CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Amanece en Ciudad Victoria con un leve viento fresco. Es viernes y para muchos ya es quincena. Ya con el dinerito en la mano es momento de surtir la despensa o como lo llaman algunos: “el chivo”.
Como cada semana el reino de las gangas y los ofertones sienta sus reales en algún paraje de la capital. Este día corresponde al “Tianguis de La Estación”.
Aquí los marchantes ejercitan el chamorro yendo de aquí para allá. Unos con el billete listo para ser canjeado por verduras, frutas, o ropa (incluyendo a una chamarra igualita a la del Geño cuando lo metieron al tambo), cachuchas sombreros y triques necesarios para el uso doméstico como cubetas, escobas, trapeadores, macetas con forma de “Groot”, coladores y cepillos. Llantas, botas, desbrozadoras, herramienta de medio uso y hasta mascotas.
Por la calle 23 hacia el norte el camino se convierte en un “avispero” de motos, autos, bicicletas y personas que no le pide nada a los laberintos humanos de Malasia o la India. Un río de rostros que van y vienen tratando de recordar la lista del mandado (que no escribieron) y evitar llevar perejil en lugar de cilantro.
Pero entre compra y compra siempre habrá tiempo para “echarse un taquito” ya sean los clásicos de la estación, o quizá unas migadas o flautas… aunque si el “Don” amaneció de antojo (o medio crudo) se dispondrá a refinarse un buen menudazo o ya de plano aventarse de cabeza al puesto de carnitas o pescado frito (¿o qué tal unos langostinos?)
El relieve alrededor de la antigua estación del Tren (esa que todo mundo quiere rescatar pero que nadie pone un peso para ello) es amenizado por música en vivo por los trovadores urbanos, algunos esparciendo el mensaje de Dios, otros el mensaje del Buki, pero todos alegran la mañana.
En la plaza de Colón se yergue el monumento a los “Héroes de la Independencia” que tristemente ha sido vandalizado con grafitti: Aldama y Abasolo parecen cantantes de black metal con todo y maquillaje.
Pero caminando unos cuantos pasos, en el mero corazón del tianguis se lleva a cabo un evento que es ya casi una tradición victorense: La lotería.
¡Y no es una lotería cualquiera! Porque la lotería victorense no promueve la avaricia, ni la acumulación de cochino dinero…. ¡No! Aquí se viene a tentar a la diosa fortuna para llevarse un premio de lo más útil: “mandado” para la despensa familiar.
Así es: al frente, imponente, domina el paisaje el paquete de 500 servilletas, el litro de pinol, el café instantáneo, las galletas de coco, el papel de rollo pachoncito, el kilo de detergente y el litrote de aceite, entre muchas otras cosas.
La cita para el inicio de la lotería está pactada para las 11 de la mañana, pero los asistentes empiezan a arribar a las diez y media.
La organizadora ve llegar al Caminante portando su playera con los logos del Expreso y de volada le planta su advertencia:
“Oiga no a mí no me gusta eso de los reportajes ni nada de eso oiga! ¿Qué tal si las señoras que andan aquí vienen sin permiso del marido oiga?” reclama la anfitriona.
Afortunadamente al Caminante le es permitido quedarse única y exclusivamente si juega con ellas pero aun con el recelo de la dama al micrófono que no le quita la pesada mirada de encima.
Son las 11 de la mañana y esto ya va a comenzar.
Enormes y largas mesas con montones de corcholatas y tablas triples ya están disponibles para iniciar la primera tanda (que es totalmente gratis). De ahí en adelante el costo por jugar es de un peso por tabla triple o, como el comercio globalizado nos enseña, se puede adquirir una promoción de 70 jugadas por módicos 50 pesitos para que el asistente se pueda sentar a participar cómodamente “a dos nalgas” sin estar pensando en la morralla para pagar. Aunque pensándolo bien sin son 70 jugadas significa que la cosa va para largo.
Aquí la totalidad de los asistentes son damas, y una gran mayoría de ellas pertenecen a la tercera edad. Nadamás el Caminante rompiendo la hegemonía y disfrutando del rato con sus nuevas amigas dicharacheras (“como perico en gallinero” dirían las abuelas de antes)
¡Ah! Pero jugar a la lotería no es cualquier cosa! Para empezar se debe reconocer al dedillo qué y qué cartas posee uno en el tablero de juego, porque si por algún motivo no señala el dibujo cantado hay que dar por perdida la tanda, porque no podrá cantar ¡Buena! Y llevarse su premio. Es como observar un circo de tres pistas pero al mismo tiempo (algo así como ‘pilates’ para la memoria así que el Caminante se pone trucha.
¡Y corre y se va corriendo!
Pero, un momento ¿Qué es esa voz? No es un intercomunicador, no es una grabación defectuosa. La manera de “correr” las cartas de la lotería en Ciudad Victoria tiene casi casi derechos de autor.
La cantaleta chillona y pausada y pronunciando sílaba por sílaba no le pertenece a nadie pues ¡todas las señoras que lo hacen imitan el mismo estilo! Así que si el lector visita otro tianguis y otras carpas de lotería no se asombre de ver que no importa si la anfitriona es joven, entrada en años, chaparra, alta, llenita o flaca: ¡todas suenan igual.
Pero bueno, este derby ya inició, el Caminante ya pagó su peso por una tabla triple y la retahíla de cartas se escucha por todo lo ancho del lugar:
¡Las Jaras!… ¡El Barril!… ¡El Cántaro!.. ¡La Maceta!.. y… ¡BUENAS!
¡Un momento! ¿Cómo que buenas? Se pregunta el Caminante ¡Si apenas han corrido cuatro cartas! Ah pues es que algunas tablas tienen algún dibujito repetido en el centro… tal vez para hacer más dinámico el sorteo.
Es momento de pagar otro pesito para volver a jugar:
¡Y corre y se va corriendo!
¡La Rana!… ¡El Pájaro!… ¡La Muerte!… ¡El Gallo!…¡BUENA! grita una señora muy muy anciana pero con una suerte tremenda.
Las siguientes jugadas el Caminante “hace bizcos” para observar a conciencia sus cartas. Decidido a ganar y llevarse ese galón de limpiador multiusos y tal vez un kilo de
arroz.
Las jugadas continúan una a una, una señito con tremendos bifocales de fondo de botella gana dos veces seguidas y le checan muy bien su tabla.
– A ver, ganó con cazo, escalera, músico y dama – hace el recuento una de las auxiliares.
– ¿Qué no cantaron araña? – replica otra de las asistentes.
-No, dijeron ‘dama’- contesta –
– A lo mejor era una dama muy araña gritan por ahí y las señoras rompen en carcajadas.
El Caminante ya invirtió diez pesos y no ganó ni el saludo de despedida. (Y es que poner las fichas en cada dibujo casi casi se convierte en un deporte extremo conforme avanzan las jugadas).
Fueron sus diez pesos más inútilmente gastados pero lo bailado nadie se lo quita. Acto seguido entrega su tabla y observa cómo la veintena de mujeres disfruta plenamente su juego.
Aquí no hay caras largas, todas sonríen pues prácticamente es una diversión familiar en plena vía pública y una ingeniosa manera de llevar a casa los artículos que se necesitan.
El Caminante toma sus chivas y enfila hacia otro lugar de la mancha urbana, aunque antes no estará de más engullir unos buenos tacos de la estación o un pescado frito. Demasiada pata de perro por esta semana.