Hoy es la fecha. El gobernador Egidio Torre Cantú presenta el sexto informe, el final, de la administración que aún encabeza. Tal vez a la hora que usted lea estas líneas ya lo habrá hecho.
No se requieren dotes de vidente ni presunciones de analista, para adelantar que el cumplimiento de esta obligación constitucional será con seguridad, como sucede en los cierres de las administraciones públicas, sin importar su orden o competencia, un recuento de lo que se hizo y en contraparte, en una lectura entre líneas, de lo que no se logró hacer.
Al margen de la información que entregue o haya entregado este miércoles Torre Cantú al Congreso y a la sociedad en general, así como del dictamen que apliquen los tamaulipecos sobre este informe, en la opinión de su servidor vale la pena un intento de reflexión, sin alabanzas trasnochadas y sin ataques intestinales, sobre el balance de estos seis años.
No es mi intención ni deseo aventurar un juicio sobre ese período, sino intentar establecer en la humildad de mi condición de ciudadano, un escenario que
permita valorar a la luz de los hechos, lo que hoy vive Tamaulipas.
Si me permite, lo expongo:
Soy un convencido de que muchos de los problemas que registra y sufre nuestra patria chica después del sexenio que ya termina, serían los mismos o casi los mismos, con quien quiera que pudiera haber sido el gobernador.
En mi percepción, el nombre del mandatario hubiera podido ser José Pérez Sánchez, Quintín Sin Tierra o Perico de los Palotes. El saldo presente, me queda claro, no sería muy diferente al actual. La inseguridad dominaría prácticamente en los mismos rangos, el empleo hubiera sido igual de escaso y el crecimiento económico también sería de mediano para abajo.
Le diré el porqué de esta visión.
La explicación es la herencia negra que recibió Egidio en el 2010. Desde el primer día gobernó un Estado azotado por la delincuencia, con poco dinero y mucha desconfianza, que dio al traste con muchos proyectos de desarrollo y maniató gran parte del presupuesto al gasto dedicado a tratar de reducir a la ilegalidad.
Tratar, porque no lo logró, es evidente.
Y la gran pregunta surge natural:
¿Entonces si el gobernador hubiera sido Rodolfo Torre Cantú, Tamaulipas estaría en las mismas condiciones que hoy padece?
Dicen que el hubiera no existe, pero en el margen que deja en el terreno de la especulación, me atrevo a aventurar una reflexión.
Es muy probable que el escenario sería similar, con las complicaciones y con los avances –que los hay– parecidos. Pero con la misma convicción que sostengo esto, lo hago también con lo que hubiera sido la diferencia: el hombre.
Rodolfo era un ser humano excepcional. Su calidez y su trato personal, su disposición a ayudar y su sensibilidad social, lo convertían para muchos en alguien de la familia, en una persona cercana de quien podía esperarse siempre un apoyo en todos los sentidos. No escribo sobre las rodillas, difícilmente alguien podrá esgrimir un argumento en contra de esta definición.
La diferencia hubiera sido entonces, la percepción de que no estábamos solos, de que alguien más compartía con nosotros urgencias y esperanzas y por lo tanto la sensación de que podíamos esperar mejores tiempos. Y así, se avanza más.
No dudo que durante el sexenio de Egidio Torre Cantú se dieron logros, como lo señalaría en su sexto informe. Un estado que no se rinde ante las adversidades como lo hace Tamaulipas, es muestra de que se ha trabajado y que no se puede manejar como producto de la casualidad.
Sólo nos hubiera gustado a los tamaulipecos, me parece que muchos comparten esta idea, no habernos sentido solos durante un largo tiempo. Buena suerte, señor gobernador…
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