Casi por terminar el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, tuve una reunión de amigos en mi casa en Tamaulipas. Recuerdo que al calor de la fiesta, el tema de la política se dio con la vehemencia que ocurre cuando el vino hace efecto en los cerebros.
Varias personas que trabajaban en el régimen del Gobernador Manuel Cavazos Lerma, asistieron en virtud que uno de sus hermanos se encontraba entre los invitados.
El tema central era el futuro del presidente Salinas.
Unos vaticinaban que llegaría a la dirigencia de la recién creada Organización Mundial de Comercio, dependiente de la ONU y que sería recordado y reconocido como el mejor presidente de México. Apenas comenté que habría que esperar el juicio de la historia sufrí fuertes embestidas de muchos de los asistentes por mi atrevimiento.
Me dijeron que estaba equivocado, que no sabía nada de política y que Salinas seguiría mandando en el país a pesar de no ser presidente. Yo solo contestaba que era mejor esperar.
Argumenté que el presidente Salinas, al margen del trabajo social realizado por medio del PRONASOL, también había hecho muchos enemigos en el ejercicio del poder y que una vez que estos lo vieran sin la fortaleza que da el ser “dueño” de la voluntad de las fuerzas armadas, de la PGR y de todas las policías, otra cosa sería. Dije que los enemigos de Salinas no estaban del todo aniquilados y terminé al enunciar una frase que no está en el libro Don Juan Tenorio de José Zorrilla: “Los muertos que vos contáis, gozan de cabal salud”.
Todo inició cuando Miguel de la Madrid asumió el poder y llamó a Carlos Salinas a ocupar la desaparecida Secretaría de Programación y Presupuesto. En ese momento
inició el rompimiento con la clase política tradicional. Desde el mismo PRI, se dedicaron a marginar a la “viejos” y a crear la “nueva generación” que habría de gobernar 24 años, la que venía de las aulas de la Escuela de Chicago a imponer el modelo neoliberal para recuperar a México de todo lo que el viejo PRI había destrozado.
El problema surgió cuando eliminaron a Colosio, porque de pronto, con márgenes de maniobra muy limitados y con la Constitución como valladar, Salinas cedió la presidencia a Ernesto Zedillo, ajeno a su grupo, a quien tenía su misma forma de pensar desde el punto de vista económico, pero no político.
Entonces, surge la ingratitud, esa acción que los investigadores franceses, Denis Jeambar e Ivés Roucaute, justifican en el libro Elogio de la Traición, donde además, aseguran que la traición forma parte de la estructura democrática y que todos los “sucesores” acuden a ella para preservar al Estado.
Ya de ex presidente, Salinas se enteró que su sucesor lo acosaba y poco después le avisaron que su hermano Raúl sería detenido y presumió que él seguía en la lista de los perseguidos. Entonces concibió una huelga de hambre. Se aferró al escándalo como medida para detener a su detractor. Para su fortuna, le resultó y al final, lo confinaron al exilio.
Luego, desde más allá del Continente Americano, acusó a la “nomenclatura” del viejo PRI de haber impedido los cambios estructurales que el país necesitaba y culpó a los del nuevo régimen de provocar un error en diciembre de 1994 que colapsó la economía mexicana.
Ya después se repitió la vieja tradición de romper con el pasado reciente, solo que esta vez se dio de frente. Al nuevo jefe de las instituciones y del PRI, no le
interesó guardar ni hacer guardar, ni la imagen ni la permanencia del partido que lo llevó a la presidencia. Algo en él, le exigió provocar la alternancia.
Incluso, se aventuró a decir que asumiría una “sana distancia” entre él y su partido. De esta forma, cumplió a cabalidad las sugerencias de los amigos que tiene en
el Fondo Monetario Internacional, en el Banco Mundial y en el Banco Interamericano de Desarrollo quienes le prometieron que cuando terminara su periodo presidencial lo acogerían en su seno y que lo protegerían de quien le permitió ser Presidente de México.
La tradicional disciplina al jefe de las instituciones nacionales, provocarían que el PRI enfermara de muerte.
De pronto lo metieron de urgencia a terapia intensiva pero no reaccionó.
Cuando pierde la presidencia, se da la primera muerte cerebral del PRI. Pero el médico olvidó poner la palabra “temporal” después de auscultarlo. A los 6 años de estar en coma, le diagnosticaron que estaba a punto de morir. Pero a los 11 años se da lo inimaginable; el muerto reaccionó y le detectaron signos claro de recuperación.
Poco a poco, empezó a caminar de nuevo, a comer como siempre y a tener buen color.
El muerto que la oposición contó, gozaba de cabal salud.
Justo como ahora.




