Subirse al tren de la modernización y la globalización puede ser muy atractivo; pareciera lo mismo, o casi, que entrar al primer mundo. Lo cual es parte de las grandes promesas que hemos recibido los mexicanos a lo largo de décadas y… nada. Porque si bien no parece posible evadir la globalización eso no quiere decir que a todos les vaya bien en ese baile, de hecho a cada vez menos. No obstante hay diferencias substanciales entre las distintas formas de globalizarse y por ello importa mucho hacerlo de la mejor manera.
Lo primero que hay que tener claro es que la globalización es a fin de cuentas unja estrategia de comercio internacional llevado a niveles intensivos. De este intercambio podemos desear muchos productos que no podemos producir internamente con la misma calidad o precio, pero no podemos olvidar que para obtenerlos será necesario exportar algo a cambio de e llos. A final de cuentas en todo intercambio las mercancías que uno compra se pagan con otras mercancías, las que uno vende.
Esta verdad milenaria no es tan evidente en la era de la globalización porque los grandes triunfadores de la globalización, los vendedores exitosos de productos manufacturados de alta tecnología, se convierten en rémoras a la hora de comprar.
Para explicarlo hay que referirnos a los principios de la globalización, cuando los vendedores de materias primas (minerales, productos agropecuarios y manufacturas sencillas e intensivas en mano de obra barata), que son muchos se volcaron a vender sus mercancías para, a cambio comprar bienes industriales que producen pocos.
La reconversión masiva a la exportación significó saturar el mercado internacional de productos primarios y abaratar sus precios. Por el otro lado la apertura a la importación de bienes industriales les creó una amplia demanda. El resultado fue lo que se denominó deterioro de los términos de intercambio y fue uno de los primeros efectos importantes de la globalización: los países productores de bienes primarios tuvieron que vender más producción a cambio de menos bienes industriales.
Los países avanzados pudieron comprar los productos primarios a países desesperados por vender para “modernizarse”, a cambio de poca producción industrial. Así que su interés exportador era mucho mayor que su necesidad de importar.
Lo que conocemos como globalización es tanto el resultado del auge exportador de los países centrales que exigieron y obtuvieron la apertura de las fronteras de los demás a sus exportaciones, como de lo que bien podríamos llamar un truco financiero para exportar mucho importando poco. Se trata de la expansión explosiva, tipo big bang, del crédito a su clientela.
Dando mucho crédito, transfiriendo capitales financieros, muchas veces bajo el nombre hipócrita de “ayuda al desarrollo” consiguieron crear la suficiente demanda para su producción sin tener que comprar una cantidad equivalente en mercancías.
Así la globalización creo una divergencia creciente en la riqueza y desarrollo de los países del planeta. De un lado los países industrializados, tecnológicamente avanzados e importantes prestamistas; del otro lado los países enfocados en la producción primaria, a la retaguardia tecnológica y con elites ansiosas de mejorar rápidamente su consumo y de un barniz de modernidad para el país mediante importaciones financiadas con crédito externo o mediante la venta del patrimonio nacional creado previamente. Para globalizarse sacrificaron sus avances previos.
Lo peor de este asunto es que en cada uno de los dos lados (prestamistas y endeudados) se generaron presiones en favor de la continuidad y profundización de su propio modelo. Los países manufactureros y exportadores exitosos obtenían mayores recursos del exterior que no emplearon para importar mercancías sino para prestarle e invertir en los países con menos desarrollo. De este modo podían vender aún más y generar un círculo virtuoso de exportaciones, ganancias y préstamos al exterior.
En contraparte los países que no eran de primer mundo sustentaron su maquillaje modernizador en la atracción de capitales externos y el ofrecimiento de mano de obra barata para crear enclaves industriales externos (en propiedad, tecnología, insumos y destino de la producción). Aquí también se creó una presión para otorgar cada vez más concesiones a cambio del capital y tecnología externos y para abaratar la mano de obra como base de la competitividad nacional.
Las dos formas de inserción en la globalización llevan a los países por rumbos distintos y contribuyen a la inequidad extrema en el planeta. Muchos de los países ubicados en la espiral de endeudamiento, desindustrialización y empobrecimiento están siguiendo esa ruta hasta el extremo del caos social y su desintegración.
¿Es posible cambiar nuestra forma de globalización y abandonar el déficit crónico en cuenta corriente (no exportamos lo suficiente para el pagar los intereses del capital externo), el endeudamiento progresivo y la desnacionalización productiva?
La respuesta es que es difícil pero no imposible. La industria japonesa era el hazmerreír del mundo por su mala calidad; pero sabían que era una etapa necesaria para evolucionar a potencia tecnológica. Corea del Sur salió del colonialismo, la guerra y la miseria para convertirse en potencia industrial. El caso más reciente y exitoso es el de China que en tres décadas se convirtió en la segunda potencia económica del mundo al tiempo que su población salió de la ignorancia y la pobreza extrema.
Para ello las dos decisiones esenciales son: instrumentar una estrategia de movilización y uso pleno del potencial productivo interno en dos vertientes principales, industrialización y producción agrícola. Puede hacerse mediante regulaciones de mercado interno y externo.
Lo segundo será importar solo en la medida en que podamos exportar y pagar la renta del capital externo; es decir salirnos de la vía del endeudamiento. Liberarnos de la falsedad y chantaje que afirma que solo con capital externo podemos crecer.
Crecer en base a nuestros muchos recursos y capacidades es la manera de escapar del proceso de desintegración social y violencia para substituirlo por una cohesión interna sustentada en una relación más equilibrada entre trabajo y capital.
Hay que enfrentar el diseño de un proyecto nacionalista de interés mayoritario a las propuestas de nuestras elites que han tomado el camino de negociar más tratados internacionales con sus iguales de otros países y no el del reforzamiento de nuestra democracia.




