La historia de los ‘destapes’ presidenciales priistas, ahora reciclada después de 18 años, registró, por lo regular (no siempre se presentó), un capítulo significativo a fin de marcar la pauta de lo que vendría: el deslinde con el pasado.
Es decir, ‘el elegido’, el candidato ‘ungido’ desde Los Pinos tomaba distancia, en un momento dado, de quien lo eligió, del presidente de la república.
Algunos candidatos lo hicieron en plena campaña (Luis Donaldo Colosio), otros hasta que se convirtieron en el primer mandatario (José López Portillo). Unos (Manuel Ávila Camacho u Adolfo López Mateos), cuando la Presidencia Imperial apenas se establecía o vivía su mejor momento, prefirieron llevar la fiesta en paz con el hombre que los colocó en ‘La Silla del Águila’ y se enfocaron al ejercicio pleno de su poder sexenal.
Todo dependía de las circunstancias con las que cerraba el sexenio. Este es un factor determinante en el quehacer político, muy considerado por el arcaico partido tricolor, hábil para dar la idea de que -ahora sí- las cosas van a cambiar, que ya no serán como antes (como el sexenio que está a punto de concluir).
Eso sucedió, sobre todo, en los instantes de la historia del siglo pasado en que se registraron profundas crisis económicas, con severas devaluaciones de la moneda mexicana y con dañinos déficits en la balanza de pagos: 1976, 1981-1982, 1987-1988 y 1994-1995.
Por ejemplo, Miguel de la Madrid Hurtado, el primer tecnócrata neoliberal que se sentó en ‘La Silla del Águila’, marcó distancia de su antecesor, José López Portillo, desde el momento en que lanzó su principal promesa de campaña: ‘La Renovación Moral’.
El mensaje político del entonces (1982) candidato presidencial priista era más que claro, por lo menos a nivel de percepción y de estrategia proselitista: Una vez que llegara a la presidencia, su desempeño no iba a ser igual que la de ese singular personaje que prometió ‘defender el peso como un perro’ y que dilapidó ‘la abundancia petrolera’ con pésimas decisiones administrativas y que permitió corruptelas por doquier.
En aquél mensaje de la ‘Renovación Moral’ esgrimido por Miguel de la Madrid también iba implícita otra idea: Algunos (no muchos) de los que habían cometido los más escandalosos excesos en el sexenio lopezportillista, pagarían la factura. Eso sería un hecho.
Así sucedió: Arturo Durazo, mejor conocido como ‘El Negro’ Durazo, el emblema de la corrupción del sexenio de José López Portillo, fue puesto tras las rejas en 1984 tras el decomiso de sus fastuosas residencias, una de ellas bautizada como ‘El Partenón, ubicada en Zihuatanejo, Guerrero.
Jorge Díaz Serrano, ex director general de Petróleos Mexicanos durante casi todo el lopezportillismo, también fue encarcelado, aunque antes tuvo que ser desaforado, ya que había sido electo senador. Si bien su aprehensión fue considerada una venganza del grupo de los tecnócratas, su encarcelamiento se ‘vendió’ como parte de la promesa de la Renovación Moral.
Esos fueron los hechos del pasado, escenas que descifran los códigos del Antiguo Régimen Priista, recuerdos que sirven para analizar lo que puede pasar una vez que el Revolucionario Institucional reinstaló su parafernalia del poder, ‘el dedazo’ incluido, en el sexenio que está a un año de despedirse.
Ayer, José Antonio Meade, el primer externo en ser (virtual) candidato del PRI a la Presidencia de la República, planteó que, en caso de llegar a Los Pinos, lanzará un combate frontal a la corrupción.
Textual, el ex secretario de Hacienda dijo: ‘Habrá combate frontal a la corrupción, ni un sólo peso al margen de la ley’.
Para los analistas, ese mensaje, político en su esencia y en su contexto, indica el primer deslinde del candidato priista con quien todavía está en la presidencia de la república, Enrique Peña Nieto.
Uno de los puntos débiles del gobierno peñanietista, todos lo saben, son las sospechas de altos niveles de corrupción. ‘La Casa Blanca’, sin lugar a dudas, es el referente, pero se habla de muchos asuntos más, como el caso de la constructora brasileña Odebrecht.
José Antonio Meade no tiene muchas opciones para que su nivel de posicionamiento mejore en el mercado electoral, sobre todo cuando se ubica en el tercer lugar de las encuestas serias, como la publicada por el periódico Reforma. Una de las alternativas que, seguramente, va a elegir será desmarcarse de los excesos cometidos por quien todavía vive en Los Pinos.
Es por ello que uno de los mensajes que se manejan con reiteración sobre la figura y el perfil del primer candidato presidencial externo del PRI es su ‘honestidad’. También lo califican de ‘honorable’. Es, evidente, que con esas palabras, con ese lenguaje, se busca desde ahora poner distancia con Peña Nieto.
Los tiempos y las formas se van cumpliendo en el ceremonial tricolor: El candidato, ‘el elegido’, el ungido, marcará la línea, establecerá la ruta a seguir y, poco a poco, se alejará de quien aún despacha en la presidencia, destinado a convertirse en ‘el solitario de Palacio’.
Enrique Peña Nieto, gane quien gane en 2018, tendrá un futuro muy difícil, muy complicado.
Y PARA CERRAR…
Víctor Meraz, actual diputado local, se enfila para convertirse en el candidato del PAN a la diputación federal por el Séptimo Distrito, que comprende los municipios de Altamira y Ciudad Madero.