10 diciembre, 2025

10 diciembre, 2025

Historias de Frontera: el tercer corazón… (Capítulo XIII)

El fogón

El radio pitó fuerte. Su aguda resonancia, traspasó la noche y se ensanchó ondulante, como hojas secas sobre las aguas del río Bravo. Las ranas y su croar, imprimían un ambiente de quejumbre a nuestro discreto y clandestino trabajo. Era la una de la mañana. Estábamos vigilando una costalera que iba pa Hidalgo, Texas. La Migra, nos había dado sólo una hora pa sin problemas pasar la merca pal otro lado. Como franquicia: de una a dos de la madrugada, paso libre.

Como si sacara mi 45, rápido con mi mano derecha saqué de la funda el dispositivo. Imaginé, era el señor. Por esa frecuencia, sólo hablaba cuando el asunto era de
verdá urgente.

Efectivamente: era el patrón.

Y cuando él era, había que dejar todo.

-Dígame señor. Pa servirle señor Armenta-dije.

Me ordenó:

“¡Revienten la casa del pinche Pocho!”.

Luego, añadió con otra voz y otro tono:

-Y no se olvide Tizón, el asunto de la Güerita…

Dije:

“¿Qué hago primero patrón?..”

Larga pausa, la del señor Armenta. Miedo grande, bajo mi sombrero: sabía que cuando clavaba su mirada de hiena sobre alguien y hacía un silencio prolongado, había
pedo. Y grande.

Antes de que replicara, me adelanté con una agilidad que hasta el patrón reconocía:

-Señor: ya le tengo lo de la señorita Güerita. Dirección, celular y quien es su esposo. Hice lo que me dijo: puse tres mil rosas rojas frente a la puerta de su casa. Media camioneta de flores señor.

Estupefacto esperé.

-¡Eres una riata Tizón! !Por eso estás donde estás!-expresó.

Respiré tranquilo.

Lo de la Güerita, fue sencillo. Mi gente y yo, conocíamos a su esposo. Era un pelao bien plantado. Con su uniforme verde oliva, parecía un soldadito de esos que salen en cuentos ilustrados pa niños. Alto, atlético, tez blanca, bigote tupido y negro; cuando hablaba o sonreía, dejaba destellar un diente de oro.

Yo lo había arreglado recién llegado a la frontera, como jefe de la Zona Militar. Unas fajillas de dólares al mes y fue nuestro. Decir que era mi amigo, es una exageración. Era un hombre con el cual hacíamos negocios. Y punto. Él no nos debía nada; y nosotros, no teníamos ningún compromiso con él.

Sentí un poco de pena por él. Se veía, hombre de honor. Hasta el momento, había cumplido cabalmente nuestros pactos. Ni él se metía con nosotros, ni nosotros con él. Machín en bato. Lo que es la neta.

Lo de su mujer, fue cosa del señor Armenta.

De nadie más.

Llegamos a las 3 de la mañana a la casa de El Pocho en Miguel Alemán. Mansión alucinante. En la entrada, recibía al visitante una docena de esculturas. Todas de mármol. Tras ellas, el frente de la casa con varias columnas similares a las del Partenón. A la izquierda de la entrada, una alberca cuya superficie, parecía un espejo celeste.

En el interior, todo bello. Pieles de tigre en el recibidor, salas forradas con piel de cebra y las camas cubiertas de seda china y algodón egipcio. Retratos de El Pocho con alcaldes y gobernadores.

Llevaba 15 hombres con mazos y cuernos de chivo.

En cinco horas, derrumbamos ese palacio de más de 20 millones de dólares.

Nuestra sorpresa: las paredes y las estatuas, estaban repletas de dólares y joyas. Tuvimos que traer, una maquinita pa contar el dinero.

Eran 30 millones con 325 mil dólares.

Las pedrería y las alhajas dieron poco más de 75 kilos, según las romanas que usábamos pa pesar la mota.

Hablé con el patrón:

“Señor: terminamos el trabajo. Le informe que encontramos dinero y mucha pedrería fina. Le llevo un informe detallado.”

Satisfecho, el señor Armenta dijo:

-Muy bien Tizón. Te encargo mi joyita.

Le dije:

“¡Por supuesto patrón! ¡Le llevo un collar de esmeraldas chingón!. Me dicen que lo uso Salma Hayek en su boda.”

-No Tizón. Mi joya-subrayó suavemente.

Al otro día, dejé el estuche de la joya de mi patrón frente a su casa: un Mercedes Benz…

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