya se conocía popularmente a estos hermanos, dejarían de ser parte del paisaje urbano de la entonces tranquila capital tamaulipeca.
El exilio y el final
Fidencio y Delia se trasladaron a Saltillo, Coahuila, desde donde emprendieron una batalla legal. Con la asesoría del notario Ernesto Flores Anaya, iniciaron un proceso judicial para anular el convenio mediante el cual cedían su patrimonio a Tamaulipas. Sus esfuerzos resultaron infructuosos; el litigio nunca prosperó.
Posteriormente, Fidencio falleció en Saltillo. Delia murió en Victoria el 9 de abril de 2003.
Zoila, su hermana menor, continuó la batalla legal para recuperar el patrimonio familiar, pero el 4 de mayo de 2005, un tribunal dictaminó a favor del gobierno estatal, confirmando definitivamente la titularidad de los inmuebles.
Horas después, un incendio de origen sospechoso devastó la denominada «Casa Filizola», el edificio valuado en más de 35 millones de pesos situado entre las calles 13 y 14 de Hidalgo, donde operaba la Mueblería Medina. Indirectamente se señaló a los familiares de Fidencio y Delia como posibles responsables del siniestro.
En 2016, la administración estatal entregó el inmueble restaurado, convertido en la Pinacoteca de Tamaulipas.
El Hotel Florida, con una superficie de dos mil 117 metros cuadrados, fue donado al Instituto de Acceso a la Información en 2008. El edificio de 15 Juárez donde funcionaba «La Económica» y la casona del 17 de Juárez permanecen clausurados y abandonados; únicamente el del 17 recibió una intervención de pintura por parte del gobierno municipal en 2015.
Staff
Expreso-La Razón




