Pepe Toño es hijo de un priista y nieto de un panista, pero, ¡apartidista!
Es también institucional, aunque no un estadista, como requiere el país
Según advierten analistas, rumbo al Senado jugarían ‘Balta’ y ‘Paloma’
En las designaciones municipales aparecería el espectro del nepotismo
Los dimes y diretes entre Meade, Anaya y López Obrador sólo solazan
El martes próximo estaría en Ciudad Victoria el precandidato presidencial José Antonio Meade Kuribreña. Un político apartidista (según lo reitera él mismo a través de un spot televisivo), que hoy representa a por lo menos tres corrientes ‘ideológicas’ disímbolas. Y sin ser militante de ninguna.
Una de ellas, la priista, a la que rehusó afiliarse pese a que su padre Dionisio Meade y García de León causó alta en ésta desde 1972 (incluso hasta fue diputado federal plurinominal en la LVII Legislatura), lo cual me lleva a suponer que determinó su negativa a sumarse al tricolor, hasta el grado de optar irse por la libre en el ejercicio político.
De sus otros comparsas, él apenas estaría enterado de los idearios.
Respecto a su oposición ocasional, Pepe Toño también sabe de qué pie cojea el membrete albiceleste, ya que su abuelo materno (Daniel Kuri Breña) fue fundador de Acción Nacional (PAN), allá en 1939, sirviendo al ideólogo Manuel Gómez Morín.
Aquí en Tamaulipas también tiene su historia, tal y como le comenté el domingo que nos antecede, aunque él nada quiera saber del pasado a razón de que sus ancestros fueron terratenientes inhumanos, al disponer arbitrariamente de cuanto se moviera en las casi 60 mil hectáreas que en allá en Mante usufructuaban. Incluidos los habitantes de esa comarca.
De ahí la expectativa que tendrá la presencia de Meade Kuribreña la semana entrante en estas latitudes, donde en las tres últimas contiendas presidenciales el Revolucionario Institucional (PRI) y sus comparsas –las de siempre, Nueva Alianza y el Verde Ecologista–, mordieron polvo.
En su haber, José Antonio ha argumentado ser institucional.
Y claro, por haber servido a los regímenes presidenciales albiceleste y tricolor de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto, sin aceptar pertenencia hacia ninguno de ellos con todo y que el ‘gasolinazo’ se le atribuye por haber sido el operador principal.
No significa eso que sea Meade Kuribreña un estadista pues grande le queda (aún) el ‘saco,’ ya que se trata de un tecnócrata. Experto, sí, en asuntos administrativos.
¡Ah!, pero de ahí a que su comportamiento cambie –para convertirlo en un político sencillo y sensible–, hay que trabajar mucho.
En principio, él mismo debe aclarar porqué rehusó causar alta como militante de los membretes albiazul y tricolor –los sugeridos en casa–, y, por qué, ahora abandera una colación tan diferente en principios y razón de ser.
Los investigadores de este fenómeno, advierten que un político, sin partido, tiende regularmente al modelo de democracia liberal para lograr alcanzar el poder como un bien común sin partir de premisas ideológicas por no requerir una cosmovisión completa de la realidad, sino de cada aspecto en concreto, pero sin tener conexión directa con los partidos.
Empero, aquí se da el caso que Meade Kuribreña, hoy, si los tiene.
Y los ha tenido, por ascendencia familiar.
Así que la pregunta es: ¿hasta dónde se comprometerá para lograr la Presidencia de la República desligándose de compromisos partidistas y grupales, cuando son estos los que lo promueven?
¿Arrancadero?
La emisión de la convocatoria para seleccionar candidatos priistas rumbo al Congreso de la Unión –senadores y diputados federales–, no impacta, como antaño, aquí en Tamaulipas.
Y es que los pretensos a la postulación aguardan que su ‘majestad’, ‘el dedo’, sea el que determine quiénes van.
Es por esto que todos los aspirantes, todos, para evitarse invertirle a su propio proyecto, esperan una ‘señal’, al menos.
De ahí que se mantengan falsamente disciplinados.
Y hasta compartan la justificante de estar dispuestos a lo que diga el partido.
Como sea, en los mentideros se barajean nombres para contender y hasta eso, más mediáticamente que en territorio.
Así, el posicionamiento político de Baltazar Manuel Hinojosa Ochoa, conlleva a presumir que éste sería candidato al Senado de la República, llevando en su fórmula a Mercedes del Carmen Guillén Vicente (Paloma, como acá se le conoce), si acaso así determinara su amigo José Antonio Meade Kuribreña, en aras de recuperar las posiciones perdidas en 2012, inherentes a la cámara alta.
Sin embargo hay otros dos mencionados que, también, son garantía de triunfo: Edgardo Melhem Salinas y Enrique Cárdenas del Avellano, en virtud a su posicionamiento político-electoral.
Los tres conservan cordura, aunque dos ya han levantado la mano.
Pero lo cierto es que nada está definido, hasta hoy, aunque se haya publicado la convocatoria priista.
La misma que marca los tiempos, métodos y formas, a quienes son prospectos a cargos de representación popular.
Ayuntamientos
A finales de este mes habrá de publicarse la convocatoria priista para dar luz verde a quienes aspiran formar parte de los 43 ayuntamientos.
Los métodos selectivos serán: comisión y convención de delegados, según quedó establecido en la más reciente asamblea nacional.
En 21 municipios se designarán varones y en 22 mujeres, para ir en pos de las alcaldías; y, por supuesto, habrán de conceder espacios a los partiditos comparsas (Turquesa y Ecologista).
Mientras tanto la coalición PAN-MC-PRD está afinando el reparto de las candidaturas. Pero de que el albiceleste llevará mano no queda duda alguna.
Tráfico de influencias
En los medios de comunicación masiva aparecen cotidianamente largas listas de prospectos a las candidaturas legislativas y municipales.
Y es normal en todo proceso electoral, aunque esta vez se repetiría la imposición de familiares que, por cierto, hace dos años fue castigada en las urnas.
Bien sabemos que el nepotismo es una de las viejas prácticas que más se le han criticado a los hombres del poder municipal. Y aunque en realidad se trata de las preferencias que tienen los políticos para darles empleos a sus familiares y amigos, sin importar el mérito que estos tengan para ocupar los cargos conferidos, igual aplicaría al imponer como precandidatos a sus cónyuges, hijos, sobrinos, hermanos, cuñados y cuanta parentela resulte directamente beneficiada.
Como ahora se presume en pleno proceso electoral.
No obstante, los aludidos argumentarían que serán las fuerzas vivas de sus partidos quienes seleccionen abanderados ‘democráticamente’ (en todos los casos), olvidando que el pueblo no es tonto y difícilmente nos tragaríamos el cuento de que así será, cuando el tráfico de influencias y los remedos de un monarquismo aldeano, tanto como el chantaje (bajo la amenaza de irse a la oposición), mucho tendrían qué ver al negociar posiciones.
Y que conste, me refiero a los próceres de los nueve partidos con el derecho a las prerrogativas de ley que se cubren con nuestros impuestos y de los contribuyentes cumplidores quienes también son, somos los que pagamos el millonario gasto que representa una contienda comicial de tal envergadura.
Lamentablemente en México, aunque el tráfico de influencias está penado no se castiga conforme a derecho –como sí en Francia, España, Portugal, Perú, Bélgica, Brasil, Argentina, Rumania, Colombia, Cuba y en Venezuela–, aun cuando es una práctica ilegal por lo menos moralmente objetable, consistente en utilizar la influencia personal en los ámbitos del poder público, a través de conexiones con funcionarios, a fin de obtener favores o tratamiento preferencial.
En cuestiones políticas, obviamente se gestionan conexiones con amistades o conocidos para tener información; o con las personas que ejerzan autoridad o tengan poder de decisión. Y a menudo esto ocurre a cambio de un pago en dinero o en especie u otorgando algún tipo de privilegio.
Por otra parte, bajo el amago de trasladar sus capitales políticos a otros partidos –en caso de no ver cumplidos sus caprichos–, los jefes de los grupos de interés que, de una u otra forma, mantienen el control de la comarca, logran su objetivo de ser ellos, precisamente, quienes deciden los relevos.
Esa práctica, supongo, imperará en las negociaciones para nominar candidatos a un buen número de alcaldías.
Y sobre todo cuando en las listas figuran parientes directos de los hombres y las mujeres que actualmente ejercen cacicazgos municipales, las estructuras directivas de los partidos políticos, o, simple y llanamente, son parte de grupos que aún comandan los ex gobernadores.
Como fuere la práctica del nepotismo, tráfico de influencias y todo intento de monarquía aldeana, surgirá en este proceso, según aprecio.
La disputa
El proceso electoral del año que cursamos es inédito, pues contempla la designación no sólo del Presidente de la República, sino también de 128 senadores (64 de mayoría relativa, 32 de primera minoría y 32 por la vía plurinominal); 500 diputados federales (300 uninominales y 200 más por representación proporcional–, así como de:
a) Gobernadores de Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán;
b) Un jefe de Gobierno (Ciudad de México);
c) Mil 596 ayuntamientos, en los que sólo no figuran Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Tlaxcala y Veracruz;
d) 16 alcaldías de la Ciudad de México;
e) 24 juntas municipales (Campeche);
f) 160 concejales (Ciudad de México); y
g) 972 diputados locales (Coahuila, Quintana Roo y Tamaulipas, son la excepción).
Y ante este maremágnum político-electoral, a resolverse el 1 de julio venidero, se nota ya un aquelarre de pronóstico reservado, aunque sean los propios aspirantes quienes pretendan disfrazar el rejuego político.
Descomposición
Hay políticos inmersos en este proceso electoral que irresponsablemente juegan con un barril de pólvora, merced a su codicia y los medios de que se valen para tratar de alcanzar o retener el poder por el poder mismo.
Esto pone en peligro no sólo la justa, sino también la estabilidad del país.
Sobre todo porque la descomposición sociopolítica no aminora.
Por el contrario, aumenta en intensidad y frecuencia conforme se va gastando la etapa de precampañas presidenciales.
Tanto como esa terquedad de querer resolver las diferencias por el camino de la calumnia, la confrontación y las puntadas.
Cotidianamente se burlan entre sí José Antonio Meade Kuribreña, Ricardo Anaya Cortés y Andrés Manuel López Obrador, secundados por actores que detentan el poder o aspiran a éste, amparados en su dizque militancia partidista.
Las mujeres y los hombres de conciencia buena que enarbolan un noble ideal, por su parte, son cooptados por intereses facciosos que a toda costa tratar de asumir el control ciudadano, en claro atentado contra el pueblo que es ajeno a tanta tenebrosidad.
De esta forma los grupos de interés pervierten la política –más cada día–; y hoy cualquier manifestación ciudadana es reprimida, con el viejo rollo de que sin partidos ninguna demanda podría ser atendida –pese a las candidaturas independientes–, lo que en realidad significa que los procesos electorales se han convertido en instrumentos de dominio e imposición, pues se insiste en aplicar la receta maquiavélica de que el fin justifica los medios.
Los conceptos de armonía y unidad no pasan de ser retórica barata para los políticos –usted lo ha visto–, mientras que la moral se convierte en algo raro y fuera de moda, ya que la hipocresía y el cinismo son ahora los principios con que se manejan quienes buscan el poder.
Ya los ve usted haciendo mofa entre sí, de cuanto los tres declaran.
¡Ah!, pero cómo divierten.
Actores inhumanos
La expresión concreta de la lucha intestina que se libra de frontera a frontera y de costa a costa, retrata a los candidatos presidenciales de cuerpo entero.
Los exhibe como entes cargados de vicios e imperfecciones, tanto como enfermos de poder, y, lo peor, deshumanizados.
A diario somos testigos (cercanos o lejanos) del surgimiento de nuevas confrontaciones entre la clase política en su búsqueda de trepar el andamiaje estructural de
dominación, sin que nada les importe lo que ocurre abajo, donde está el pueblo, que a su modo busca se le tome en cuenta.
Prueba de ello es que entre sí subyacen posturas encontradas que, al paso del tiempo, se vuelven fundamentalistas sin que exista poder humano que logre conciliarlas; o al menos procurar el diálogo en aras de que aminoren de cara a la sociedad.
Entonces, tenemos que el desacuerdo, la descalificación y la estéril confrontación seguirían brotando por doquier.
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