Según noticia existen por estos lares veinte mil perros y gatos, esto es una repartición homogénea de ladridos y maullidos. Muchos perros, muchos gatos que deambulan o pululan por este territorio janambre.
Gatos callejeros, perros callejeros, que toman todos los días los bastiones de basura, se pegan a las carnicerías y ventanean para que les caiga algo en la buchaca. Son perros que no muerden y gatas que no arañan, sólo quieren el pan de cada día.
Los tiempos de mascotas han brindado a muchos perros una vida de holganza, las gatas menean su coliflor a destajo y apenas abren los ojuelos para mirar a sus amos. Son gatos y perros bien güevones, gatos de hornato, que maullan de vez en cuando y que ladran también cuando se les antoja.
Hace unos treinta años, en los tiempos de oro de la Revista Siempre, Carlos Coccioli, un columnista de origen italiano escribía semana a semana sobre los perros y sus andanzas, y en algunas ocasiones sobre gatos. Pero su tema eran los perros a quienes les dedicaba una repertorio poético universal. Sin duda era un amante de los perros o los perros eran amantes de Coccioli, porque siempre tocaba a placer el tema de la vida de los perros.
En los Estados Unidos es vida costumbrista que tengan perros y gatos, al grado de que se dan de besos con ellos de trompa y de verijas. Y es común que los gatos trepen a la mesa cuando uno está endilgándose los sagrados alimentos. Y ellos, los sajones y latinos les gusta el gaterío en la mesa y por los rincones de la casa. Cambien a los perros les pegan sus besotes y les acarician los tenates.
Me ha tocado convivir con familias norteamericanas y es común que los gatos anden entre ronquidos a la oreja, gusten de andar en las mesas cuando uno está en el desayuno o en la cena.
A mí gustan los gatos ahora, cuando en verdad ni los pelaba. Pero no me gustan que trepen a la mesa ni que arrojen pelos a los platos y menos que se me enrosquen las verijas.
Mi gata Minerva, cumplió diez años de cautiverio. La festejamos con un pastel e invitamos a los perros de la familia. Una fiesta de animales, en el buen sentido del término.
Una vecina de postín, en el barrio del 18, acostumbraba a tener las tumbas de sus perros y gatos, con lapida y todo, se decían muchas cosas, cierto era que celebraban a la vida los perros y gatos de casa.
Si hay veinte mil perros y gatos, debemos de consular al TLC, para exportar gatos a la China, y perros, donde les dan machacuaz o sea les dan cuello como al chinito de los
millones de dólares que nunca supimos a dónde fueron a parar.
Muchos gatos y gatas, muchos perros y perras, cada día están más caras o caros.




