CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Sentir por quince años el roce de la mano de su progenitor en el cuerpo, con afán de seducción, fue la pesadilla de Clara.
Hace unos meses se decidió a denunciar y su caso, junto al de su hermana Rocío, les convierte en las primeras mujeres en los últimos cuatro años que deciden dejar de ser víctimas para buscar la justicia a través del Instituto de la Mujer Tamaulipeca.
Ambas eran niñas cuando todo comenzó. Rocío era la mayor, su madre contraía nupcias por segunda ocasión y sus tres hermanos no aceptaban a su futuro padrastro.
Sin embrago, su madre, con ideas de sumisión y creyendo que sus hijos requerían en el hogar de una figura paterna, cambió sin pensar el mundo de colores de sus hijos, por la sombra de la violencia, las humillaciones y los castigos menos imaginados.
Rocío tenía nueve años de edad, cuando el padrastro borró su inocencia… sus hermanos menores vivían asustados y siempre golpeados.
Los abuelos maternos intentaron recoger a los niños, pero las amenazas del abusador podían más que las mejores intenciones.
“Él siempre decía que mataría a mi mamá, a mí o que lo mismo les iba a pasar a mis hermanos y yo lo creí, por eso nunca tuve valor de dejar sola a mi mamá o a los niños”.
El sacrificio de Rocío no se notaba, la familia cambiaba de ciudad, siempre lejos de familiares y cambiaban de domicilio para evitar la intromisión de los vecinos.
“Él aprovechaba eso. Estábamos solos, no podíamos pedir ayuda y nos presionaba al no darnos dinero para ir a la escuela o las necesidades personales”, dice Rocío.
Con el paso de los años nació Clara.
Rocío era para entonces una adolescente que cada día estaba más convencida que debería huir de casa y pedir ayuda.
Su madre no creía nada sobre los abusos sexuales a los que la niña era sometida y un día, decidida a defenderse, logra propinarle a su agresor una golpiza que llamó la atención de los vecinos y las autoridades.
“Pero cuando entraron a revisar, dijeron que no había ocurrido nada, negaron todo en mi casa. Yo creo que mis gritos se escuchaban hasta afuera y alguien habló a la policía. Llegó una patrulla. Yo esa vez estaba decidida a que nunca más me iba a lastimar y lo pude golpear en la cabeza, tan fuerte y con todo el coraje que yo podía sentir. Después de esto, y con mi hermano adolescente en la rebeldía de Secundaria, mi padrastro nos pidió que nos fuéramos de la casa. No teníamos ni a dónde ir, pero al menos estábamos lejos de él”.
Cuando Rocío partió, sintió que todo había acabado y que ella podría intentar una vida mejor. Sin embrago, la historia apenas anudaba los siguientes sucesos, pues el padrastro ponía sus ojos, sus manos y sus pensamiento bizarros en Clara, la hermanita de Rocío que apenas tenía 5 años de edad.
“Si me pregunta por mi infancia no recuerdo nada, sólo ese momento en que él abusó de mí. Por esa época yo iba al kinder. Pero uno no sabe nada de eso y él me decía que íbamos a jugar. Cuando crecí una vez estuve a punto de decirles a mis amigas en la Secundaria, otra vez casi lo decía en el CBTis, pero nunca me atreví, hasta hoy”.
El final de la historia llegó cuando Clara le confiesa a Rocío que su padre le había golpeado por no ceder a sus peticiones.
“Yo le creí de inmediato, porque yo lo sufrí, él era mi padrastro y él abusó de mí”, dice Rocío.
Alguna vez habían escuchado hablar sobre el Instituto de la Mujer Tamaulipeca, a cargo de Rosa María Muela.
Acudieron en busca de ayuda. El primer día se desanimaban al realizar el trámite normal, pero al segundo cuando narraron su caso a la licenciada Katy Zúñiga, vieron por primera vez un resplandor de apoyo.
En el Ministerio Público, la licenciada Gloria Carrizales trató su caso con respeto para las víctimas, la declaración se les tomó a solas y los agentes ministeriales, con nueva capacitación, les orientaron el día de la aprehensión de su verdugo.
“Cuando vimos que lo detenían, supimos que sí hay justicia y decidimos contar lo que nos ocurrió porque nos preguntamos cuántas mujeres o jóvenes pueden estar padeciendo esto en Victoria. No queremos que le ocurra a nadie más”, dice Clara, quien también estuvo resguardada en el albergue del Sistema DIF Tamaulipas, mientras se integraba la averiguación. “Uno de los días que discutimos, yo grabé a mi padre con el celular, esa era prueba a mi favor”, dice Clara, mientras seca una lágrima que resbala por su rostro de veinteañera. El rostro de una joven mujer que ignoraba que el delito de violación puede perseguirse aun cuando han pasado los años.
Pero esas lágrimas son por la niña de inocencia robada, ahora, la mujer en la que se ha convertido denunció y sabe que su agresor no estará por las calles nunca más.
Él está tras las rejas y frente a su hija y su hijastra, no tuvo más que decir: “Todo lo que ahí se dice, es verdad”.