La arena estaba lista para la pelea. Las gradas repletas a reventar en un evento sin precedentes -histórico, le llamaban-, organizado por el Alcalde de Victoria, el Gobierno del Estado de Tamaulipas y el Consejo Mundial del Boxeo.
Don José Sulaimán Chagnón, hijo pródigo de una familia libanesa era el ejemplo de superación personal, un auténtica self made man, de los pocos que existen en un país sin oportunidades, y en ese sábado cuatro de abril hizo posible lo que casi nadie ha logrado: ser profeta en su tierra.
Era el Tamaulipas del porvenir y la Ciudad Victoria del progreso y la paz social como los discursos oficiales describían a la Capital de Tamaulipas.
El elenco era de lujo y una serie de peleas de trámite terminaría con la estelar entre el pugilista mexicano Édgar Sosa y el tailandés Pornsaean Popramook. El evento se llevaba a cabo en el recién inaugurado palenque de la ciudad, construido con dinero público y concesionado sin mayores trámites, por la pura gracia divina, al magnate cervecero Manolo Corcuera.
El rumboso evento organizado con el glamour de Las Vegas tenía como marco y motivo de celebración el flamante mega proyecto del Parque Bicentenario construido con bombo y platillo por la administración estatal y se sumaba a otra serie de obras espectaculares que pretendían convertir a ciudad Victoria en Capital de primer mundo: el controvertido Parque Bicentenario que incluía al recinto ferial y un conjunto de edificios de costos estratosféricos que ahora albergan al Congreso del Estado, el Archivo Histórico, el Registro Público y Vehicular y otras oficinas gubernamentales.
Era el prefabricado esplendor de una ciudad empeñada en insertarse en la modernidad con proyectos faraónicos que le hicieran superar y olvidar adjetivos producidos por la mordacidad de los propios victorenses que bautizaron a su comunidad como un “pueblo bicicletero”, aunque defendían con orgullo su condición de ciudad limpia, tranquila y amable como era… hasta entonces.
Al mega proyecto del gobierno para aplicarle a Victoria el maquillaje de la modernidad se sumaban otras obras magnas –así le llamaban los discurseros oficiales-, entre los que destacaron en Victoria el Parque Tecnológico, la Universidad Politécnica, así como los proyectos ejecutivos para ampliar las principales arterias de la capital tamaulipeca: el Bulevar Tamaulipas, o mejor conocido como «el ocho» y las ampliaciones a la Avenida Lázaro Cárdenas, también llamado el «Eje Vial».
Era el momento para Victoria como ciudad y capital del estado de dar el gran salto y salir del rezago que por años la mantuvo a la zaga, distante de otras capitales estatales como Monterrey, Saltillo o San Luis Potosí.
El grupo en el poder, una casta de notables victorenses que por mas medio siglo acumularon fortunas con negocios enraizados en el erario público, defendieron el proyecto modernizador que les abría la oportunidad de dejar un legado al estilo de los viejos emperadores pero sobre todo de administrar en su beneficio el crédito multimillonario que se consiguió para financiar las obras.
Por seis años –después vendría otro sexenio similar-, la ilusión de un porvenir de bonanza se respiraba en cada rincón de la capital tamaulipeca. El flujo de dinero se reflejaba en su boyante vida nocturna y la apertura de nuevos negocios, la construcción de las primeras plazas comerciales, el boom inmobiliario y la proliferación de nuevas tiendas de autoservicio, antros y restaurantes.
Se difundía a los cuatro vientos el proyecto de hacer en Victoria un cluster de tecnología con la sede de corporativos como Google y Microsoft en sus nuevas instalaciones de primer mundo inspiradas en el valle de Silicon, y la apertura del Hospital Regional de Alta Especialidad en una zona que hasta la fecha genera sospechas múltiples porque el negocio inmobiliario benefició solamente a apellidos ilustres de la ciudad que agandallaron enormes extensiones compradas a bajo costo a los ejidatarios de los ejidos El Olivo y Guadalupe Victoria, vendidas después carísimos al gobierno.
Pero los excesos dieron al traste con los sueños de grandeza. El dinero circulaba sin miserias ni controles y unos cuántos se repartieron en tajadas enormes del pastel de la fortuna. Victoria pasaba de ser un pequeño pueblito a la tierra prometida de un grupo reducido de beneficiarios.
Volvamos al evento boxístico. La pelea en la que Sosa defendió su título fue sólo la cereza en el pastel para que los gobiernos estatales y municipales pensaran que proyectaban la ciudad al Primer Mundo y no faltó el político tarugo que inocientemente trató de colgarse el mérito y alzarse como el Heraldo de los nuevos tiempos para una ciudad que -decía- daba un salto de la modestia provinciana al glamour de las grandes urbes.
El acomodo del público en las galerías retrataba lo que era y es Victoria: adelantito, en los espacios privilegiados, la “gente bien”, atendida sin miserias: whisky, buen tinto, champañita, delicatessen, para una burguesía que llegó ataviada con sus mejores prendas compradas en Brownsville o
McAllen.
El butaquerío era ocupado por los organizadores del evento y representantes de capitales nacionales y extranjeros y sus familias. Mano a mano los acompañaban el gabinete estatal, el alcalde de la ciudad y los invitados de honor, estrellas del boxeo y una que otra ex figura de los encordados que en sus días de decadencia venían a revivir unas horas de gloria y a ganarse unos pesos.
En la parte intermedia, más atrasito, los empleados de confianza, achichincles, amantes y concubinas.
Y en la parte trasera, separado por un considerable espacio de «retención» se encontraba lo que bien dijo la hija de Enrique Peña Nieto: «La Prole», los ciudadanos de a pie, la gente que vive del día al día.
El acomodo en las gradas invocaba a la forma que administraron poder y fortuna los dos sexenios del porvenir victorense: largos años de esperanzas que pocos alcanzaron, algunos añoraron y muchos más sólo soñaron.
Porque ese círculo pequeño de apellidos de abolengo que a finales del siglo XIX y principios del siglo XX llegaron procedentes del Medio Oriente o de la Madre Patria, fueron los ganones del porvenir anunciado debido a la red de corrupción que por más de una década tejieron y que después dejaron a la ciudad y al estado en la peor crisis de su historia.
Y aunque la inseguridad y sus excesos parecía que los destruirían, recibieron otra bocanada de aire para pertenecer seis años más en el poder.
Por eso aunque la ciudad se derrumbaba entre baches y la ingobernabilidad imperaba por las pugnas entre delincuentes, ellos nunca resultaron afectados.
Sólo sufría ese ancho grueso de la población mayoritaria que permaneció todos estos lustros alejada de la fiesta del poder.
Ahora con la transición de partido y de gobierno ciudad Victoria enfrenta un futuro incierto, con una infraestructura urbana en ruinas, una economía en crisis y el progresivo éxodo de miles de familias que huyen de la jodencia para buscar mejores horizontes.
Eso sí, en paralelo se extiende esa ciudad de nuevas plazas comerciales, nuevos fraccionamientos de primer mundo entre otros negocios que pertenecen a ese grupo de unos cuántos beneficiarios perpetuos del poder y de los bienes públicos.
Total como lo llegó a decir en su momento uno de los jerarcas de la familia Diez Gutiérrez, de las ganadoras en esta triste historia:
«Si la raza no protesta ni patalea…”.
Es una breve historia de esa pequeña élite que sobrevivió en la prosperidad durante décadas y que podría resumirse en dos palabras: la Cleptocracia Perfecta.
El dinosaurio se mueve
Más de seis meses duró el estado de shock dentro de la cúpula del PRI y en los últimos dos meses su reacción terminó en el choque de dos grupos.
Luego de superar el estrés ocasionado por la elección de Edomex y ganada la contienda, aunque por muy poco, llegó el momento para el CEN del PRI de reestructurar las dirigencias de todos los estados con miras al 2018.
Para reconfigurar a su partido, que en los últimos dos años sufrió daños irreversibles en su imagen por los escándalos judiciales, llegó el momento de purgar al partido y armar dirigencias con personajes poco señalados y sin ningún problema con la Ley.
En Tamaulipas al menos en percepciones, la elección de José Murat como delegado muestra a un PRI nacional decidido a imponer orden en la anarquía que aún perdura entre sus cuadros y a hacer valer a cualquier costo la voluntad centralista manifestada desde el Comité Ejecutivo Nacional.
Y ante los severos cuestionamientos que al menos en lo mediático se han formulado contra Óscar Luebbert y Sergio Guajardo, desde México han dado un golpe de timón: será una decisión centralista, incuestionable -de unidad le llaman-, y hay una fuerte presión para que ninguno de esos dos dirija el y ricolor, según información proveniente de fuentes del CEN.
Esta próximo el desenlace de esta larga y accidentada historia.
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