Desde hace varios días, una respuesta del Secretario de Educación Pública en el país, Aurelio Nuño, me punza en el magín. La expongo en este espacio:
A una pregunta expresa que le formuló un reportero sobre si también él, como responsable de la enseñanza masiva en México, se sometería junto con los profesores a una prueba para evaluar sus conocimientos, el funcionario contestó con una frase que encierra una gran verdad, pero también uno de los grandes vicios de la alta burocracia nacional.
“Yo no doy clases en un salón”, dijo el titular de la SEP. Palabras más, palabras menos.
Sí, tiene razón el Secretario. Pero sólo en parte.
Ciertamente el señor Nuño no es uno de los millones de maestros que enfrentan en un aula a una turba de mocosos o adolescentes día tras día. No está obligado en los hechos, a saber cómo se obtiene una raíz cuadrada, cuál es el principal río de Alemania o la conjugación de un verbo en tiempo copretérito.
Pero olvidó en su respuesta que él es el capitán de ese barco. Y como tal, también debería probar que tiene la capacidad para pilotearlo, definir su rumbo, aplicar disciplina a su tripulación, capotear huracanes y sobre todo, llevarlo a puerto seguro.
Sirve este pasaje como marco de referencia para lo que sucede con el resto del quehacer público en el orden federal, en donde los puestos y responsabilidades se asignan con alegre generosidad, en ocasiones al amparo de lealtades y amiguismos y en muchos casos sin la preparación para desempeñarlos.
No sé –e imagino que como su servidor muchos tampoco lo saben– cuán buen Secretario de Educación pueda ser Aurelio Nuño, quien unos meses atrás se encargaba de coordinar las labores de los demás titulares de áreas públicas. Nadie lo evaluó previamente para tener una idea de sus habilidades en ese rubro. Pero eso no es lo peor.
Los más grave para el país, es que el mismo escenario rige para todos sus compañeros de gabinete.
¿A alguien se le ocurrió aplicarle un examen a Rosario Robles para saber si podía manejar originalmente la Secretaría de Desarrollo Social y posteriormente la de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano?
¿Hubo una prueba de capacidades para definir que José Antonio Meade era el ideal para Relaciones Exteriores y después “brincar” a Desarrollo Social?
¿Tal vez Claudia Ruiz Massieu aprobó al inicio del sexenio una validación para dirigir a la Secretaría de Turismo y más tarde para encabezar la de Relaciones Exteriores?
Podría seguir escribiendo nombres, apellidos y cargos, pero en todos los casos la respuesta sería la misma: Nadie, como se le exige ahora a los maestros en forma totalmente justificada, ha tenido que probar nada. Ha bastado, como en los tiempos feudales, la palabra de un rey para asegurar que un hombre o una mujer son descendientes de un linaje superior y merecen por lo tanto distinciones no accesibles para todos. Sucede en todos los órdenes públicos.
Y por supuesto que hay excepciones en trayectorias y resultados. Existen casos en los cuales el responsable ha parecido o parece hecho a mano para cumplir sus tareas. Por supuesto que se debe reconocer a quienes han cumplido en forma digna y hasta brillante con sus encomiendas.
Pero la duda persiste:
¿No sería mejor darles una caladita previa para por lo menos tratar de saber si sirven para lo que se les pide hacer?…
¡FELICIDADES!
Feliz cumpleaños Pepito. Eres, como decía José López Portillo, uno de los orgullos de mi nepotismo. Dios te conceda siempre, hijo, las mismas bendiciones que trajiste a nosotros…
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