Tras apenas dos meses, la presidencia de Donald Trump se ve peligrosamente a la deriva. Su primera gran iniciativa legislativa se derrumbó el viernes cuando los representantes republicanos abandonaron una propuesta de reforma sanitaria respaldada por la Casa Blanca, resistiéndose a días de presión y persuasión del propio presidente. Asesores que habían proclamado con confianza que Trump cerraría el acuerdo se quedaron lamentando los límites del poder del presidente.
«Al final, no puedes obligar a alguien a hacer algo», dijo el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer.
El colapso de la reforma sanitaria ya sería de por sí un demoledor rechazo a un nuevo presidente por parte de su propio partido. Y para Trump, la derrota asesta un golpe especialmente fuerte. El presidente que prometió «muchísimas victorias» en su campaña se ha topado por ahora por una sucesión de precisamente lo contrario.
Con cada revés y desvío crece la preocupación sobre que Trump, el forastero convertido en presidente, sea capaz de gobernar.
«No puedes llegar y arrollar a todo el mundo», comentó Bruce Miroff, profesor de política y presidencia estadounidense en la State University of New York en Albany. «La mayoría de la gente tiene una idea reducida de lo complicada que es la presidencia. Creen que el liderazgo consiste en dar órdenes y ser audaz. Pero el gobierno federal es mucho más complicado, antes que nada porque la Constitución lo estableció así».
El ambicioso programa que Trump prometió aprobar con rapidez se ha visto ahora bloqueado por el Congreso y los tribunales. Semanas enteras de su presidencia se han visto consumidas por crisis a menudo autoinfligidas, como su polémica y no demostrada acusación de escuchas ordenadas por el expresidente Barack Obama en su rascacielos de Nueva York.
Esta semana, el director del FBI confirmó que la campaña de Trump está siendo investigada por posible coordinación con Rusia durante la campaña electoral, una pesquisa que podría cernirse sobre la Casa Blanca durante años.
Los asesores de Trump dicen que parte del jaleo es de esperar con un presidente poco convencional y con pocos miramientos por las tradiciones de Washington. Rechazan la idea de que la Casa Blanca esté en crisis y señalan la bien recibida propuesta de Trump de que Neil Gorsuch se sume a la Corte Suprema. Piden paciencia, señalando que el gobierno está en sus primeros días.
Pero los traspiés iniciales pueden ser difíciles de superar, especialmente para un presidente como Trump, que comenzó su mandato con unos índices de desaprobación récord y ha seguido perdiendo apoyos desde su investidura. Según el sondeo diario de Gallup publicado el viernes, el 54% de los estadounidenses desaprueba su labor en el cargo.
Trump, poco interesado en los detalles legislativos, apoyó el plan propuesto por el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, y prometió a los líderes republicanos que invertiría su capital político en conseguir los votos. Así fue, y el presidente pasó horas al teléfono con legisladores, a menudo de madrugada y por la noche. Su equipo organizó veladas de bolera y pizza para parlamentarios republicanos en la Casa Blanca.
Sin embargo, la decisión de Ryan de retirar la iniciativa el viernes puso de relieve las limitaciones de Trump. Su poder de persuasión no pudo superar las objeciones ideológicas de los conservadores, que en sus distritos son más populares que Trump, ni el temor político de moderados reacios a asociarse a un presidente impopular.
Trump, que en privado ha arremetido contra su personal y en público ha atacado a los medios en otros momentos difíciles de su joven mandato, se mostró inesperadamente optimista en la derrota.
«Aprendimos mucho sobre el proceso de reunir votos», dijo Trump. «Para mí ha sido una experiencia muy interesante».
Con información de Vanguardia.