Los tres años del gobierno peñista que se cumplieron ayer son también el aniversario tercero del pacto político que instauró el presente gobierno en diciembre de 2012.
El acuerdo permitió una larga secuela de reformas que (nos gusten o no) habían sido propósitos truncos, metas insatisfechas, proyectos fallidos de los cuatro mandatarios anteriores: CALDERÓN, FOX, ZEDILLO y SALINAS.
Lo logró PEÑA porque se conjuntaron (1) el buen oficio de sus operadores camarales durante la primera mitad del régimen, GAMBOA y BELTRONES, (2) la capacidad negociadora del encargado en jefe de la política interior MIGUEL ÁNGEL OSORIO, pero, sobre todo, (3) la aquiescencia de las dos principales fuerzas opositoras (PAN, PRD) actitud insólita en el caso del Sol Azteca.
El pacto tuvo logros sobresalientes si consideramos que hubo renglones como el energético donde el principal partido de izquierda ofrecía (por principios y doctrina) serias resistencias a la participación del sector privado en hidrocarburos y electricidad.
GOBERNABILIDAD
El tema viene a cuento hoy, cuando medios y partidos vuelven a discutir una nueva reforma electoral que buscaría cumplir la promesa presidencial de eliminar 100 curules plurinominales.
Aunque también (y este es el motivo de mi reflexión inicial) se insiste de nuevo en la posibilidad de establecer una segunda vuelta electoral para la elección de Presidente.
La cuál (con algunas variantes) suele implementarse (por sistema) en una veintena de naciones del globo y (de manera circunstancial) en medio centenar más, cuando el candidato ganador no alcanza cierto mínimo de votos (a menudo, arriba del 50%).
Concepto que se conoce con el término francés de “ballotage” (castellanizado: balotaje) y que hemos visto en la reciente elección argentina donde el derechista MAURICIO MACRI quedó segundo en la primera vuelta pero sumó fuerzas suficientes para quedar primero en la segunda.
Superado por dos puntos en la ronda inicial, MACRI supo negociar el apoyo de los partidos chicos para rebasar al partido oficialista, que en un principio iba adelante.
Un sistema que, por cierto, no existe en la democracia estadounidense ni tampoco se practica en la mexicana, pero es común en países europeos como Francia y Portugal, o sudamericanos como Guatemala, Colombia, Argentina, Uruguay, Chile y Brasil, por citar algunos.
OTRO CAMINO
El argumento de quienes piden en México dicho modelo es que resuelve las competencias muy reñidas obligando a que los partidos conformen plataformas comunes cuando deban irse a una votación posterior.
Gracias a dichos acuerdos (insisten) se asegura la gobernabilidad, siendo factible cristalizar proyectos conjuntos sin tropezar con el poder legislativo, al lograrse mayoría para asuntos concretos, fijando metas desde la negociación preelectoral.
Cabe recordar que VICENTE FOX se pasó todo su sexenio quejándose del Congreso porque no le permitía realizar las reformas pertinentes, culpando al PRI y al PRD de ponerle (así decía) “un freno al cambio”.
Pero hete aquí que el sistema político mexicano posee singularidades que muchas veces le permiten sortear obstáculos a su propio ver y entender.
Lo que ni FOX ni CALDERÓN pudieron lograr, lo vino a realizar PEÑA NIETO, sin balotaje, sin segunda vuelta.
La explicación que ofrece el propio CALDERÓN es que el PAN ha sido una oposición más responsable que el PRI bajo su gobierno. Aunque esto no explica la colaboración del PRD.
La diferencia entonces estribaría en las capacidades del negociador central, la inteligencia política para lograr acuerdos con sus adversarios. Ahí, donde los equipos de FOX y CALDERÓN fracasaron, el grupo de PEÑA lo consiguió.
BUZÓN: lopezarriaga21@gmail.com
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