– ¡Amá! El ‘pirata’ trae chorro… hay que llevarlo al veterinario…
– No’mbre pa’ qué… dale pan o algo que le haga ‘pancita’ y se le quita de volada.
– ¡Ay Amá… y si no se le quita? ¡pobre perro!
– No’mbre eso del veterinario es pura sacadera de dinero… ¡los animales se curan solos! ¡Te lo juro!
Esta parece ser una conversación que se pudiera escuchar en cualquier colonia. Tal vez por la falta de cultura en el cuidado de las mascotas y también por el desconocimiento que hay de la profesión del médico veterinario.
Es posible que muchos preparatorianos alberguen en su mente la idea de estudiar esta carrera. Sin embargo más que una planeación de su etapa universitaria, el deseo de ser veterinario es más una ilusión.
Ciertamente en la facultad que hay en esta ciudad son muchos los estudiantes que desertan en los primeros semestres.
Pero también hay otros que perseveraron en su objetivo de terminar sus estudios y que contra todo pronóstico lo lograron.
Esta es la historia de Jacinto Almaguer, Médico Veterinario y que con nostalgia y orgullo relató al Caminante.
Lejano pareciera aquella infancia en que el moreno muchachillo vivía en un ejido cercano a la presa en el municipio de Xicoténcatl. De padre jornalero y madre costurera, Jacinto creció rodeado de animales como vacas, caballos y borregas las cuales cuidaba cuando no estaba en la primaria o durante sus ‘vacaciones’.
Desde aquel entonces le fascinaba ver cómo se le daba atención médica a alguna borrega que anduviera ‘chuequeando’ o algún animal ‘cornado’ que necesitara ser curado.
Con el tiempo, Jacinto eligió la alternativa de estudiar el bachillerato agropecuario, y tras concluirlo vino la decisión entre cursar la ingeniería agrónoma o medicina veterinaria.
Eligió lo segundo pero sin tener una remota idea de dónde o cómo, cuánto tiempo o cuánto le iba a costar llevarlo a cabo.
Preguntando aquí y alla (“a santo y seña” dice él) dio con la Facultad de Veterinaria de la UAT.
Pero la vaga idea de que esa carrera era sólo para “curar animalitos” se esfumó desde los primeros días. Un universo completo de matemáticas e historia se desplegó ante sus ojos: desde cálculos estadísticos hasta información cronológica acerca del ingreso y avance de muchas enfermedades en el territorio mexicano, así como su erradicación.
“Un maestro nos preocupaba ¿por qué quieres ser veterinario? Y si le respondían ‘me gustan los animales’ y les contestaba ‘pues vete al zoológico’…’Es que me gustan los gallos de pelea’, ‘entonces vete a un palenque’… ‘me gusta la charrería’ ‘púes váyase al lienzo joven’.. y así iba depurando a la clase pues muchos de mis compañeros se daban cuenta de que no era lo que ellos se imaginaban o querían hacer” relata Jacinto.
Es así como en el primer año de la carrera una tercera parte de los alumnos claudicaban al empezar a comprender que el panorama de la veterinaria es sumamente extenso e incluye investigación, desarrollo, prevención, estudios clínicos, de patologías, mejoramiento genético, forrajera, salud pública, pedagogía de la misma, pequeñas y grandes especies etc.
Los que permanecían iban tomando conciencia de la seriedad de esta carrera y al mismo tiempo se emocionaban de haber afianzado su vocación. Observar a sus compañeros de semestres más avanzados realizar cirugías y prácticas les inspiraba a seguir adelante.
Sin embargo, la precaria situación económica en casa obligó a Jacinto a interrumpir sus estudios a partir del quinto semestre y dedicarse a trabajar. Empezó a chambear de guardia de seguridad, luego en la construcción y como chofer de una pipa (su experiencia moviendo camiones cañeros en su natal Xicoténcatl le valió esa vez para obtener el empleo) él junto a un grupo de 9 o 10 compañeros se las vieron negras para poder subsistir. Tiempo después vendría la época en que se dedicó a ser mesero. Fue precisamente este oficio el que le ayudaría a terminar su carrera pues trabajando únicamente en sábado y domingo lograba sacar el mismo ingreso que hacerlo toda la semana en el ramo de la construcción.
Retornó Jacinto a los libros y esforzándose al doble (estudiaba mañana y tarde) logró ‘emparejarse’ con sus compañeros de generación y finalmente se graduó.
El deseo de Jacinto era aplicarse en manejo de grandes especies (vacas, caballos, etc) y aunque empezó a practicar en ello, la grave situación de inseguridad que imperó en el estado en ese entonces le impidió visitar y atender ranchos cercanos a la capital, de hecho muchos de ellos fueron saqueados y terminaron por cerrar.
Ante esto el Médico Veterinario ya titulado decidió dedicarse a la atención de pequeñas especies a pesar de ser un ramo muy competido (y saturado). Casi diez años después Jacinto Almaguer goza de buena reputación en su clínica cercana a la Normal Superior. Es sus palabras, el veterinario afirma que la cultura en el cuidado de las mascotas es muy pobre en Ciudad Victoria; los dueños no tienen el hábito de darles los cuidados preventivos (desparasitación, vacunas) o para llevarlos a recibir atención médica o algún tratamiento en especial “a veces me han dejado perros abandonados, que después del tratamiento sanan pero a los dueños se les hace caro el pago por la salud de su mascota”.
Para Jacinto, es necesario crear conciencia en la población para entender que una mascota no es un juguete que se compra en navidad y que al mes se puede dejar abandonado en un rincón sin atención ni cariño.
“Si no tienes tiempo para atender un animal, o si puedes atender solo uno o dos… no adquieras un tercer perro” aconseja a aquellos que están considerando tener una mascota.
“Me ha tocado llegar a abrir la clínica y me encuentro una caja de cartón con cachorros a la puerta… abandonados” lamenta.
“Yo trato de hacer labor social con frecuencia, tengo precios muy módicos y si al dueño del animalito se le complica mucho pagar por el tratamiento se le obsequia (solo en casos muy especiales) pero llega un momento en que hay que poner un límite pues nosotros de esto vivimos” comenta.
Además de su clínica, Jacinto trabaja para la Confederación Nacional Ganadera que ofrece seguros de vida agropecuarios y su labor es hacer censos para estudiar las condiciones de salubridad e infraestructura de quienes los solicitan.
También como extesionista en Soto La Marina, “Gobierno federal y estatal les dan pollos de granja y huertos, alimento y comederos, así como capacitación y nosotros vamos a hacer el acompañamiento técnico”.
“Hay otros que se dedican a la acuicultura (peces y ostiones) e incluso hubo un compañero que se dedicó a los cocodrilos y en el pasado hizo un documental junto a Steve Irwin (el celebre Cazador de Cocodrilos).
El veterinario se disculpa pues hay que darle atención médica a Lucas, que trae una patita inflamada y tiene dos días “haciendo aguado” según cuenta su dueño.
El Caminante observa cómo el pequeño pug es atendido y se le suministra tratamiento urgente. Luego se despide, satisfecho de conocer a un veterinario con profundas y humildes raíces, que creció en el campo y que está seguro de su vocación. Demasiada pata de perro por este día.




