Es de todos conocido y sabido, que los candidatos a cualquier cargo de elección popular de México del poder ejecutivo en cualquier orden gobierno, una vez que inician sus campañas proselitistas, prometen y/o se compromete solemnemente, en el caso de triunfar a:
• Transformar el país
• Regresar la tranquilidad de antaño
• Crear millones de empleos
• Liquidar al crimen organizado
• Gobernar para todos
• Finiquitar la impunidad
• Erradicar la corrupción
• Ser demócratas
• Reposicionar a México en el extranjero
• Ser tolerantes
• Escuchar a todos
• Respetar a las oposiciones
• Elevar la calidad educativa
• Reformar lo que haya que reformar
• Acabar con la pobreza
• Lograr mejores salarios
• Incentivar la inversión extranjera
• No aumentar los impuestos
• Efectuar más y mejores obras
• Atender al campo y a los campesinos
• No subir los precios de la luz y gasolina
• Que los niños sean felices
• No inmiscuirse en los procesos electorales
• Cumplir y hacer cumplir la Constitución
• Que todos sus colaboradores presenten sus declaración 3 de 3
• Meter a la cárcel a quienes hayan hecho mal uso de los recursos públicos
• Atender las demandas de los jóvenes.
Sólo que cuando los ganadores llegan al cargo, se sientan con el tesorero y empiezan a analizar el estado en que su antecesor le dejó las finanzas públicas, empiezan a hacer “pucheros”, a refunfuñar de quien antes ocupó la silla que ahora ocupa y a llamar a su jefe de prensa para que filtre a los medios de comunicación el desorden administrativo que recibió.
Luego, en cada desayuno, comida, cena, acto político o entrevista con quien quiera escucharlo, “desliza” subrepticiamente, para que tirios y troyanos lo sepan de una buena vez, que tiene una delicada falta de recursos, muchas demandas laborales pendientes porque su antecesor no las pagó, exceso de personal, la planta vehicular destrozada y de paso, los medios de comunicación en contra porque no tiene con qué pagar la publicidad de lo poco que hace por no tener recursos suficientes.
Y eso es cada 3 o 6 años…




