Contemplando el paisaje de sur a norte recorro con mi mirada las nubes que en el horizonre se hinchan azules y a lo lejos parpadean de negro entre centellas que disparan sus luces en los sembradíos de sorgo, en lomeríos de árboles que entornan nuestros ojos en el verde del paisaje.
Ha llovido a cántaros, como decían nuestros viejos y la tierra huele a la humedad que transpiran las raíces, las hojas muertas, y el hastío que ha dejado la nostalgia.
Y el paisaje de nubes en lo alto parece rémora de los árboles entorchados de palomas que juegan en el sorgo y el maíz, diezmando la cosecha.
Es Tamaulipas limpio en el paseo de nubes que acampan a nuestra vista al amparo de la lluvia que vaciada en la serranía ennoblece nuestra vista que acaricia los pensamientos a lo largo de mi tierra.
De Tampico, a Victoria, de Victoria a Reynosa, los cántaros se vacían trasparentando la tarde, mientras la carretera camina sinuosa y en acoso en la búsqueda de nuestro destino.
Las horas cansadas se reviven el verde del paisaje y los pastos amarillos y verdes el ganado hace escala como si fueran mantos con cuernos. El sorgo luce sólido, aclamado de orgullo en sus rojiza testa que los pajares cantan.
Es mi tierra desde San Fernando a Padilla, una fiesta de nubes que cercadas por los vientos que dejan caer sus arados de frescura en nuestra frente.
El paisaje es verde como la esperanza de que la inseguridad muera algún día de estos ante las maravillas de la naturaleza. Porque la esperanza es divina, desarmada por el crimen. Pero no podemos comprender todavía, que el miedo, el temor en las carreteras sea parte de este hermosos paisaje.