“Nomas no pongas mi nombre ‘porfas’ ¡o me corren!” dijo “Alberto” con una mueca que denotaba angustia y a la vez buen humor.
Alberto es un guardia de seguridad privada. Tiene mas de 19 años de experiencia en esto, pero admite que nunca deja de sorprenderse con cada cosa que lo toca observar.
Él, como muchos otros colegas suyos se enrolaron en esta chamba casi casi de último recurso.
El hombre de 52 años, bajo de estatura, muy moreno y con varios kilos de más fue parte de las fuerzas armadas en su juventud.
Cuando estalló el movimiento zapatista fue enviado a Chiapas a cumplir con la misión de contener al ejercito liderado por el sub comandante Marcos.
Lo que vivió en esa época fue, en sus palabras, decepcionante y aterrador. Alberto nació en “La Reforma” uno de los quinientos y tantos municipios que conforman el estado de Oaxaca.
De niño siempre simpatizó con la milicia y recuerda que jugaba con sus siete hermanos y un montón de primos a “las cargas”, es decir uno de ellos simulaba encender un cañón, otro golpeaba dos piedras y un tercero esparcía cenizas al viento.
Con los años Alberto se enlisto en el ejército y llegó a ser cabo. Dos veces solicitó su ingreso al curso para obtener el grado de sargento. En la primera ocasión no lo logró, pero en la segunda si.
El curso en el cual estuvo interno fue de lo mas agotador, pero finalmente obtuvo el grado de Sargento Segundo de Materiales de Guerra. Todo parecía marchar sobre ruedas para Alberto. Alberto formó parte del 17º batallón de Infantería del ejército mexicano en Zamora, Michoacán.
Sin embargo, fue en el fatídico año de 1994 cuando junto a otros batallones fueron enviados a sitiar el municipio de Ocosingo, Chiapas.
La tristemente célebre masacre que sucedió entre el 2 y 4 de enero de ese año caló duro en el corazón del oaxaqueño y presentó su baja, la cual le concedieron hasta 2 años después.
Alberto, ya en sus treintas, se empleó como policía municipal en varios municipios del Estado de México, sin embargo el terrible problema de corrupción al que se veía expuesto siempre terminaba por hartarle.
Ya un tanto ‘maduro’ (como él lo describe) conoció a una joven tamaulipeca que radicaba en Ciudad Nezahualcóyotl y contrajo nupcias en Tampico. El puerto jaibo lo sedujo y decidió echar raíces en ese lugar.
Pero la tragedia tocó a su puerta varios años después: su joven esposa murió al momento de dar a luz a su único hijo. Viudo y sin trabajo, Alberto trabajó en donde se pudiera.
Fue chofer de ruta, despachador de gasolina, vulcanizador y por último en una bodega de semillas.
Ahí fue donde conoció a su paisano y compadre “Rubén”, un guardia de seguridad. Rubén, oriundo de San Pedro Amuzgos, un municipio cercano a La Reforma animó a Alberto a emplearse como guardia. Así fue como el hombre se puso el uniforme.
Al principio, según cuenta, se ponía las aburridas de su vida, pues casi siempre le tocaba cubrir ‘puntos’ en las afueras de Altamira, en bodegas, patios y rara vez en instalaciones industriales.
Fue en el año de 2005 cuando una empresa de traslados de valores le ofreció chamba en la capital. Él aceptó. Y así, Alberto y su hijo y una nueva compañera de vida se trasladaron a Ciudad Victoria en los primeros días de 2006.
El oaxaqueño cuenta que casi en todos los lugares donde le tocaba trabajar establecía una buena relación con las personas y que en reiteradas ocasiones lo llegaron a considerar un compañero de trabajo más y no solo un guardia de una empresa externa.
Pero llegaría el complicado año de 2010 y el panorama se volvió negro. La inseguridad que la capital cueruda empezó a experimentar fue especialmente cruel con las personas que se dedicaban a la seguridad privada.
“Salíamos a trabajar y la verdad caballero que no sabíamos si regresaríamos a casa” cuenta Alberto a El Caminante. “A mi me mandaron a cuidar un rancho que esta sobre en la carretera a Monterrey, estaba ’24 por 24’, pero una ocasión estaba yo de descanso y resultó que mi compañero desapareció, no encontramos ni un rastro de el y el rancho fue saqueado” platica el hombre un tanto desconsolado.
“Luego pasó que unos guardias de otra empresa fueron baleados desde un auto en marcha y otro apareció muerto en un baldío. Mi señora me rogaba que dejara este trabajo y que le buscara por otro lado, pero pues yo quería de mínimo llegar a los quince años de antigüedad para ser liquidado y que me dieran algo de billete, pero pues ya después se calmó un poco y decidí quedarme” confiesa el guardia.
“Nosotros no somos policías, solo somos ojos que observan y hacemos el llamado a las autoridades, tal vez la delincuencia insista en vernos como un bando contrario y es por eso que varios compañeros han sido abatidos o ‘levantados’ este es un trabajo honesto, ojala sus lectores lo comprendan” expresa el hombre.
A Alberto le ha tocado lidiar con todo tipo de personas. Desde los clásicos ‘influyentes’ que se estacionan en lugares prohibidos frente a hospitales u oficinas, hasta los clásicos farderos que esconden desodorantes entre sus ropas en supertiendas.
“Hubo una señora que se quería robar una olla de lento cocimiento y llevaba la caja entre las piernas, y cuando yo le pedí que se detuviera porque ya me había dado cuenta, trató de correr y la caja se le cayó y tropezó con ella, ¡se puso un buen chingadazo!”
Pero los robos solo son una parte de las cosas que a Alberto le ha tocado observar. Una vez en una tienda del centro me toco descubrir a una chava “de piso” que se encerró a tener sexo con un cliente en los probadores de hombre.
Hasta el pasillo se escuchaba que estaban ‘teniendo lo suyo’ pero como yo conocía a esa muchacha fui y les toque la puerta despacito y le avise que les ‘habían puesto dedo’ para que no pasara una vergüenza… al rato salieron muy sordeados pero varios se dieron cuenta” relata Alberto.
El lugar que menos le gusta ser enviado es a los hospitales, especialmente al área de urgencias.
“Se siente refeo cuando ves ingresar a un conocido todo bañado en sangre o inconsciente, ahí me ha tocado ver a vecinos y conocidos cuando los trae la ambulancia, atropellados, acuchillados, o niños quemados, es muy triste pero uno debe enfocarse en lo suyo y pedirle a diosito que se salven” comenta el guardia.
Alberto es voceado y debe presentarse en una cierta área de esta empresa donde se encuentra hoy. Se despide y aprieta el paso. Sin embargo unos pocos minutos después retorna con una sonrisa.
Fue una falsa alarma, aunque se niega a contar de que se trató el asunto, “¡Ustedes los periodistas son bien chismosos!
Ya también me ha tocado lidiar con unos que quieren entrar a propiedad privada sin autorización, pero usted me cae bien, porque si conoce las ‘tlayudas’ oaxaqueñas” dice entre risas el morenazo.