El lanzamiento de las reformas “estructurales” fue promocionado con anuncios inapelables respecto del inminente despegue económico del país. A partir de las promesas del Ejecutivo, funcionarios y empresarios repitieron hasta el exceso que esos cambios eran la clave para lograr mayor crecimiento económico, inversión, empleo y hasta mejores salarios. Los organismos internacionales, autores en su tiempo del Consenso de Washington, alabaron el “momento de México”.
Hasta ahora el gozo prometido se ha hundido en el pozo de la ineficacia. En pocos meses se ha estrechado el mercado interno, incrementado la informalidad laboral, precarizado el trabajo, abatido los salarios y abonado a la migración y a la delincuencia. Pocas veces se ha incurrido, a tal escala, en contradicción entre la palabra y los hechos.
La economía mexicana generó el último año la menor cantidad de empleos desde 2006. La creación de plazas en el sector formal llegó a la escasa cantidad de 188 mil empleos, según el INEGI. En contraste con el mensaje oficialista, nuestro país forma parte de los cinco países de América Latina con las mayores tasas de informalidad. Advierte además la OIT que el 58% de la PEA se ubica en esas condiciones con diversas variantes de ilegalidad.
El Indicador de la Tendencia Laboral de la Pobreza evidencia la precarización del trabajo. El aumento de la tasa anual a 3.7% en el cuarto trimestre de 2014 fue consecuencia de la reducción de los empleos que pagan bien y la expansión de los que pagan mal. La disminución de la masa salarial sigue debilitando la capacidad de consumo al punto que, en el bienio 2012-2014, más del 53% de los mexicanos no pudo adquirir la canasta alimentaria con el ingreso de su trabajo.
La recuperación del mercado laboral es indispensable para reactivar la economía. Por ejemplo, el objetivo central de la administración de Obama fue “la aplicación de un programa económico emergente, centrado en la creación de empleo a través de la reindustrialización y del fortalecimiento de su mercado interno”. Con ello, la economía estadounidense ha logrado que su tasa de desempleo converja con los valores que tenía previamente a la crisis.
Dicha estrategia permitió durante 2014 que el consumo personal volviera a ser uno de los pilares fundamentales de su crecimiento, demostrando que “ningún país puede olvidar el impulso a las fuentes internas de desarrollo económico”. Así lo muestran también los casos de Alemania, Brasil y Corea del Sur, entre otros. Contrariamente a estas tendencias, los neoliberales mexicanos siguen pregonando que “nuestro mercado es el mundo”.
La caída del ingreso laboral es la principal causa de retroceso del mercado interno y, por ello, la causa mayor del estancamiento económico. La mejoría de las condiciones de trabajo que se prometió pareciera una falacia deliberada. El incremento de la pérdida del poder adquisitivo del salario que se acumula desde 1982, asciende ya al 65% en la remuneración promedio y cerca del 80% en el salario mínimo. Nuestro país ostenta el segundo nivel más alto de desigualdad en el ingreso: aquél que percibe el 10% de la población más rica es 29 veces mayor del que corresponde al 10% de la población más pobre.
Mejorar los ingresos laborales se ha convertido en una urgencia nacional. Es inconcebible que no haya sido puesta, por quienes se dicen de izquierda, como condición para signar otros pactos políticos.
La seguridad pública se encuentra también en juego. La juventud mexicana: estudiantes, trabajadores y desempleados viven mayoritariamente en condiciones degradantes. Diversos investigadores coinciden en que un número cada vez mayor de nuestros jóvenes opta por la delincuencia porque prefieren que su vida o su libertad se acorten siempre que puedan disfrutar de mayores ingresos.
Ante la evidencia del desastre, nuestras autoridades financieras reconocen ahora que el futuro de la economía mexicana “no es halagüeño”, lo que equivale a una retractación pública. Para ser congruentes, debieran proponer cambios radicales en la estrategia adoptada. Cuando menos, los actores políticos responsables habrían de exigirlo en la contienda electoral para responder al clamor de la sociedad.




