El anuncio de la cancelación de los programas de Joaquín López Dóriga, Adela Micha y Víctor Trujillo en Televisa revelan no sólo el fin de una época. No sorprende tanto el relevo generacional sino las ganas de darlo a conocer cuanto antes y en un frío comunicado. Por lo general estos anuncios van acompañados de fanfarrias y tamborazos para promover la nueva barra de programas y conductores que habrán de sustituir a los anteriores. Pero no fue el caso. A la televisora simplemente le urgía dar a conocer que se desembarazaba de los tres iconos que durante algunos lustros estuvieron entre los rostros más representativos del canal de las estrellas.
Tampoco creo que se trate de una vendetta personal. Más allá de que pudieran haberse acumulado piedritas negras en el bolsillo entre cada uno de ellos y la empresa, algo por lo demás natural considerando las muchas horas de exposición al micrófono que suman a lo largo de la semana y los consecuentes riesgos de provocar incordios y tensiones con las políticas del consorcio dirigido por Azcárraga. Particularmente porque todos ellos tienen o tenían espacios laterales en otras radiodifusoras, al margen de la televisora (durante mucho tiempo se dijo, con cierta razón, que lo que López Dóriga no podía expresar por la noche ante las cámaras lo hacía en su cabina de radio por las tardes).
Pero las razones de Televisa van mucho más allá de eso. El problema es que existe un desplome brutal de audiencias. A la televisión y a la radio les está pasando lo que experimentó la prensa escrita diez o doce años antes: una modificación radical de la manera en que el público consume los contenidos.
Los grandes periódicos han tratado de compensar la caída de sus tiradas en papel mediante la expansión de sus portales digitales. El Universal, La Jornada, Excélsior o Milenio cuentan con un gran número de usuarios online pero enfrentan dos grandes desafíos. Primero, que la información en la WEB es gratuita, lo que significa que los recursos que estos diarios ingresan por sus portales son mínimos comparados a la pérdida de publicidad en el impreso y en la venta de ejemplares. El resultado es un desplome de las finanzas de los grandes medios de comunicación. Desde luego este es un fenómeno planetario, no exclusivo de México.
El segundo problema es tanto o más serio y está emparentado con el que padece la televisión tradicional. Las nuevas generaciones tienden a desconfiar de las marcas de las generaciones anteriores. El tráfico en línea que poseen El Universal o La Jornada es todavía superior al tráfico correspondiente a Sinembargo.mx o Aristeguinoticias, por ejemplo (dos de los nuevos diarios exclusivamente digitales), no obstante los dos últimos provocan más impacto en las redes sociales debido a que sus notas son mucho más retuiteadas o posteadas en Facebook que las de los diarios tradicionales.
Los usuarios menores a 35 años, que son los más activos en la blogosfera, no suelen consultar la información mediante el despliegue de la página de inicio de un medio digital (sea nuevo o viejo), sino abriendo los enlaces de noticias y videos que sus amigos les transmiten a través de las redes. Dicho de otra manera, la mayor parte de la información que se consume hoy en día, y la tendencia va en aumento, es referencial.
Las televisoras enfrentan un desafío similar. Salvo para seguir los deportes, los millennials (entre 20 y 35 años de edad) cada vez ven menos televisión abierta. Y si bien las televisoras tradicionales se han defendido introduciendo sus propios sistemas de cable (como lo hizo la prensa con sus portales digitales), la aparición de nuevas plataformas tipo Netflix comienza a hacer estragos.
Más allá de que los sistemas de cable se mantendrán vigentes pese a todo, a las televisoras les queda claro que la verdadera batalla está en la producción de contenidos. En última instancia las compañías de cable son meras transmisoras que deben pagar cuotas crecientes a los generadores de contenido exitoso como Sony, Fox, HBO o ESPN, por mencionar algunas). La propia Netflix, originalmente una mera portadora, se ha convertido en una productora compulsiva de material de excelente calidad en los últimos dos años.
Lo cual nos lleva al punto de inicio. A Televisa le urge deslindarse de aquello que las nuevas generaciones desdeñan. El problema para el consorcio es un circo de tres pistas. Primero, construir barras de programación atractivas para los mercados populares de la televisión abierta, con el propósito de hacer más largo el inevitable ocaso de esta plataforma. Segundo, mejorar la oferta propia en sus sistemas de cable (SKY y Cablevisión) para que no todo el contenido atractivo deba ser comprado a terceros. Y, finalmente, desarrollar contenidos de calidad competitiva con Netflix y HBO para BLIM, su plataforma de renta mensual, que intentar competir por los auditorios jóvenes y de altos ingresos que ha perdido. Y desde luego, ni Joaquín, ni Adela ni Trujillo entraban en esos tres escenarios. La pregunta es: ¿y qué y quién sí entra?
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