Que yo sepa ese perro no es de los míos. Es un perro del dominio público. Lo abandonaron en la calle. Y de estar adentro, ahora que ya es grande y feo y que en esa casa ya no lo quisieron, nomás le pusieron «Firulais» y lo dejaron afuera.
Afuera llueve. Imagine usted al perro , flaco, llovido y con frío. Vaya manera de victimizarse. De perdido para la foto se hubiera puesto junto a un poste, para que su figura así no fuera tan absurda.
Un día llegó solo, él y su alma Y dio en el clavo porque en este barrio qué casualidad que no hay perros. Los que hay no son bravos. A los demás igual de corrientes, simples mortales se los llevó la perrera.
Así fue como lo vi pasar por la casa. Con su mirada perdida en otra parte pero viendo esta. Con sus pulgas y garrapatas desertando del barco, flacas, sin aceite y sin grasa.
Después me lo volví a encontrar en la esquina y como notó cierta debilidad en mi, cierta bondad en la cara… que me ladra. Así nomás porque le dio la gana. Vio el miedo que cargo de la vez que me mordió otro perro. Todavía recuerdo aquellos días, como si trajera en el aire una nalga y la otra la trajera el perro. Hasta que la mordida se me olvidó, pero la recuerdo cada vez que veo un perro, cada vez que me baño y me lavo la nalga.
Así el Firulais. En vez de provocarme lástima, me trajo un recuerdo tenebroso. El encuentro fue así más o menos, llenos de odio: Yo me acerqué mientras el Firulais se acercó temerario pelando los dientes en señal de vente. Sin diálogo. El mundo se oscurecía para ambos. No podíamos regresar el tiempo. Irnos así era culearnos, perder de todos modos. La gente se nos quedaba mirando, a mi no me engañan, entre el morbo querían que el perro me mordiera.
Me acerqué para hacer la finta y que el Firulais se fuera, que tuviera miedo como todos los perros. Pero el Firulais a pesar de lo miedoso que después es bien sabido que es, a mi no me tuvo miedo.
Ni modo de arrojarle una piedra. En ese instante eramos iguales. La gente podía enojarse en momentos en que debió apoyar al más débil, y el débil no era el firulais. Por poco pido auxilio. De alguna manera la estrategia del Firulais había funcionado y yo era el más asustado.
Por momentos quería sacarle al parche, irme por otra cuadra, pero me ganaba el orgullo. Me asomaba y el perro ahí estaba en la esquina y más cuando llevaba prisa y no tenía tiempo de dejar que me mordiera. Y ahí donde antes me caía gordo, ahora me daba lástima. Y sabía que el Firulais quería morderme con todo las fuerzas de su corazón, es más yo diría que hasta apostó su vida con ese propósito.
De una pedrada en la cabeza o en la panza pude haber hecho que el perro reconociera mi superioridad, pero así no fue la transa. Soy pacifista. Varias veces le hablé para entablar un diálogo de sordos, pero tampoco se pudo, más bien fue un diálogo de mudos. Un ministerio público en lo oscuro.
Todos los perros por más perros que sean tiene su lado humano; tal como los seres humanos tienen su lado casquivano y su perro ladrando.
Neutralizados de esa manera, ninguno de los dos podía moverse, ninguno podía ver al otro sin emocionarse. Ni uno ni el otro podría haber pedido perdón por el otro o por sí mismo, salvarse en ese instante.
El Firulais abrió las quijadas y las volvió a cerrar. Yo había levantado la guardia nacional para prevenir la mordida. Pero en lugar de ello vi que el Firulais se tiró un bostezo común para quien quiere fingir que le da igual.
Cuatro veces el Firulais me ha querido morder y me ha mordido. Otras veces le he lanzado piedras y he quebrado vidrios, por eso somos amigos.
HASTA PRONTO.