CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Hace 40 años, un monstruo enorme se tragó al pueblo de Padilla.
Luego, vino el agua de la presa …y todo lo cubrió de olvido.
Desde hace 4 décadas, justo cuando empezó a llenarse el vaso de la presa “Vicente Guerrero”, provenientes de todas partes, llegaron agricultores que cargaban a sus familias y llenos de optimismo se asentaron en el naciente Distrito 086, para comenzar a sembrar campos labriegos, que se abrieron en tierras que pertenecen al municipio de Abasolo.
Al principio, los productores se sentían orgullosos de ser ejidatarios:
“Consentidos”, “apapachados” y de la mano de papá gobierno, habían hecho posible lo que parecía imposible: el añorado sueño mexicano.
Pero luego, cuando empezaron a ver con tristeza y desconsuelo -imposibles de ocultar en el rostro-, la manera en que las tierras se perdían por el salitre y el campo producía menos cada
vez, cayeron en razón, que el gobierno les había entregado ciertamente agua, tierra y tractor, pero a cambio, los había dejado solos y abandonados a su suerte.
Las parcelas donde esperaban cosechas abundantes de sorgo y de maíz, acabaron por darles insoportables dolores de cabeza.
Las tierras resultaron afectadas por la erosión. En otros casos, se llenaron de salitre y por si algo faltara a esta tragedia, aparecieron plagas nunca antes vistas como el zacate Johnson.
El campo se volvió improductivo y las magras cosechas, no compensaban la inverión.
La catástrofe agrícola redujo todo a una expresión: desastre.
Los antes orgullosos campesinos, fueron doblegados:
El lugar en que ahora estaban situados era incómodo y nada edificante. La historia, que antes les exaltaba, terminó acusándolos de ineficientes y holgazanes.
De ser incuestionables administradores de la riqueza, pasaron a administrar la pobreza y lo más duro que llegaron a ver con sus ojos, fue el momento en que los representantes del banco rural con facturas sin liquidar en la mano y notario público por delante, se presentaron a llevarse los tractores, trilladoras y aperos de labranza.
Ni con las tierras pudieron pagar.
LA ESPERANZA RENOVADA
Hoy, la región agrícola de Abasolo, vive una etapa diferente.
Los agricultores adoptaron técnicas de siembra modernas y en las tierras donde antes soltaban el llanto, hoy levantan abundantes cosechas que por lo mismo, no tienen precedente entre las siembras comerciales que se llevan a cabo en el país.
A diferencia de otras regiones, en este distrito hidráulico, donde antaño se enseñoreaba el olvido gubernamental, el compromiso de renovar la infraestructura hidráulica ha comenzado a tornarse en realidad.
Los gobiernos federal y estatal están haciendo posible el rescate de la palabra empeñada de modernizar los distritos hidráulicos, para terminar con la inoperancia en los centros de producción y transformar la agricultura en una actividad rentable.
El giro económico y productivo empieza a provocar confianza, considerando que todos los canales vertedores por los cuales desciende el agua almacenada en la presa y llega a las parcelas –indistintamente de la longitud que estos tengan– van a revestirse con pavimento y las compuertas que de tan viejas lucen óxido por todas partes, irán a parar a la basura.
La acción en su conjunto va a generar un manejo más eficiente del agua que va a traducirse en ahorros significativos que pueden superar el 50 por ciento del líquido que consume el proceso agrícola, asienta un comunicado de la Comisión Nacional del Agua.
Atrás quedaron para el anecdotario, relatos que guardan las señoras cuando se acuerdan de las ocasiones en que presurosas salían a esconder los “guercos”, para que no se los fueran a robar.
Técnicos de la SARH, provocaban escenas de pánico y terror cuando bajaban a las rancherías para comprar gallinas, cerdos y guajolotes con los cuales iban a llenar la despensa de los comedores que las constructoras tenían instalados en Abasolo, Nuevo Dolores, Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria, Allende y otros, pues se habían dejado correr versiones que la SARH estaba dispuesta a pagar hasta diez mil pesos, a cambio de un niño, al cual dejarían “emparedado” en la compuerta, para que sirviera de “guardia” en caso de inundación.
La leyenda decía, que en caso de que el agua de la presa llegara a niveles peligrosos, el niño iba a gritar sin parar, hasta que la gente fuera evacuada hacia lugares seguros.
ABASOLO: EL DESPERTAR
Según afirmaciones de Oscar “El Matón” Saldaña, la verdadera historia de la presa de Abasolo, pero, que está en Padilla, empezó a escribirse el mismo día en que ladraban tras las camionetas recién llegadas, perros que de tan flacos, daba la impresión que acabarían meneándose con sus propias patas.
Los perros en jauría, ladraron en forma tan escandalosa, que alborotaron a las gallinas que en despavorido vuelo traspasaron la nube oscura de tierra y polvo que levantaron a su paso los vehículos que en número rebasaban las diez y que fueron a estacionarse luego, enfrente de la vieja casa del poniente de la plaza, que era entonces el lugar justo donde despachaba Rogelio Gaza, el presidente municipal.
“La que se armó entre Rojitas y los recién llegados”, comenta el narrador Oscar Saldaña, “El Matón”, quien nada más se acuerda y hasta parece que las carcajadas lo van a reventar:
“…El representante de la constructora ICA y Asociados se presentó ante el Edil y le dijo de manera respetuosa: vengo a informarle que el Presidente de la República, el licenciado Luis Echeverría, nos encargó construir la enorme presa “Vicente Guerrero” donde se va a almacenar el agua con la cual se van a regar todas estas tierras y todo lo que es monte y está de pie, lo vamos a transformar y va a terminar convertido en enorme maizal.
En señal de que vamos a ser muy buenos amigos, -seguía diciendo el representante de la ICA- convenimos en que todas las compañías le vamos a pavimentar gratis y a la voz de ya, la calle principal…
Hasta ahí lo dejo que hablara…
“¡Cómo que pavimentar! estalló Rojitas. Y ya no se detuvo, al ver la polvareda y el despiporre que hacían las camionetas. “Pavimentado, entonces sí va a terminar matándome las gallinas. ¡No señor, aquí no pavimenta ni la principal, ni ninguna otra calle!…”
“Pues de que el burro dice no paso y la mujer me caso, …vas a creer”, dice “El Matón” que no paraba de reír, “que los señores de la ICA no pudieron pavimentar ninguna calle mientras tuvieron a Rojitas enfrente. Pero eso sí, en los patios de las casas, podía verse a las gallinas que de gordas ni se podían parar”.” Hasta ahí la inverosímil narración de Oscar Saldaña.
EL “PRESIDENCOCA”
A los 99 años de edad, don Rogelio Gaza entiende que a Oscar Saldaña no se le va a quitar lo socarrón y con una sonrisa que escapa de su boca, asiente y disculpa de su amigo lo irreverente.
No se cansa de contar las cosas a su manera, dice Rojitas, como hoy le conocen sus amigos, para disculpar a s amigo.
“…Es verdad, yo le di la bienvenida al municipio de Abasolo, a todas las compañías que desde 1970 comenzaron a llegar para construir la presa Vicente Guerrero, pero la verdad es que los gerentes de las compañías se presentaron a mi oficina por mero acto de cortesía, pues en realidad ellos sabían perfectamente a qué cosa venían y sabían perfectamente cómo lo tenían que hacer”, apunta.
Yo era un humilde presidente municipal, dice sin falsa pose, pues no se olvida que era entre los alcaldes existentes en Tamaulipas, quien tenía como origen ser un modesto trabajador de la Hacienda Los Morales.
El salario que recibía Rogelio Gaza del Congreso del Estado durante el periodo 1969-1971 era de apenas 150 pesos al mes y para complementar el ingreso necesario para mantener a su familia, dedicaba el tiempo a vender refrescos de la Coca Cola entre los trabajadores de las distintas compañías establecidas en Abasolo, Nuevo Dolores, Guadalupe Victoria, Allende y La Esperanza en donde se llevaban a cabo desmontes y se construían nuevos pueblos.
Gracias a esta actividad que debía de ser secundaria, pero que en realidad era la principal, Rogelio Gaza alcanzó celebridad porque se le llamaba afectuosamente “Presidencoca” y él consentía en ello.
“Ya ni la amuela Presidencoca, usted en lugar de vender sodas, debía de andar en Victoria buscando beneficios para el pueblo”, le decía una amable mujer.
“¡Cállate Chata! si lo que ando buscando son tres cajas de envases que se me olvidaron y ahora no recuerdo a quién se las dejé”, respondía.
A unos cuantos meses de cumplir un siglo de edad. Con casi cien años en la espalda tiene presentes esos momentos en que la pobreza campeaba en la región y defiende su postura: es que yo ganaba más vendiendo refrescos que desempeñando el cargo de alcalde. Es más, yo nunca le dije a nadie que quería ser presidente municipal.
Y lo explica en sus palabras:
En ese tiempo nadie quería ser Presidente municipal: fue un buen regalo que mis amigos me hicieron, aunque en realidad yo nunca se los agradecí.
PRESIDENTE CON SUELDO DE ALBAÑIL
Al alargar el diálogo, explica que la persona en quien habían pensado postular, estaba imposibilitado porque era un pasaporteado y traía acta de nacimiento de los Estados Unidos.
“Entonces pensaron que yo podía ocupar el lugar de ese candidato y todos mis amigos se fueron hasta la Hacienda de Los Morales donde yo me encontraba y ahí estuvieron ‘dale y dale’ sin que yo diera el brazo a torcer y si al final terminé aceptando, fue porque me explicaron que ya se habían adelantado y sin consultar conmigo me postularon y hasta mi nombre lo habían publicado en el periódico oficial. Ya no había remedio. Acepté ser el presidente de Abasolo, a condición que me comprendieran y me dejaran trabajar para poder mantener a la familia”, dice.
Hasta antes de construirse la presa Vicente Guerrero, el trabajo de Presidente municipal era considerado tan poca cosa en el municipio de Abasolo, que nadie lo quería desempeñar. El último que lo había hecho fue un amigo de “Presidencoca” llamado Raúl Ortiz Ortiz, un campesino avecindado en el ejido La Esperanza, hoy NCP Adolfo López Mateos, a quién correspondió gobernar en el periodo 1966-1968.
Cuando han transcurrido 48 años, Raúl Ortiz, dice que todavía se siente muy orgulloso de haberse desempeñado como Presidente municipal, porque eso le dio la oportunidad de contribuir al desarrollo de esta tierra pródiga y generosa que se llama Abasolo.
Con sentimientos no definidos, porque no se sabe si se trata de nostalgia, pesar, o impotencia, don Raúl Ortiz explica que durante su mandato solamente le entregó al municipio de Abasolo una sola obra, que fue el Centro de Salud “y solo pude entregar una obra porque la arena quedaba muy lejos: el asunto es que había que ir hasta un arroyo y traerla”.
Cuando mira la cara de sorpresa que muestra el entrevistador aclara:
“No piense que está escuchando mal, dice; sucede que en ese tiempo, el presidente era el encargado de hacer las obras, desde preparar la cal, el canto y pegar la piedra con sus propias manos. Es mi caso”, subraya con mucho orgullo.
Y puntualiza:
“Yo construí el Centro de Salud, aunque debo aceptar con tristeza, que lo dejé inconcluso, porque la arena había que traerla de muy lejos y el tiempo de plano no me alcanzó”.




