El calor ha empujado a los locos a la ciudad. Repujados de cobijas, almohadas y todo lo que colectan en su transitar por los pueblos los acomodan aquí. A lo locos y sus enseres que con este calor refriegan mucho más. Parece que nuestra indómita ciudad les cae bien a los locos porque se han incorporado nuevos, personas que no se habían topado nunca y que ahora aparecen en las esquinas, en los recovecos donde preparan cada noche sus recámaras.
Tener un loco enfrente, o en la frente es cosa de no aguantar a un cuerpo que «jiede» a todo lo que da. Estos locos de bolsa de sábana, que levantan cualquier cosa a su paso reparten urea por todos los confines céntricos de Victoria.
No son locos peligrosos, pero sí representan un peligro para las narices ajenas, porque reparten miseria.
Existe una gran necesidad de contar con una «loquería». Un espacio exclusivo para los locos que deambulan y que retuercen sus testas en cada parada.
El loco, al que apodan «El gusano», porque gambetea como gusano y es un tornillo en las banquetas, es un loco que requiere atención. Son los «usuarios» de la vida cotidiana, Usuarios porque así se les llama en los manicomios o centros de atención a enfermos mentales.
Que yo sepa, sólo existe la «loquera» de Tampico, donde he tenido la oportunidad de observarlos y hasta de convivir con ellos.
Hay locos que no están locos, o le hacen al loco para vivir mejor.
Es verdad, han llegado nuevos locos a la ciudad a repartir degradación y pobreza humana. Pero es necesario atender a estos loquillos que merecen una vida, si no mejor, sí un poquito más atenta, porque ya hay demasiado locos y al rato no vamos a distinguir entre los locos y los cuerdos.
Porque en verdad hay cuerdos que están bien locos. Pero no digamos nombres. Porque no pocos se van a ofender. Los locos y las locas. Locos de remate y de aparador, locos en tránsito y de esquina, al fin locos pero no pendejos…




