La plaza, volcada de fritangas, risas y juegos- la plaza Juárez ombligo de la ciudad como marco urbano que en estos días de diciembre se desborda en los carretones del comercio ambulante y la aglomeración contrastada de una clase marginal y una arremangada clase media.
La plaza, el corazón de la ciudad envuelta en el volantín con los sueños de Navidad de los niños entre campanas de Belem Belem los pastorcitos cantan.
La plaza engarzada de globos, invadida por los chinos de las colonias de la periferia, chinos que no vienen de Shanghái, ni de Cantón pero si luciendo su esplendoroso contrabando de baratijas de ínfima calidad. Y uno se pregunta, –dónde están nuestros artesanos–, que puedan enfrentar esta invasión de productos chinos que deslumbran de neón. Plaza de bisutería, discos piratas, artículos para computadoras, entre hotdogs y churros, tan churros como los productos que han llegado desde Pekín, en un bosque de la china donde una chinita se perdió.
El carrusel carga la alegría de los niños durante Navidad y hasta el Día de Reyes . Los tamales explosivos, el atole, el champurrado nos hacen locos de contentos por la ciudad.
Ya no hay pregones ni pregoneros, mucha chuchería y un bosquejo flotante de la gente de la periferia ensamblada a las decenas de jóvenes, de bellas muchachas, en el grito de guerra de los besos y los apretones en las sombras y en las candilejas de los postes.
Nos salva el puesto del DIF, con sus voluntarias, y las amas de casa que han confeccionado magníficos productos navideños para una economía de casa tan necesitada.
Sin embargo, la plaza es la plaza, el sitio público consagrado por el orden urbano que nos permite respirar con libertad, retirarnos del agobio de malas noticias y sobre todo, sentirnos un poco libres de la violencia.
La plaza así es una oportunidad para ser ciudadanos y compartir las bancas, las mesas, el café y el champurrado amistoso de la plaza.
La plaza es la plaza, el bastión urbano por excelencia.
