Como si fuera el fin del mundo, el tornado se llevó viviendas, autos, destrozando calles y botando anuncios espectaculares. Lo lamentable, las víctimas humanas, y las decenas de personas que quedaron sin hogar. Un fenómeno de locura del que no se tiene memoria en el siglo XX de Coahuila.
Como si fuera una cuchilla chispeante embolado en granizo, el tornado tomó por sorpresa a los habitantes de Acuña, hasta llevarlos a la histeria, al miedo por su fulminante devastación en 6 segundos.
Los cambios climáticos nos orillan a las grandes tragedias universales. Nos estamos tragando a la Tierra, haciendo tumbos con el agua, abriendo las capas demoniacas del Sol. La devastación es terrible, pero más terrible es la falta de conciencia sobre la devastación de la Tierra por una era industrial insaciable, por un estado de cosas donde hemos perdido la memoria de las cosas buenas de la naturaleza. Estamos acabando con la vida en cada árbol tumbado, en cada río desviado, en cada mar colmado de miseria industrial.
Somos víctimas de nosotros mismos. Víctimas del caos humano, víctimas de las ambiciones de poder y riqueza, víctimas inermes ante el poder de los elementos naturales transfigurados por el hombre.
El tornado nos debe poner alerta en Tamaulipas, donde no estamos fuera de los males del mundo. Alerta ante los cambios climáticos que una plaga mortal se une a las plagas de la maldad.
Seamos solidarios, pero también estemos con nuestros ojos pelones para ver y advertir el peligro en que se vive en esta era cibernética del siglo XXI.




