CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- El 4 de Mayo de 1824, Agustín de Iturbide, ex emperador de México y el consumador de la independencia nacional junto a Vicente Guerrero, se embarcó en Londres, Inglaterra junto con su esposa, sus dos hijos menores Salvador y Felipe, los eclesiásticos López, Treviño y Morandini, y el teniente coronel polaco Beneski, con la intención de desembarcar en las costas nacionales, no habiendo en su concepto, causa legal que se lo impidiese, ignorando totalmente la ley que se acababa de dictar en la que se le consideraba traidor a la patria.
El 27 de Junio el bergantín que lo transportaba tocó la bahía mexicana de San Bernardo, en la provincia de Texas, en busca del coronel Tres Palacios, que le era muy adicto, y que había intentado un año antes hacer una revolución a su favor. Al no encontrarlo ahí, se dirigió a Tampico; mas siéndole contrarios los vientos ancló en Soto la Marina el 14 de Julio de 1824.
En suelo tamaulipeco.
Beneski pidió licencia al comandante militar Felipe de la Garza para desembarcar, con el pretexto de que traía un proyecto de colonización, en unión de sus compañeros, ocultando cuidadosamente que venía Iturbide con ellos. Una vez en tierra tamaulipeca, el disfraz que traía el ex emperador, y el modo expedito y airoso con que montó a caballo, se le hizo sospechoso al cabo que cuidaba aquel punto. Confirmó sus sospechas don Juan Manuel de Azúnzolo, comerciante en Durango, que estaba allí casualmente y conocía a Iturbide.
Inmediatamente el cabo destacó a varios soldados, lo cuales aprehendieron a dichos hombres en el paraje de los Arroyos, y lo presentaron a de la Garza la mañana del 16 de julio. Una vez ahí, Iturbide no ocultó su identidad y le dio a conocer que solo lo acompañaba su esposa, que estaba en cinta, y dos hijos pequeños.
Iturbide le expuso los motivos que tuvo para regresar a México, aunque quizá no todos. Le dijo que sabía de los planes de la Santa Alianza, de la intención de Fernando VII para armar una expedición contra México. Venía dispuesto a ponerse a las órdenes de la patria. Entonces Felipe de la Garza le hizo saber del decreto expedido por el Congreso constituyente, en el que se le declaraba traidor si ponía un pie en México y lo condenaba, en ese caso, a la muerte.
Don Agustín insistió en que su delito era defender al país que él mismo puso en el concierto de las naciones civilizadas. De la Garza titubeó. Tenía frente a sí al autor del Plan de Iguala, no a cualquier político ambicioso.
Don Felipe y don Agustín eran viejos conocidos, pues De la Garza se había pronunciado en dos ocasiones en contra del Imperio y en ambas había fracasado. Y si no fue fusilado
como traidor, se debió a la gracia del emperador. Sobre esto, algunos partidarios de Iturbide, señalaría tiempo después, que en cumplimiento de su deber, y en agradecimiento a que tiempo atrás le había salvado la vida, Garza debió obligarlo a reembarcar, notificándole que de volver a tierra, seria condenado a la última pena, pero en vez de esto, le condujo preso a la villa de Soto la Marina.
Por el camino Iturbide le preguntó sobre la suerte que le esperaba, contestándole Garza seriamente, que la muerte. Una vez en la villa tamaulipeca, durmió el reo tranquilamente, y habiéndose levantado tarde el día 17, se le notificó se preparase a morir dentro de tres horas. Iturbide escuchó con serenidad el veredicto, enviando a de la Garza un borrador de una exposición que estaba escribiendo para el Congreso, pidiéndole además que fuera a auxiliarlo su capellán, el cual se había quedado a bordo.
Garza, en un gesto de piedad, suspendió la ejecución, dando cuenta del caso al Congreso de Tamaulipas, residente en esos años en Padilla, a donde condujo él mismo, al reo. En el camino, bien fuese porque Iturbide lo persuadiese de la rectitud de sus intenciones, o por otro motivo imposible ahora de averiguar, De la Garza tomó una resolución extraña: formó su tropa y la puso a las órdenes del consumador de la Independencia, dejando que éste marchase con ella a ponerse a disposición del Congreso tamaulipeco.
Iturbide debió haber supuesto que las cosas mejoraban. Había demostrado que su prestigio era enorme. Incluso, pidió que su mujer y los dos hijos que lo acompañaban bajaran del bergantín en el que habían llegado. Ana Huarte estaba preñada, a la espera de su décimo hijo, quien recibiría el mismo nombre que su padre, Agustín Cosme. La familia se hospedaría en la casa de Garza en Soto la Marina.
Al acercarse a Padilla en la mañana del día 19 de julio, Iturbide pidió licencia a los diputados locales para presentárseles. Éstos, convertidos en tribunal, habían decretado algunas horas antes (al saber la noticia de su arribo) que se le ejecutase el decreto federal, sin apelación ni recurso de ninguna especie.
No hubo indulto
Quienes habían sido insurgentes en Tamaulipas y en otras entidades, no podían olvidar con facilidad la fama adquirida por el joven michoacano, tan comprometido con el orden virreinal, tan tenaz y sanguinario en su persecución de rebeldes.
En efecto, el 19 de julio de 1824, muy de mañana, el gobernador Bernardo Gutiérrez de Lara actuó como era de esperarse: rechazó cualquier argumento de Iturbide, lo hizo preso y lo presentó ante el Congreso tamaulipeco. Los constituyentes ordenaron la comparecencia de Felipe de la Garza, para pedir explicaciones acerca de por qué no había ejecutado el decreto federal y para ordenarle que lo cumpliera sin tardanza. Iturbide expuso de nuevo sus argumentos, pero no convenció a nadie. Recurrió también a su prestigio. Era su última carta. Recordó sus trabajos por la independencia, algo que nadie podía escatimar, y en especial sus exitosos esfuerzos para unir voluntades, para conciliar extremos.
Los constituyentes de Tamaulipas no cedieron. A las tres de la tarde, comunicaron a Iturbide que sería ejecutado. Iturbide pidió un día más, que le fue negado. Confesó y escribió unas notas. Parecía inconcebible que el autor de la independencia muriera fusilado sumariamente, sin atender argumentos.
Antes de ser fusilado, quiso oír misa y comulgar. Finalmente el decreto se cumplió a las seis de la tarde del 19 de julio de 1824. Muchos pensaron que la república se había salvado. Para otros, se trató de una injusticia contra el consumador de la independencia.
En el viejo Padilla terminaron los sueños imperiales de Agustín de Iturbide, a unos 30 metros del edificio de la partida militar y frente a la iglesia. Sus últimas palabras fueron: “En el acto mismo de mi muerte os recomiendo el amor a la patria”, una patria impensable sin Agustín de Iturbide.
Fue velado en el lugar en que sesionó el Congreso y fue sepultado en la Iglesia de Padilla pero sin caja, porque no había recursos, ni él los traía. Las honras fúnebres estuvieron a cargo del padre Miguel de la Garza García, quien a la vez había sido ungido como mimbro del tribunal.
Trasladan sus restos a México
En 1838, los restos de Agustín de Iturbide fueron trasladados a Ciudad de México e inhumados con honores en la Capilla de San Felipe de Jesús en la Catedral Metropolitana, donde se exhiben en una urna de cristal. Su nombre en asociación con la bandera nacional, fue conservado durante mucho tiempo en una estrofa de la letra original del Himno Nacional de México, la cual fue suprimida en 1943.
Guadalupe Mainero mandó construir un monumento
A principios del siglo XX el gobernador Mainero, oriundo de Matamoros y admirador de Porfirio Díaz y del emperador Iturbide, envió al Congreso del Estado un decreto sobre la construcción de un obelisco en memoria don Agustín, aprobándose inmediatamente el 25 de febrero de 1901.
Don Guadalupe acababa de reelegirse cuando mandó comprar el terreno donde una destruida cruz de madera señalaba el sitio del fusilamiento. Los planos originales preveían en lo alto el águila del escudo patrio y una placa con las leyendas: “Como mexicanos deploramos la ejecución del consumador de la Independencia Nacional” y “Como republicanos y ciudadanos de este Estado, hacemos constar que la ejecución se debió a un acuerdo del Congreso Nacional”.
Al armarse una controversia nacional e internacional, el 3 de mayo de 1901 se hacen algunas modificaciones al proyecto.
El gobernador rechaza los epítetos de reaccionario, lanzados por diversos sectores del país. No obstante, prosigue la obra y para inaugurarla reserva el posterior septiembre. Inconclusos los trabajos, don Guadalupe fallece el 10 de agosto de 1901.
“Encontró ruda oposición, tan ruda que […] se agravó en sus males”, escribiría Rafael de Alba en las postrimerías del porfiriato. En la actualidad solo queda la base, con la inscripción
“En este lugar fue ejecutado el 19 de julio de 1824, a las 6 P.M.” El lugar permanece abandonado, entre el estiércol de las vacas y los espinos, no obstante que las aguas de la presa Vicente Guerrero despejaron el área desde hace 15 años.
marvin-huerta@hotmail.com
EL DATO
Hijo de buena familia
Nacido en septiembre de 1783, pertenecía a una distinguida familia de Valladolid, propietaria de algunas fincas urbanas y rurales. Desde joven se inclinó por la carrera de las armas. Ingresó como alférez en el regimiento de infantería de Valladolid, al mando del conde de Rul.
Carismático, estableció relaciones que después le serían de enorme utilidad. Por supuesto, aprovechó los vínculos que su suegro Isidro Huarte tenía en la administración de la intendencia de Michoacán y el ayuntamiento de Valladolid.
En 1810 Miguel Hidalgo ofreció al joven militar que se uniera a la insurgencia o, al menos, no la combatiera, pero Iturbide no estaba dispuesto a aceptar la feroz violencia que amenazaba con destruir la riqueza de Nueva España.
Obelisco, donde lo fusilaron
Guadalupe Mainero, controversial
Restos donde se encontraba su monumento
Felipe de la Garza dirigió el pelotón de fusilamiento
Agustín de Iturbide el ex Emperador que murió en Padilla
La urna, donde se encuentran sus restos
Frente a la Iglesia de Viejo Padilla lo fusilaron
Representación del fusilamiento de Iturbide
Placa alusiva a su ejecución en julio de 1824