Curiosamente estoy en el aeropuerto de Monterrey que está en la ciudad de Apodaca, Nuevo León. Eso me hace recordar que el aeropuerto de Ciudad Victoria está en la ciudad de Güémez, Tamaulipas. Me contesto que esas dos comunidades fueron víctimas del Darwinismo Social, esa tesis que asegura que “el pez grande se come al chico”, y entonces me explico que por esa razón, Aeropuertos y Servicios Auxiliares, discrimina a esas dos comunidades.
Me lamento haber comprado un boleto para salir a Ciudad de México a las 23:40, pero el precio es bastante atractivo. Después de pasar varios filtros, llego al área donde están los restaurantes de franquicias de los EEUU. Me acuerdo del muro que quiere levantar el presidente Trump y me da rabia el entreguismo de ciertos regímenes gubernamentales.
Ya resignado, me siento en la sala de espera que está diseñada para eso, para esperar, y que nos digan a qué hora salimos cuando de pronto se escucha de entre las penumbras del silencio, una voz que nos anuncia que el vuelo lleva una hora de retraso. Usando toda mi capacidad imaginaria, le dirijo a la línea aérea una sarta de improperios, pero luego recuerdo que nada gano con enojarme porque el único perjudicado soy yo.
Entonces, me trató de acomodar en el asiento de lámina para dormitar un poco pero al rato me doy cuenta que fueron diseñados para que nadie pueda dormir con el ánimo que no sé de un mal espectáculo. En ese momento se me agolpa en mi mente la película “La Terminal” dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por Tom Hanks, donde por dificultades migratorias a un ciudadano iraní no lo dejan salir del aeropuerto.
Al no poder dormir, tomo el libro El apoyo mutuo del ruso Pedro Kropotkin, y me sumerjo en sus tesis que a veces contradicen un tanto a los célebres Darwin, Malthus y Lamarck, pero el cansancio me gana y no me deja leer. Entonces me levanto del asiento y me pongo a caminar sin rumbo fijo.
Veo a lo lejos a un afanador con un maltrecho y descolorido uniforme azul extrayendo la basura de los recipientes. Es un muchacho de no más de 20 años, excedido de peso y muy alto. Ya cerca me sorprende el maltrato de la piel de su cara. Me le acerco y sin querer observo sus maltratados zapatos y siento pena porque veo que están a punto de desintegrarse.
Le pregunto cómo está y me devuelve una sonrisa con cierto sarcasmo y me contesta: fastidiado: -pues aquí, jodido como siempre.
“No estás jodido”, le interrumpo tratando de motivarlo, “ tienes trabajo”.
-Esto no es trabajo, me dice sin voltear a verme. -Después de ponerme una friega todo el día, gano 800 pesos a la semana. El aguacate cuesta 90 pesos el kilo y la carne a 180 y de la corriente. No tengo carro porque no me alcanzaría ni para ponerle gasolina. En mi casa, no se come fruta nunca, -me dijo enfatizando la palabra nunca, como si me reprochara que yo si pudiera volar en un avión. -Ni hay para ir al cine y ni soñar con salir de vacaciones. Salgo a las 6 de la mañana y para llegar a donde vivo, tengo que tomar 3 camiones que tardan más de 2 horas y media para llegar.
Me quedo callado porque me doy cuenta que no tengo argumentos ni para contradecirlo ni para mitigar su pena.
-Vi que se le quedó viendo a mis zapatos -me dijo sin mostrar enojo. -Son de los más baratos, porque no hay para más. Es para lo que alcanza y los callos que me salen por lo duro que son, me recuerdan que debo trabajar más para poder salir adelante.
“¿Te puedo ayudar en algo?”
Pues en verdad no, porque no tengo estudios como para entrar a algún buen trabajo. Nacer en un casa sin papá y en una colonia donde no hay drenaje, ni agua ni luz, es una desventaja que sólo los que lo vivimos lo sabemos.
“Lo siento mucho”, le dije.
-Yo lo siento más, pero sobre todo cuando veo en la televisión que hay muchos gobernadores de todos los partidos que han robado mucho y que nos les hacen nada -me dijo al empujar su carro donde depositaba la basura y dejarme parado en medio del pasillo sin poder contestar.
Desgraciadamente tiene razón, me lamenté al escuchar que ya deberíamos abordar.




