Su especialidad, muy escasa en nuestro país, fue su carta de presentación. Afable, pero muy serio y estricto, Baur vio lejos, muy lejos.
“Yo llegué a México en un barco carguero por dos semanas, pero se me fue el barco…”. Es 1958. Regresaría a Alemania tres meses después, pero sólo para despedirse. México sería, por elección, su destino vital.
Descendiente de suabos —conocidos por su laboriosidad y austeridad—, Federico Baur —de 23 años— era especialista en tornos automáticos. Por su notable desempeño, la empresa en la que trabajaba, INDEX, decidió enviarlo a México para una breve estadía. Su especialidad, muy escasa en nuestro país, fue su carta de presentación. Afable, pero muy serio y estricto, Baur vio lejos, muy lejos. México iniciaba su industrialización. Por INDEX entró en contacto con otra empresa alemana, Argostal, y allí don Alejandro Oetling lo introdujo con clientes de los tornos. Según sus propias palabras, el país lo sedujo: gente dispuesta a aprender, gozosa, alegre. México le abría un espacio a su gran energía vital. Había mucho que hacer. Baur decidió echar raíces. Abrió su propia empresa, AFISA, que producía piezas para Singer (máquinas de coser) y tensores para guitarra. Así empezó todo. Cómo imaginar el emporio que estaba naciendo.
“No teníamos recursos ni capital de trabajo. Tampoco había para pagar los sueldos los viernes ni para materia prima”. Pero la seriedad de aquel hombre suscitó confianza. Sólo eso explica los múltiples apoyos que recibió. Cumplir a los trabajadores, clientes y proveedores con puntualidad religiosa le abrió muchas puertas. Junto con su compañera de vida, Sigrid Neuburger, fincaron una familia nuclear y una amplia, con sus empleados. La pareja vio por su alimentación, abriendo comedores, instalaciones deportivas, brindándoles servicios médicos, cuidando de las mujeres gestantes. Incluso afrontaron el sobrepeso con concursos en grupo: “kilotón”. El objetivo: donar kilos.
Tenacidad, mucho trabajo y visión de futuro convirtieron a la empresa, no sin dificultades, en proveedora de bombas y carburadores para la industria automotriz. De ahí a los componentes complejos, siempre con tecnología de punta. Así surgió BOCAR, hoy con alrededor de siete mil empleados y casi una decena de plantas y representaciones en EU y Alemania. BOCAR ya mira al coche eléctrico. La solidez tecnológica siempre le dio ventaja. Pero el éxito empresarial fue la consecuencia de algo más: los sólidos principios de Baur.
En el trabajo, don Federico seguía tres ideas rectoras que pueden parecer simples, pero que se convirtieron en toda una filosofía de vida: disciplina, orden y limpieza, DOL. Disciplina como guía personal, familiar y, por supuesto, en el trabajo. Orden mental que se plasma en todo, en el trato hacia las personas, pero también en el manejo de herramientas y máquinas; orden en las decisiones y compromisos corporativos. Sólo con orden se puede cumplir y crecer, orden para detectar fallas y carencias. Limpieza en los sanitarios y los sitios de trabajo, pero también en la contabilidad y finanzas. Cuentan que, a punto de cerrar la compra de una empresa, don Federico fue al baño, al regresar a la mesa suspendió la operación. Si así está el baño, cómo estará el resto.
En eso radicó la gran diferencia, las capacidades técnicas eran sólo una faceta, pero Baur iba mucho más allá, encarnaba un compromiso ético en el trabajo y también una forma de vida. El éxito profesional y empresarial no debía ser motivo para perder la sencillez y la austeridad cotidianas. Con ropa sencilla y un reloj Swatch, caminaba entre los trabajadores y platicaba con ellos para escuchar sus historias e inquietudes. La pareja, Sigrid y él, asumieron la enorme responsabilidad de garantizar empleos y ser guías. Así lo transmitieron a sus hijos.
Visión, trabajo, seriedad, austeridad y compromiso. Ojalá hubiera muchos más así.
Federico Baur, F.B., hombre de excepción. Lamento mucho no haberlo tratado. A la distancia, mi admiración. Descanse en paz.
PD. Ya habrá espacio para hablar de los amagos a jueces.