Tampico sigue siendo una especie de punta de ese juego infantil llamado “lo que hace la mano hace la cola”.
Unos días atrás –ahora se confirma que tenían razón– los empleados del ayuntamiento de ese puerto exigieron que les pagaran el aguinaldo por los nueve meses trabajados hasta el relevo del trienio. Hoy, ya se aceptó el riesgo de que por lo obeso de la nómina y los quebrantos financieros de ese orden de gobierno, éste no pueda pagar el total de esa prestación social.
Y nuevamente, Tampico no es el único caso aquejado por esas complicaciones presupuestales. En la mayor parte de las administraciones públicas de ese tipo en Tamaulipas, los ayuntamientos se convirtieron en los tres años cercanos –siempre ha sido así– en un asilo presupuestal para meter con calzador a cientos, miles de nuevos trabajadores que en un buen número eran innecesarios y muchos de los cuales de eso sólo tenían el nombre, porque en los hechos eran hijos, sobrinos, ahijados, socios, recomendados y una serie de etiquetas similares, que únicamente engordaban esas nóminas.
El resultado es que ahora no alcanza el dinero para liquidar beneficios laborales de fin de año como el aguinaldo y otros semejantes, lo cual coloca de entrada a los nuevos alcaldes sobre un polvorín laboral.
En los gobiernos priístas la costumbre era que el Gobierno del Estado saliera al quite y como príncipe encantador llegara al rescate de los ediles emproblemados para sacarles la olla del fuego.
¿Sucederá lo mismo ahora?
Falta poco para saberlo, pero esta situación arroja dos consecuencias. Las clásicas buena y mala.
La buena es que se cumpliera con los auténticos trabajadores y se les entregue un apoyo al cual tienen pleno derecho y forma parte básica de su economía navideña. Visto así, vale la pena acudir al auxilio de esos municipios.
La mala es que se continuaría con una práctica proteccionista priísta que ha cobijado históricamente negligencias y abusos presupuestales de muchos alcaldes, amparados en que siempre aparecería el “Chapulín Colorado” para defenderlos.
El problema para ellos es que ahora el uniforme rojo de ese personaje, es de color azul…
Verdades que matan
Es creencia popular que existen tres maneras de decir la verdad: una de ellas cuando se es niño pequeño; otra es cuando se está borracho y la otra, a la hora de morir.
En el tercer caso, no sé si la muerte política sea válida para aplicar esa sentencia, pero por lo menos eso es lo que parece suceder en el caso de la Procuraduría General de Justicia de Tamaulipas, en donde prácticamente a unas horas de dejar el cargo y supongo que también la nómina, el Director de Averiguaciones Previas de esa dependencia le colocó un par de banderillas monumentales a su jefe, el Procurador Ismael Quintanilla Acosta.
Ante los auto halagos de éste, que ha difundido avances y depuraciones en la carga de trabajo de esa fiscalía, el funcionario citado, Mario Constantino Trejo, tal vez por la cercanía de su despedida de ese escritorio, reconoció públicamente que existen cerca de 35 mil expedientes penales estancados, la mayoría por robo, en los archivos de la PGJ. La versión extraoficial habla de casi 50 mil.
Vaya matalote que en el terreno profesional resultó Quintanilla Acosta. Esas cifras son sólo un pálido reflejo de este moderno símil de Atila –donde el huno pisaba no crecía hierba y donde lo hace Ismael no queda ni un dólar– y en los días sucesivos con seguridad surgirá una cascada de anomalías que le quitarán el sueño a Quintanilla, que como Procurador resultó muy buen pastor de ritos anglicanos.
Como prueba, aún resuenan en su todavía oficina, los ecos de sus cánticos…
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