31 diciembre, 2025

31 diciembre, 2025

Crónica urbana

La tía Matiana

Crónica urbana

¿Te acuerdas, mamá, de la tía Matiana?

Trata de recordarla, bueno, dime, ¿Cómo era ella? Sí, la tía Matiana. Ya deja de mirar al espejo, para cuando llueva cúbrelo con una sábana. Y también, mamá, con las tijeras y San Isidro el Labrador, quita el agua y pone el sol.

Sí, porque la tía Matiana está allí, afuera. Mira cómo sonríe con esa sonrisa de Gioconda, con sus manos en cruz, guardando la mañana.

La tía Matiana madruga con el pocillo de peltre y café con canela. Y un bolillo duro que se retuerce en sus labios. Se sienta, erguida, con sus párpados caídos y las moscas rondándole los labios, sus gruesos labios de negra en canas. Su rostro de madona ha descubierto la mañana y el terciopelo del chipi-chipi adorna su rostro a los pasos del sol, de la húmeda mañana de olor a terracota. La tía Matiana era de Las Comas, ese caserío engomado de deliciosas comas que atraen a los cuervos y que chisquean a la muerte.

Nació en Las Comas, entre cuchilladas de henequén, en tierra polvosa, en una sarta de brujerías y engaños. La casa tenía colguijes de sapos, ranas, ajos, chile rojo, mezcla de barro y vara fresca y por las rendijas brotaban las manitas de los niños de ojos pelones que buscaban alcanzar la masa. Por eso estaban manchados de sus caras y regordetes de lombrices.

La tía Matiana no espanta las moscas que rodean su cabeza. Prendidas a su pelo encanado, y a su piel tallada por el ixtle y por la hamaca del tío Cruz. Se rasca el unto una y otra vez. Yo le digo, “Báñese, tía”. ”No, mijo”, me dice, “porque no estoy en uso”.

Se rasca la cabeza y brotan liendres y piojos que se hilvanan en el peine chino. Sentada en medio del patio, impasible ante la lluvia y el sol, con un vestido azul que le deja mostrar “sus vergüenzas”, en esos pechos grandes, caídos, de pezones negros como las comas y que casi arrastran a la cintura, el unto que soba y soba, a pesar de la molestia de las moscas.

Ese racimo de moscas como los frutos negros, pegajosos de las comas que se mojan en los labios gruesos de la tía Matiana, que plantada en el patio húmedo de la mañana atrae a los cuervos, esos cuervos negros que cantan a la muerte y que nos sacan los ojos de la cara.

¿Sí te acuerdas, mamá, de la tía Matiana sobando su panza con su cuello de colguijes y de yerbas espantando a la muerte?

La muerte retratada en el espejo, el espejo que sonríe con su cara de relámpagos cuando llega la lluvia mojada de nostalgia.

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