La lluvia de terciopelo camina por las calles. Llega vestida de azul como torrente sobre las testas sólidas de los que esperan el cambio.
Es una lluvia ácida para algunos, regocijante para otros.
La lluvia siempre es buena porque quita las lagañas y la venda de los ojos.
Los cambios agitan las conciencias y los bolsillos.
Porque muchos ahuecarán alas, y dejarán espacios para otros nuevos acurrucados.
Es la etapa de los suspiros de los desdenes, de los adioses con lágrimas de cocodrilo y las añoranzas del poder que se va y los viáticos y compensaciones que pasarán a mejor gloria. La lluvia sin duda resbala y flota las conciencias. Remueve los fardos de la holganza, agita las «nachas» y los nachos.
Lluvia azul que arrastra a las nostalgias. Sin duda estamos ante un remolino de agua que emergerá con los cohetes de la patria. Al grito de banderas y colores, estallido de pólvora y fritangas.
Lluvia candorosa que refresca a la memoria para decirnos que somos seres humanos, débiles y fuertes.




