Es una especie de “déjà vu”.
La frase como muchos saben, significa en francés “ya visto antes” y se refiere a alguna experiencia que sentimos como si se hubiera vivido previamente.
En esta ocasión es una percepción que se deriva de un anuncio hecho público por un grupo de empresarios tamaulipecos que busca establecer en los reclusorios del Estado talleres para la manufactura de diversos artículos. Mobiliario de madera, procesados de textiles y en un segmento más sofisticado, armado de partes industriales.
La noticia es excelente y el beneficio aún mejor, porque además de permitir a los internos prepararse para reinsertarse en la vida productiva de su respectiva comunidad, también, de llevarse a cabo, les generaría ingresos con los cuales ayudarían a la subsistencia de sus familias.
¿Y por qué viene al caso la frase inicial de esta colaboración?
Le platicaré una historia de un caso específico.
Años atrás, al final de la década de los setenta y varios años de los ochenta del siglo pasado, el penal de Ciudad Victoria adquirió fama regional como sede de talleres de carpintería y ebanistería de alta calidad, manejados por hábiles artesanos de origen colombiano en su mayoría. Camas, comedores, salas, cunas, lo que usted pueda imaginar de madera se elaboraba en esa cárcel.
Buena parte de ese tiempo le correspondió la dirección del penal a Manuel Robles, uno de los íconos del anecdotario de Enrique Cárdenas González. Y tomó Manuel tan en serio su papel de ley que también se adjudicó el control de los talleres para quedarse como el que reparte el pastel: con la mayor parte.
Cuando le restregaban en la cara que estaba abusando de los internos, Robles acostumbraba responder con una frase que quedó para la historia: “A mí el patrón me dijo que me ponía aquí para que me ayudara”.
Ese es el antecedente de lo que hoy planean llevar a cabo los empresarios citados en primer término. Con seguridad son inversionistas de buena fe que pretenden como en todo negocio tener utilidades además de prestar un servicio social. Mi reconocimiento para los dueños de esos capitales.
Muy bien entonces sería necesario evitar que, como en el pasado, los reos que se integren a esas mini factorías sean también víctimas de quienes en la actualidad manejan los reclusorios. Y ya no son los directores, Eso queda claro…
Genio y figura
Me encontré ayer con la lamentable noticia del fallecimiento de la doctora en derecho, la tamaulipeca Martha Chávez Padrón. Fue una figura histórica para el Estado y para el país porque fue impulsora del valor de la mujer en la administración pública y en la política y su evocación me trae a la mente una anécdota inscrita en la picaresca tamaulipeca, con ella como protagonista.
Allá por 1976 Martha Chávez era candidata a senadora por el PRI. En su agenda del día le correspondía celebrar un mitin proselitista en Xicoténcatl, por lo cual le pidieron al alcalde Luis Enrique Rodríguez Sánchez, entonces un muchachón emergido de las juventudes tricolores, que organizara el acto en cuestión. “Pipo”, como lo conocen sus amigos, no sabía qué hacer por la premura del evento, así que llamó a su jefe de policía y le dijo que 15 minutos antes de que llegara la candidata soltara una balacera en la plaza para que se congregara la gente por el escándalo.
Así se hizo y cuando llegó doña Martha quedó encantada por tanta gente congregada. Se fue feliz, pero no faltó quien le dijera la verdad y en la siguiente ocasión que vio a Luis Enrique le dijo: “¿Usted es el alcalde de Xicoténcatl que me organizó el evento?”
Luis Enrique lo confirmó creyendo que le iban a dar las gracias. Y en lugar de eso escuchó un sonoro recordatorio maternal que aún resuena en esos lares.
Esa era la doctora Chávez Padrón. Muy culta, pero también muy entrona…
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