Ya están los pies de diciembre y el alboroto comercial se trasmina en las calles que lucen los aretes navideños en el remolino de las compras asediadas por el alza de los precios. Y la escalada de temores propiciada por el triunfo de Donald Trump en las Elecciones de los Estados Unidos que en verdad conmociona las estructuras Políticas y económicas de nuestro país.
La Navidad encanta a los comerciantes que colocan al mercado presuntas ofertas y juegan con las ilusiones de los niños pobres y ricos en la felicidad transitoria que propicia la Navidad.
Nuestro espíritu cristiano se envuelve en la nube de ilusiones de toda la gente que anhela la paz en un mundo lejano y cercano a la fatalidad.
Los días navideños ya transitan por las calles en un año que termina difícil y que comenzara con expectativas.
Inciertas, ante los albores de cambios de política nacional de la cual no podemos sustraernos.
Los pasos de la N Aviada no solo anuncian la llegada de Santa Claus. Previenen la llegada de la figura de mayor esplendor en la civilización cristiana.
Representada por el Niño Dios, que conmueve nuestros corazones en la paz y el amor de Jesucristo.
El poeta de lo extraordinario que no puede bañarse en las bambalinas del comercio enloquecido y las ganancias de los mercaderes del espíritu.




