Todos los pueblos de México tienen una historia qué platicar y Llera no es la
excepción, razón por la cual al final de esta tribuna daremos a conocer una de
estas que data de a mediados del siglo pasado, cuando el pueblo se extendía
desde la calle Obregón hasta la Zaragoza, la energía eléctrica llegaba solo al centro
del pueblo y las familias para las veintiún horas ya estaban acostadas, pues en
aquellos tiempos la costumbre era levantarse a las cinco o seis de la mañana y
lo primero que había que hacer era ir al Molino de Chavano, barrer el frente de la
plaza, sacar agua de la noria, almorzar e irnos a la escuela, pues antes era obligatorio entrar a las ocho de la mañana.
Así era de todos los días incluyendo sábados y domingos, con la modalidad que
todos los fines de semana había que limpiar el canal de irrigación para regar las
calles, plantas de ornato y de aguacate del solar de la casa… no fallaba.
Ufff qué tiempos aquellos que no se olvidan.
El premio era el permiso para ir al cine cada sábado.
En los años cincuenta del siglo pasado platicaba la gente de aquellos tiempos
que tan pronto principiaba a oscurecer escuchaban ladrar a los perros desde La
Loma de la Santa Cruz; cruzaba a lo largo toda la calle Hidalgo hasta llegar al
panteón de mi pueblo y ahí desaparecía el alma en pena de un personaje vestido
todo de negro y cabalgando sobre un brioso corcel que según los mirones le salían
chispas de las pezuñas, razón por la cual cada vez que pasaba esto las familias se
metían temprano a la casa, rezaban un poco y se acostaban con el crucifijo en la
mano, según para que Dios le mandara el descanso eterno y dejara de sufrir.
No sabemos qué pasaría, pero un buen día dejó de escucharse el lastimoso ladrido
de los perros y el misterioso cabalgante dejó de realizar sus nocturnos viajes.
¿Qué pasaría?
No lo sabemos pero según las pláticas de los viejos de antes aseguran que todo
esto dejó de pasar desde el mismo día que el Padre Isaías García, de muy grata memoria, al frente de un grupo religioso realizó la bendición de la referida calle y desde entonces el cabalgante dejó de pasar, los perros dejaron de ladrar y las familias lograron descansar.
Por supuesto el pueblo de Llera se alumbraba con una planta de energía eléctrica
que daba servicio desde las seis de la tarde hasta las doce de la noche previo “apagón” del cuarto para las doce de la noche, el comercio cerraba sus puertas y todo mundo a dormir salvo una que otra parejita que no se cansaban de hacerse el amor.
Así es como transcurría el tiempo, noche a noche e incluso cuando había baile en
la plaza, mismos que por cierto terminaban a las doce y cuidado andar en la calle a
esa hora porque entonces la Policía los metía a la cárcel y salían en libertad previa
multa de cinco o diez pesos según el daño y criterio del presidente municipal en turno.
Cabe destacar que la planta de luz era comprada en Puebla, si es que no estoy
equivocado, y así era hasta que el alcalde Eulalio Maldonado Martínez introdujo el
sistema eléctrico continuo, desde esa fecha Llera tuvo energía las veinticuatro horas
del día.
Por cierto, siempre había una comisión voluntaria que se encargaba de la compra de la planta y había una persona que tenía la obligación de mantenerla bien y lista para alumbrar cada noche la plaza, las calles del centro y también sus casas y comercios.
HASTA MAÑANA Y BUENA SUERTE.