Dos nombramientos entregados la semana pasada en el PRI nacional merecen, aunque sea a destiempo, una atención especial. Corresponden a dos Secretarías Generales adjuntas en el Comité Ejecutivo, en ese nivel partidista.
Uno se refiere al retorno de un personaje a la política nacional, aunque quizás en realidad nunca se fue. El otro, en donde la protagonista es una tamaulipeca, parece una señal en dirección al posible ungido como candidato de ese partido a ser nuevo inquilino de Los Pinos.
Usted ha leído o escuchado sobre el primero. Satanizado, adulado, querido y odiado, durante décadas ha capitalizado un enorme poder en ese terreno dentro del Partido Revolucionario Institucional y aunque sigue formalmente fuera de esa estructura, su presencia se percibe aún igual de sólida e influyente.
Su nombre es Manlio Fabio Beltrones Rivera, todopoderoso dirigente nacional del PRI algunos meses atrás y dueño de una larga trayectoria pública, hasta ser un tiempo aspirante a candidato tricolor a la Presidencia de la República. Hoy su presencia se refleja en otro nombre, Sylvana, su hija.
La diputada federal y hoy también dirigente priísta, es una de las mujeres más respetadas en la Cámara Baja. Hasta ahora, tiene el mérito de ser
la única oradora del PRI en ese recinto que no genera silbatinas ni abucheos cuando sube al podio. Es impresionante atestiguar el silencio que genera en esos momentos.
Con este nombramiento, si algún priísta sigue preocupado por la suerte de su partido en manos de Enrique Ochoa Reza, puede tranquilizarse. Lo expuesto indica que un “jefe” encubierto estará en el escenario tricolor, porque el ex senador, ex gobernador y ex diputado federal jamás dejará sola a su hija. Y si eso sucede, será para el PRI, sin exagerar, como recuperar un tesoro.
El segundo caso en esos nombramientos es el de la tampiqueña Mercedes del Carmen Guillén Vicente, en quien su apodo cariñoso de “Paloma” se ha generalizado tanto que se le adjudica como su nombre real. Aunque su carrera política y en el servicio público ha sido con un perfil exento de etiquetas –como ha sucedido en Tamaulipas– no es ningún secreto que gracias a su capacidad hoy forma parte sustancial del clan del Secretario de Gobernación, Miguel Angel Osorio Chong. El camino tricolor al 2018 parece que empieza realmente a pavimentarse.
Lo anterior, como cientos más de versiones, proliferan en todos los ámbitos. Lo cierto –y esto es lo importante para los simpatizantes del PRI– es que el Revolucionario Institucional empieza a mandar señales de que no se cruzará de brazos ante lo que casi todo México vaticina como su derrota electoral en el año entrante. Y eso, en el juicio de su servidor, es positivo.
¿Por qué?
No surge ésta apreciación por simpatía, sino porque los mexicanos necesitamos opciones electorales. Han sido tan decepcionantes los balances de los gobiernos del PRI y del PAN que estamos dispuestos a asirnos de un clavo ardiendo en la creencia de que eso nos salvará de caer en el abismo, aunque de cualquier manera nos quemará y acabaremos en el fondo. Eso es precisamente lo que sucede en el caso de Andrés Manuel López Obrador.
Sobre el tabasqueño penden más dudas y suspicacias que ropa de un tendedero, pero el desencanto ante tricolores y azules es tan brutal que el mandamás de MORENA parece para muchos una figura fuera de este mundo.
No puedo juzgar lo que no ha sucedido, pero si me atrevo a armar mentalmente un escenario populista con El Peje como presidente, me parece un riesgo altísimo para el país.
Ojalá que todos los partidos elijan como candidatos a sus mejores hombres o mujeres. Aunque puedan parecer casos perdidos, siempre será mejor para los ciudadanos tener, aunque sea muy en el fondo, la percepción de que tiene alternativas auténticas en las urnas.
Porque llegar a la Presidencia de México como un iluminado y no como un estadista, sería caminar en la cuerda floja…
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