El título de esta columna fue tomado del ensayo España invertebrada de José Ortega y Gasset. Y refiere la explicación orteguiana del significado del apoyo de España y el papa Alejandro VI a la expedición de Colón como una fractura en la expansión territorial: la política-mundo, la weltpolitik. Y ayuda a poner un contexto a lo que ocurre en el planeta en la llamara era Trump: el aislacionismo regresivo.
Del expansionismo territorial de los EE. UU. desde mediados del siglo XIX, Iberoamérica había sido un espacio colonial estadunidense. La estrategia se sostuvo en la frase atribuida al presidente Monroe en 1823, justo en la coyuntura de las consumaciones de las independencias de territorios coloniales de España: América para los americanos.
Con altas y bajas, Iberoamérica ha sido considerado una accesoria estadunidense o el patio trasero del imperio. Ello implicó dominios coloniales, exacción de recursos, control social, superioridad ideológica e imposición política. Salvo Cuba de 1959 a 2014 y en forma de resistencia México en periodos cortos de nacionalismo, los países de Iberoamérica se acomodaron a la prepotencia de Washington.
Esta larga introducción sirve para explicar el actual instante iberoamericano: una Casa Blanca que no ve más allá de la Plaza Lafayette a unos pasos de la puerta norte y una Europa hundida en sus propios problemas y sin enfoque geoestratégico hacia América —zona Norte y zona Ibero—. La revalidación de los valores locales del proyecto ideológico puritano de Trump quiere abandonar a Iberoamérica con un muro político no en el Río Bravo, sino en el Río Suchiate que separa a México de Centroamérica.
El último hilo de valores —rancios e ineficaces, pero con elementos de tejido sociopolítico— era Cuba como república socialista; inclusive, muchos países iberoamericanos soslayaban el autoritarismo a veces criminal del régimen de los hermanos Fidel y Raúl Castro para tener cuando menos una ligera capa de resistencia al expansionismo de Washington. El activismo de Fidel hasta el 2008 pudo influir en Chile, Venezuela, Brasil, El Salvador y Nicaragua y le dio a México un punto de resistencia al acoso de la Casa Blanca.
Fidel se retiró del poder en 2008, murió el 2016, su hermano Raúl promovió una reforma para separarse de la administración en 2018 y de paso reformó la Constitución para dar por terminado el periodo marxista-leninista. No habrá, para que no haya falsas expectativas, una transición a la democracia occidental; se trata, quizá, de una forma tropical de socialismo capitalista de Estado tipo Rusia y China.
Lo cierto es que Iberoamérica se ha quedado sin referente, con países como los parientes pobres de la España que los dominó trescientos años o de los EE. UU. que lo han explotado otros doscientos más. Se trata, por si fuera poco, de países con enorme tradición cultural, con experiencias políticas propias y con pueblos esforzados que han soportado yugos extranjeros y locales a lo largo de medio milenio.
Brasil se debate por reconstruir un populismo personalista, Chile oscilando entre una izquierda autoritaria y una derecha más autoritaria, Venezuela se hunde en la miseria, Nicaragua lidia con un revolucionario sandinista con piel de dictador somocista, Bolivia depende de un líder auto endiosado, Argentina aplastada en la corrupción del populismo y miles de personas de Centroamérica —región de “naciones no viables”, escribió en los ochenta Henry Kissinger— que cruzan México para intentar meterse ilegalmente a los EE. UU. en busca de bienestar mínimo a costa de racismos horripilantes.
El narcotráfico, el indigenismo aislacionista, el deterioro de los términos económicos de intercambio, el desplome de las exportaciones y la falta de un modelo moderno de desarrollo tienen a Iberoamérica en una situación de emergencia social. México nunca fue un líder regional, pero su espacio territorial junto a los EE. UU. ayudó a contener expansionismos imperiales. Cuba apenas tiene fuerza para defender los últimos vestigios morales de la revolución. El desdén racista de Trump se convierte en odio de clases.
¿Y España? Muy lejos. Políticamente España está más lejos de Iberoamérica que Iberoamérica de España, a menos que se trate de negocios. Pero Iberoamérica más que un poder de compra. Aquí he escrito que las cumbres iberoamericanas han sido un fracaso porque España carece de una política exterior activa, pero que al mismo tiempo pueden rescatar proyectos comunes. Los negocios españoles no promueven el desarrollo, sino que cumplen funciones de exacción de recursos, de explotación. España expandió turismo en Cuba, pero sin contribuir a beneficios sociales a los cubanos.
Haitianos, colombianos y centroamericanos huyen en masa de sus países y cruzan México en busca de una casi imposible entrada a los EE. UU., ni siquiera apelando a las reglas diplomáticas del asilo humanitario, casi como los africanos que llegan en masa a Europa, ambos en éxodos nunca vistos. Sociedades errantes no encuentran cabida, acomodo o respuesta.
España e Iberoamérica necesitan un reencuentro histórico, pero antes requieren de una reflexión sobre las responsabilidades históricas. Existen condiciones para que ello ocurra, pero no hay inteligencias que estén razonando los desafíos de la globalización social en ninguna de las sociedades políticas de ambos lados del Atlántico.
Si no hay ese reencuentro, Iberoamérica estará condenada a vagar sin rumbo otros cien años —y ya lleva doscientos— de soledad.
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@carlosramirezh