De todas las elecciones que se celebrarán el año próximo, además de la mexicana, las de Estados Unidos, Brasil y Colombia son las más importantes. En lo que hace a los comicios mexicanos es fácil engañarse con la idea de que el tema fundamental es el control de la Presidencia y el Congreso de la Unión. Es algo más complejo que tiene que ver con saber si los mexicanos empezaremos a usar o no el poder de nuestro voto para castigar o premiar a malos gobiernos, malas propuestas.
La realidad es que, hasta ahora, la democracia mexicana no sólo ha sido frágil por los errores de los partidos, sino porque buena parte de los ciudadanos mexicanos insisten en creer que lo que se decide en las urnas no les afecta o que no importa en realidad qué se decide en las urnas. No es así y tarde o temprano deberemos cobrar conciencia de ello. La duda es si empezaremos este año o si algo todavía peor a lo que ocurre en la actualidad deberá pasar para que nos demos cuenta de la gravedad
del problema en el que estamos al depender, como lo hacemos, de los caprichos del gobierno de Estados Unidos.
Las encuestas disponibles hasta ahora apuntan a que, efectivamente, los electores mexicanos castigarán a quienes han detentado el poder en los últimos años, sin prestar demasiada atención a otras consideraciones que, en elecciones previas, sí pesaron en el ánimo de la sociedad. Hay una sensación de hartazgo y cansancio con muchas promesas incumplidas y —sobre todo— con la percepción de que la élite política del país vive en un mundo que no se corresponde con el mundo en el que vivimos la inmensa mayoría de los mexicanos.
En lo que hace a las elecciones en EU, es muy probable que asistamos a un golpe espectacular contra el Partido Republicano y su líder, el actual presidente Donald Trump. Incluso, si no consideráramos los muy bajos índices de aprobación o popularidad de Trump, casi todos los presidentes de EU en los últimos 60 o 70 años han enfrentado algún ajuste en los números que su partido tiene en el Congreso. Le pasó incluso a Ronald Reagan, el más popular de los presidentes de EU en los últimos 40 años, al perder el control que tenía sobre el Senado de su país. Le pasó a Bill Clinton, a los dos George Bush y a Barack Obama, de modo que las posibilidades de que Trump pueda librar las elecciones del próximo año sin un ajuste serio en las mayorías que hasta ahora han detentado los republicanos son poco menos que escasas. Menores aún cuando se consideran los posibles efectos de la Reforma Fiscal recién aprobada y sin contar aún la manera en que se desarrolle la delicada investigación
que realiza Robert Mueller acerca de la interferencia del gobierno de Rusia en la elección de Estados Unidos en 2016.
Lo que es un hecho es que si la investigación de Mueller avanza en las primeras semanas del nuevo año, sería más probable que la elección intermedia de nuestro vecino se decidiera casi en términos de un referéndum sobre lo hecho hasta ahora por Trump. Ello no garantiza que los demócratas puedan controlar ambas cámaras, pero sí es posible suponer que facilitaría que Trump perdiera el control del Senado.
En cuanto a las elecciones brasileñas, habrá que ver a dónde conduce el hartazgo con los escándalos de corrupción y con la manera en que se defenestró a la expresidenta Dilma Rousseff, en un proceso que todavía ahora plantea todo tipo de dudas. También habrá que ver si allá sí tienen consecuencias prácticas las
revelaciones acerca de la corrupción de la empresa Odebrecht.
En Colombia habrá que prestar atención a la manera en que se revive la discusión acerca del futuro del conflicto militar. El proceso de paz iniciado por Juan Manuel Santos está lejos de haberse consolidado y no sería difícil que la elección colombiana terminara por plantearse como una pregunta acerca del futuro de ese proceso de paz casi en términos de un referéndum: ¿sigue la paz o regresamos al enfoque militar? Los mexicanos haríamos bien en observar cómo se resuelve ese dilema.
Respecto de Venezuela, en teoría la elección presidencial debería celebrarse en abril, cuando se cumplen cinco años de la muerte de Hugo Chávez, pero es claro que, aunque la crisis económica allá se profundiza, no existen las condiciones para garantizar que efectivamente se celebren elecciones.