A unas cuantas semanas de que inicien las campañas políticas, el panorama electoral del país proyecta un realismo mágico, un surrealismo tan abstracto que en otros tiempos hubiera dejado perplejo a cualquier individuo que se precie dude ser ideológicamente coherente. Hay exceso de simulación, abuso de los canales de comunicación, pobreza en el mensaje y abuso del marketing y de la mano negra y faltan seriedad y compromisos en los protagonistas.
El pragmatismo que domina en la praxis de los partidos políticos y de sus candidatos ha dejado totalmente fuera la noción de un proyecto político serio y fundado en principios y valores, por la forma en que se conformaron las alianzas entre partidos que históricamente han sido antagónicos (como deberían ser el PAN y el PRD o Morena y Encuentro Social).
Un panismo que con insólito desparpajo se ha hermanado con sus opositores del pasado, un priismo que se niega a si mismo -ignoramos si por ignorancia por cinismo-, y un López Obrador con una brújula política rota y sólo radicalizado en su pragmatismo de abrir las puertas a quien se sume a su proyecto, ambiguo y contradictorio en muchos sentidos. Con un sentido místico del poder ha abierto las puertas del purgatorio para exonerar a todos de sus pecados aunque en estos desplantes raye frecuentemente en la tragicomedia.
Entre los tres punteros no existe hasta el momento una idea concreta de lo que es un proyecto de nación o una visión de estado. Más risible y a la vez preocupante si se trata de profundizar con cada uno de ellos en materia de políticas públicas. Cuando alguien ha intentado descubrir su personalidad a partir de estos temas, termina en el ridículo.
El pretexto es que esta es solamente la precampaña pero los observamos tan enfundados en el personaje que sus couch les han asignado que todo indica que así llegaremos al día de las votaciones.
La prisa por ganar la atención de un incrédulo electorado, y su sed de votos ha dejado como resultado un cambalache de personajes y grupos políticos que pareciera más una bomba de tiempo por estallar en cuanto las pugnas de poder se presenten en el ambiente pos electoral.
Un priismo que desde Los Pinos lanzó misiles mediáticos que acabó por diezmar a sus grupos políticos más fuertes, un panismo que se devoró a si mismo producto de un duelo de egos y ambiciones personales (como el calderonismo que denuncia ahora como negativas las mismas prácticas que llevó a cabo a cabo en sus años en el poder) y un López Obrador apresurado por aglutinar a todas las figuras del poder, vengan de donde vengan, divorciadas de sus partidos a consecuencia de berrinches y de exigencias insatisfechas.
Pero en cada una de las alianzas que se orquestan con miras a la sucesión que se avecina, no existe un proyecto de país concreto, ni siquiera un plan de contingencia para apagar todos focos rojos que amenazan al país y que en algunas regiones son incendios desatados y sin control.
Con cifras del delito mayores a las heredadas por Felipe Calderón, las reformas que poco a poco se fueron parchando, dejaron las cosas iguales o peores (un caso patético es el tema de las telecomunicaciones), el drástico aumento de la gasolina y los servicios públicos, y las cifras de pobreza que van en aumento sin que nadie pueda hacer algo se pintan los colores obscuros del panorama.
Peor nos irá si el próximo o la próxima presidente obtienen un resultado adverso y sus aliados quedan como minoría a la hora de la repartición de la Cámara de Diputados y el Senado.
Serían otros seis años más de parálisis y de sabotajes a cualquier intento de cambio en el país por los obstáculos que la oposición les pondría en el camino en sus afanes clientelares y la inveterada práctica de intercambiar votos por beneficios.
Es por eso que todo lo que dicen y predican los actuales precandidatos y próximos candidatos son si acaso tiros al aire, al vacío, sin destino final porque en materia de gobernabilidad y de políticas públicas no han definido a donde quieren llegar.
Temas fundamentales para la sociedad mexicana, son abordados con demagogia e ignorancia, como el combate a la corrupción y a la impunidad o la inaplazable tarea de aplacar de una vez por todas la violencia que incendia a muchas partes del país.
Son juegos de palabras para convencer a un electorado en una parte enojado y en otra indiferente con la políticas discursos demagógicos que no perciben en el nuevo escenario a otro electorado emergente que busca más soluciones que explicaciones a su realidad inmediata.
El tiempo se agota y en cinco meses los punteros deberían al menos por protocolo tener un proyecto mejor desarrollado y no sólo enfocar las energías en demostraciones de humildad o de zancadillas y golpes bajos a sus adversarios.
Sobre todo cuando el país ha llegado a un punto en el cual parece ya no haber retorno…
La magnitud de los problemas y del descontento ciudadano, el nivel de inestabilidad, podrían ser fatídicos para quien llegue al poder. Y no exageramos.




