1.- Todos los individuos que practican el deporte del alpinismo sufren cambios en las alturas, y los estragos en su organismo son terribles, pues les falta el oxígeno, se les dificulta la visión, pierden la memoria, y con frecuencia llegan a la asfixia y a la congelación.
2.- Así es como se presenta el llamado “mal de montaña”, que también afecta a los gobernantes, aunque con síntomas diferentes. Por ejemplo: cuando esta grave enfermedad ataca a un gobernante en las cumbres del poder, lo primero que pierde es la memoria, y olvida que es un simple servidor del pueblo y que a él le debe rendir cuentas claras de sus actos.
3.- Otras de las complicaciones que se padecen en las alturas del poder es la de la sordera, y el gobernante deja de escuchar los lamentos, quejas y protestas del pueblo, para sintonizar sus oídos solamente en la frecuencia modulada de las lisonjas y las alabanzas. Se vuelve adicto ha leer exclusivamente los elogios apastelados de las plumas dulces y cariñosas.
4.- En grados avanzados de esta anormalidad, los gobernantes empiezan a ser poseídos por el “síndrome de la sabiduría” y amanece un día sospechando que se ha vuelto sabio, por lo que de inmediato exige que se le entreguen los diplomas y pergaminos que lo acrediten como experto e infalible, y todos los cortesanos aúllan de felicidad ante la aparición de tan grandioso milagro.
5.- El más grande trastorno de la “enfermedad del poder” es la sensación de eternidad. El gobernante sueña, delira, sufre alucinaciones, y empieza a creer que es tan eterno como el PRI. A partir de ese momento, extravía todo sentido de la realidad y la pérdida de la memoria, la sordera, la “sabiduría” y la sensación de la eternidad se acumulan, y provocan una severa crisis física y mental en el paciente.
6.- Por tan grandes enfermedades es que se divulgan algunos problemas del gobierno con un lenguaje que la sociedad civil no merece, ya que el abuso de una vaguedad permanente propaga la difusión del rumor y la perpetuación de los perjuicios, deformando y limitando, muy gravemente, la posibilidad de entender la verdad en los asuntos públicos.
7.- Lo grave de ese lenguaje confuso y deformador no consiste sólo en el vacío intelectual que inevitablemente produce, sino el hecho de que es un lenguaje autoritario que impide el razonamiento. Se explica a sí mismo y elimina el menor diálogo, puesto que se trata, en el fondo; de un idioma virtual y de signos, que se dirigen solamente a una élite social o política que cree poder adivinar cuáles son los designios ocultos del gobernante.
8.- El poder, sea cual sea su instancia, no puede acudir siempre, para cerrar el diálogo, a ostentarse como el único propietario de la verdad. Se requiere algo más para gobernar y una teoría de la lucha social para fundar las decisiones.
9.- Es indudable que ha llegado la hora de practicar un sentido de igualdad y democracia en el proceso político. El voto del gobernante y los militantes debe valer igual, y los “Votos de Calidad” y los “Grandes Electores”, deben quedar en el pasado. Los “servidores del pueblo” no pueden ser los “usurpadores de la voluntad del pueblo”, y las encuestas no deben ser simples máscaras que oculten los arreglos en lo “oscurito” de las cúpulas y los poderosos.