Lo que reina en el PRI es el descontrol y la incertidumbre. A estas alturas, nadie en el ámbito local ni nacional saben a ciencia cierta qué va a pasar en el Comité Directivo Estatal, tras la renuncia de Rafael González Benavides.
El 21 de septiembre Enrique Ochoa Reza vino por primera y única vez a Tamaulipas en su papel de dirigente nacional del partido. En un encuentro informal con Rafael González Benavides, sus secretarios y otros priístas como el mismo Eugenio Hernández Flores, prometió dos cosas y no cumplió ninguna.
Primero, que regresaría al estado en no más de 30 días y segundo, que antes de que terminara octubre habría renovación en el PRI tamaulipeco.
El 3 de octubre, Rafa presentó su renuncia formal ante la Comisión Política Permanente del Partido, dicen algunos, que sin contar todavía con la autorización de la cúpula tricolor.
Por estatuto, a partir de entonces el PRI tiene 60 días para lanzar la convocatoria de la renovación y de acuerdo a la costumbre, para esa fecha ya debería haber un solo gallo listo para ser ungido como el nuevo presidente del CDE.
Pero a estas alturas, a la mitad del plazo marcado por el reglamento priísta, la situación resulta frustrante para quienes están interesados en rescatar el barco.
Ochoa no solo no ha vuelto a Tamaulipas, sino que ni siquiera recibe en su oficina de la Ciudad de México a la presidente interina Aída Zulema Flores. Tampoco ha enviado algún delegado que pueda tejer acuerdos entre los diferentes grupos de la entidad para alcanzar una propuesta de unidad.
La inacción de Ochoa Reza desconcierta al priísmo tamaulipeco; su dirigente nacional, vapuleado por su liquidación de la CFE, obviamente tiene otras prioridades como buscarle pleito a Andrés Manuel López Obrador y tratar de lavar la cara del partido tras los escándalos de sus ex gobernadores ladrones.
Pasan los días y los operadores priístas, lastimados también por la crisis financiera que atraviesa el partido, se truenan los dedos y se rompen la cabeza para poner sobre la mesa un solo nombre que pudiera garantizar el apoyo de todos los grupos.
No existe, coinciden casi siempre.
A esa falta de consenso debe sumarse que más de uno de los aspirantes se bajaron ante la condición impuesta desde la Ciudad de México: nadie que aspire a una senaduría podrá ocupar el cargo.
Enredado como está el panorama, hay quienes deslizan la posibilidad de un presidente interino enviado desde otra parte de la República para cumplir con una transición ordenada.
En suma, al PRI tiene muchos más problemas que el mero hecho de haber perdido la gubernatura del estado. Lo más grave para ellos es que no aparece la luz al final del túnel.
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