CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- El frente frío número 30 está a la vuelta de la esquina, parece que casi paraliza la vida, las mujeres no lavan si hay llovizna; los niños no asisten a la escuela si la temperatura es menor a cinco grados, porque al menos así es la costumbre en Tamaulipas, donde no existe la cultura del frío por ser una entidad cálida durante la mayor parte del año.
A pesar de las inclemencias del tiempo hay otros hombres y mujeres que no se detienen, ellos no esperan las condiciones adecuadas para salir a luchar por la vida, se adaptan a las condiciones sin queja alguna, porque viven al día, del salario diario…
Efraín Martínez Coronado es uno de ellos, es dulcero desde hace 20 años, cada mañana vista de 12:00 a 15:00 horas las oficinas que se ubican al sur de la ciudad.
Tiene un horario propio para ir del Sindicato de Maestros a la Secretaría de Educación, DGETI y Tecnología Educativa.
Su trabajo lo hace a pie y se detiene en ratos en las escuelas públicas que encuentra a su paso.
“No me gusta el frío exactamente, pero es cuando me va mejor vendiendo”, dice mientras hace un pequeño alto en su recorrido.
Antes de él ya pasó Arturo, un hombre más que vende en los mismos recorridos.
“Para todos hay trabajo, somos tres los que vendemos por este rumbo, pero tenemos que venir antes de las tres, la hora en que la gente sale. Si llueve, pues nada más tapo con un plástico mis dulces y le sigo, afuera hay que aguantar el norte, pero nos va bien en ventas”.
El trabajo de Efraín va desde la preparación de cada una de su mercancía, la envuelve y está listo para la dulce jornada del día siguiente.
“Tengo 20 años en este trabajo, soy dulcero. Nosotros no perdemos ningún día, nos tapamos bien nosotros y tapamos los dulces, esos días procuramos andar más en oficinas que en la calle. Me cala el frío pero me beneficia”.
El día de Efraín comienza en ocasiones a las 4:00 de la mañana, sobre todo los días en que hay que preparar dulces regionales de leche, calabaza y chilacayote.
“Tengo hijas que aunque tienen su trabajo, venden dulces como quiera, digamos que es una entrada extra. Tienen la costumbre de vender y gracias a Dios de perdido hay para el gasto diario. Sí tengo mucho trabajo, me levanto a las cuatro, si es menos me quedo en la cama hasta las seis de la mañana. Yo amo mi trabajo y lo que más me gusta es hacer los dulces, cada vez que un dulce me sale mejor, yo me siento mejor”, dice orgulloso.
Los que no la pasan muy bien son los cantantes, esos hombres que visitan a diario los restaurantes de Victoria con su guitarra o su bocina eléctrica.
Y aunque todos le han visto, él prefiere presentarse como “La sombra de Vicente”, es de estatura mediana, con mostacho, usa sombrero y en época de lluvia sus pies le delatan en su andar.
“En tiempo de frío no trabajo, la garganta se lastima mucho con ese entrar y salir de los restaurantes, adentro bien calientito y afuera el norte. No, yo en este tiempo mejor me quedo a cuidar mis borregas en el rancho. Vengo a Victoria a cantar cuando me invitan mis familiares por alguna fiesta y canto para regresarme y no gastar lo que ya gané”.
Los lavacoches también sufren en esta temporada, aunque la experiencia les permite mojar el auto con habilidad, sin terminar ellos con la ropa húmeda.
“La ventaja de este tiempo es que nadie quiere lavar su carro en la casa porque se mojan, y si no tienen tiempo por alguna razón de llevarlo a lavar, pues prefieren que yo lo lave aquí en lo que ellos están en la oficina. Les cobro 50 pesos, a veces quieren que también los lave por dentro y eso es mejor para mí. Somos muchos lavando carros, unos están por el parque de Tamatán, los de la SEP y los de SAGARPA. Pero para todos hay trabajo, aquí todos jalan, hay que comer”.
Las lavanderías se saturan en época de invierno, los barrenderos, recolectores de basura y hasta repartidores de pizza deben recurrir al viejo truco del periódico en el pecho.
“Cuando uno va en la moto se siente bien feo el aire y aunque tengas el casco, pasa con fuerza por las orillas. Es menos que si uno no llevara el casco, pero como quiera se siente. Las chamarras que traen los repartidores de pizzas se me hace que sí están buenas, las de uno que reparte comida normal, pues no, porque es la chamarra que traigo de mi casa y siento feo, pero qué más que seguirle”.