No entiendo a la dirigencia nacional del magisterio.
Tienen pruebas palpables de la descomposición que sufre la Sección 30 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, con sede en Tamaulipas. Un día sí y otro también, el gremio se sacude con denuncias, señalamientos y hasta bloqueos de oficinas.
La culpa, conforme a los propios maestros, descansa sobre los hombros de su actual Secretario General, Rafael Méndez Salas, quien –es evidente– ha convertido a esa agrupación en un símil de la bíblica Torre de Babel, en donde todos los implicados parecen hablar lenguajes diferentes y por la falta de entendimiento, reina el caos.
En honor a la verdad, no sé a ciencia cierta si el dirigente mencionado es, conforme a las acusaciones generalizadas, inepto y corrupto, pero de lo que no parece caber duda por el balance que sufre esa central laboral, es que sí posee dos antivalores. Uno: una enorme incapacidad para comunicarse y dos: una mayúscula negligencia, muchas veces mezclada con soberbia, para negarse a enmendar ese defecto.
El drama que vive el sindicato lo confirma.
Y es aquí donde aparece mi confusión. Si Rafael es quien polariza todas las desgracias de los profesores, ¿por qué en lugar de dejarlo en la Cámara de Diputados, donde con su indiferencia y lasitud haría mucho menos daño, el Ejecutivo Nacional de ese gremio lo obliga a retornar el liderazgo gremial tamaulipeco?
Una posible respuesta, confiada por un directivo de la misma Sección 30, ahonda mi falta de entendimiento, ya de por sí corto.
Conforme a esa versión, Méndez Salas fue regresado al sindicato, porque la unidad y cohesión del mismo vive uno de sus peores momentos. Tan profunda es tal percepción que en la virtual víspera del proceso electoral del 2016, el gremio ha perdido un considerable margen de maniobra ante el sistema priísta –partido y gobierno– para exigir espacios y canonjías a cambio de su apoyo en las urnas, directamente o a través del partido Nueva Alianza.
Este escenario es evidente y comprensible la preocupación, pero si el actual Secretario General ha asumido el papel de Caja de Pandora magisterial, de la cual brotan una enorme gama de males y penurias, ¿cómo va a poder resolver un problema que precisamente lleva su nombre y apellidos?
Tal vez tenga Rafael un don de conciliación oculto, tan oculto que no lo apreciamos a simple vista, pero si alguna posibilidad tiene este personaje de ayudar a su casa laboral y a su casa política, lo primero que debe hacer es tener la humildad suficiente para reconocer sus yerros y mostrar, así sea en forma circunstancial, que por lo menos es capaz de escuchar para tomar mejores decisiones.
Me recuerda el caso de Méndez Salas una valiosa lección de la sabiduría oriental, en forma de pregunta y respuesta, que alguna vez me tocó en suerte leer y que he procurado no olvidar:
¿Quién le puede quitar el collar al tigre?… Y la contestación: El mismo que se lo puso.
Rafael es el origen inobjetable de la inestabilidad sindical de los trabajadores de la educación en el Estado y de los estallidos de rebeldía docente. Fue él quien precisamente desde su llegada a la dirigencia le puso el collar de espinas que ha puesto furioso a ese tigre y por lo tanto, a él le corresponde liberarlo de ese castigo. Está obligado a hacerlo o a intentarlo al menos.
Tal vez sea esa lógica la que orilló al SNTE nacional a regresar a Méndez Salas a Tamaulipas, con todo y los riesgos que implica para esa agrupación. Si es que existe lógica en esa Torre de Babel ilustrada…
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