En la política como sucede con todo en la vida, el valor de una acción o de una decisión no se mide sólo por el dinero que se destina a ellas, los personajes involucrados o los grandes alcances que para los protagonistas pueden tener las mismas.
No, la trascendencia de esos actos se concentra en otro atributo. Se llama oportunidad.
Sin ese factor vital, no hay dinero que sirva por elevado que sea su monto y no hay sapiencia y aptitudes que se aprovechen. Si un movimiento no se aplica en el momento adecuado o no se habla en el tiempo correcto, su destino será en la mayor parte de los casos, un cesto de basura.
Eso es, lamentablemente, lo que hoy pasa con las declaraciones “valientes” de Ramiro Ramos Salinas, todavía líder del Congreso Local, en torno a lo sucedido en el aún reciente proceso electoral en el cual el PRI fue reducido en Tamaulipas casi a cenizas y cerró más de ocho décadas de poder estatal.
A contrapelo de su pastor político por varios meses, el ex candidato a gobernador Baltazar Hinojosa Ochoa, quien fiel a su perfil medroso de campaña se abstuvo ya derrotado de endosar culpas ni exhibir traiciones, Ramiro habló desde su natal Nuevo Laredo de deslealtades, ambiciones por un puesto público y –según él – compra de votos, en las elecciones del 5 de junio.
¡Qué valor político del legislador!… podrían pensar algunos.
Pero en realidad, qué poco oportuno o lo que es peor, qué oportunista. Y una pregunta surge natural en ese entorno:
¿Por qué no puso esas cartas sobre la mesa el diputado cuando se perpetraban esas puñaladas por la espalda al candidato Baltazar Hinojosa y podían haberse enfrentado y tal vez remediado?
Hoy, a toro pasado y cuando obviamente nada puede hacerse, acusa a fantasmas y señala al vacío en una crítica hueca y sin sustancia, porque su único valor en estos momentos podría haber descansado en hacer públicos los nombres y apellidos de esos malos priístas, pero a los cuales Ramos Salinas no se atreve a identificar porque, dice, “en el PRI
somos muy bondadosos”. Hágame el “refabrón cabor”, diría Catón.
Así, en ese entorno, flota una duda:
¿Gana algo el Partido Revolucionario Institucional con semejantes “revelaciones” de Ramiro?
El PRI nada, pero Ramiro sí. Por lo menos en sus afirmaciones se trasluce su objetivo real.
El rejuego del dirigente legislativo se transparenta cuando habla del papel del partido tricolor tamaulipeco a corto plazo y del futuro de sus integrantes en el terreno municipal.
En el primer caso debe el PRI, opina, ser una oposición crítica y vigilante de que se cumplan los compromisos “de los de enfrente”. La lectura, todo lo indica, es que trata de colarse a la presidencia priísta estatal, lo cual podría lograr ante la renuencia de otros protagonistas para enfrentar esa carga.
En el segundo, el de los municipios, por lo menos es totalmente claro y anunció que buscará la diputación federal por el Distrito de Nuevo Laredo o mejor aún, su alcaldía.
Son éstos para el PRI estatal, tiempos de tempestades y por lo tanto no abundan los héroes y tripulaciones que quieran capotear los vientos que lo azotan. Pero el verdadero riesgo para el navío tricolor no son los embates huracanados, sino que a falta de buenos capitanes, un grumete candidato al naufragio sea el encargado de pilotearlo…
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