El mundo entró en pánico al recibir la fatídica noticia. La frivolidad humana pudo tolerar males en el mundo como el hambre, las guerras y el inminente cambio climático (CC a Trump) pero no lo que todos leyeron con gran desconcierto: el aceite de coco -se anunció-, es malo y muy malo para nuestra salud.
Por casi una década las personas esmeradas en lucir una apariencia impecable utilizaron el extracto de la fruta tropical como si fuera el elixir de la eterna juventud. Mucha literatura «new age» se publicó sobre sus incontables beneficios.
Y sin embargo, bastó una publicación de la Asociación Americana del Corazón (AHA por sus siglas en inglés) para desmitificar al «todo milagroso» aceite.
En el viejo dicho ancestral, gran reflexión nihilista de nuestros antepasados transmitido por generaciones, reza la frase siempre acompañada de un melancólico suspiro: «Es la realidad que nos tocó vivir».
Y esa es una de las reflexiones más profundas del imaginario popular, deteriorada con el paso del tiempo gracias a las innumerables interpretaciones que se pueden dar a la realidad en un mundo infestado de versiones de todo tipo, desde las más sensatas hasta las más absurdas, gracias al avance tecnológico en las comunicaciones y al boom actual de las redes sociales, consideradas ya como la ventana más directa a la realidad.
Pero la las versiones de la realidad que imperan en las redes es tan sólida como las investigaciones que en un inicio daban propiedades milagrosas al aceite de coco. Son tan verdaderas hasta que son derrumbadas de un golpe contundente con el mazo fulminante de la verdad.
Y es que en la tierra de la esperanza, los liderazgos emergentes que imponen nuevas visiones de un país o de una sociedad, son los mismos que apoyan la disolución de una comunidad tan fuerte como la Unión Europea, o que llevan a una nación a su punto máximo en la apertura de los derechos civiles en los Estados Unidos con Obama, y que sin embargo, ahora retroceden una década al entronizarse una figura tan polarizadora como la de Donald Trump.
Tenemos el caso de una región latinoamericana con liderazgos progresistas duramente cuestionados por sus acciones populistas y los incontables escándalos de corrupción y autoritarismo que los rodean.
O el país del “Mexican Moment”, el de las reformas históricas como que trató de vender en un inicio Enrique Peña Nieto a los mexicanos y al mundo, sumergido actualmente en una de las crisis políticas más graves de los últimos 20 años. Las esperanzas se derrumbaron ante el empuje de la negligencia y la corrupción.
Y es esa constante evolución de la realidad, esa noción de un mundo tan inconstante es lo que mantiene a nuestras sociedades en una condición de vulnerabilidad sin precedentes.
Esa hambre de conseguir la verdad absoluta, una receta simple y de pasos sencillos para conseguir el tan anhelado porvenir, nos hace creyentes de falsos profetas que intentan dar solución a todos nuestros males con el simple agitar de una varita mágica.
Pero también nos hace temerosos de exigir un cambio al Status Quo si el camino a seguir es el más difícil. Un aspecto bien capitalizado por el
Establishment para mantener su hegemonía y el control total de las riendas de una sociedad. Tal como sucede en el contexto mexicano.
Cuestionar a la autoridad está prohibido. Proponer nuevas formas de hacer las cosas también y con un espectro de castigo más amplio.
La dinámica impulsada por Fox e impulsada por Felipe Calderón, ha permitido al peñismo hacer un juego perfecto con el lado más frágil de la condición humana en cualquier parte del mundo: el miedo.
La violencia producto de la lucha en contra de la delincuencia organizada nos ha llevado a vivir en un ambiente de terror por las grandes expresiones de brutalidad entre criminales.
En Tamaulipas por ejemplo, ha llegado al grado de señalar al hampa como la verdadera responsable de todos nuestros males. La corrupción, la impunidad y la nula noción de políticas públicas no son objeto de juicio.
Ese deseo de aplastar nuevas formas de hacer las cosas se aprecia con la nueva campaña que se ha orquestado desde Los Pinos en contra del Nuevo Modelo de Justicia Penal o del Sistema Nacional Anticorrupción.
Acusan a ambos modelos de no tener razón de ser y de entorpecer los procesos de la justicia.
Al nuevo modelo de Justicia Penal lo atacan por la forma tan rudimentaria en la que funcionan los ministerios públicos y las policías investigadoras.
Pareciera que las fallas de un Estado ineficiente las tiene que pagar un modelo avanzado y ambicioso que intenta proteger a las personas de cualquier afrenta a su debido proceso, a sus derechos humanos.
En el caso del Sistema Nacional Anticorrupción sucede algo similar. Esa terquedad del Estado Mexicano de no aceptar la necesidad que tienen las procuradurías de una completa autonomía del poder y de una urgente reestructuración de su personal y de su infraestructura, extravía los buenos propósitos.
Una batalla que al parecer perderá un intento por mejorar al país en aspectos tan básicos como lo es la procuración de la justicia.
Pero es parte de las realidades que se mantienen en juego tal y como sucede con algo tan simple como el aceite de coco.
De sus propiedades perjudiciales para el organismo detectadas por una comunidad médica que en su momento avaló el consumo del tabaco y cuando ya era un negocio colosal, culpable de miles de muertes y de millones de enfermos de cáncer, lo declaró un problema de salud pública.
Así es la realidad o las realidades que en la actualidad nos toca vivir.
Hisa, de nuevo a escena
Los apellidos Higuera Salazar son los que le dieron a la polémica empresa farmacéutica su nombre.
La empresa impulsada en un inicio por Farough Corcuera y Alejandro Higuera (a) el «Chicken» se ha consolidado como uno de los negocios más redituables para la clase política victorense y tamaulipeca, además de ser una estafeta que se transmitieron los gobernadores en turno.
Con la llegada de la alternancia, el panismo no quita el dedo del renglón para terminar con una red de intereses tejida por manos priistas, culpables de cuantiosos latrocinios.
Será interesante ver cómo termina la investigación a una empresa que bajita la mano facturó más de 6 mil millones de pesos.
Más interesante saber que de esa fortuna, un buen porcentaje se facturó en tiempos que Tamaulipas era gobernado por priistas que se dieron la habilidad de romper candados y brincar controles de gobiernos federales tan rígidos como el de Felipe Calderón.
El Chicken y compañía son tan sólo dos ejemplos de una larga lista de “hombres de negocios”, que hoy disfrutan de su fortuna en alguno de los paraísos mexicanos alejados de la inseguridad, sin preocupaciones y sin penurias. Simplemente están en el pleno goce tras despacharse con la cuchara grande largos años.
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