Pedro Cabrera, era en sus 20 años un mocetón macizo, despreocupado y juguetón. Trabajaba como obrero en Celanese, una empresa asentada en Río Bravo, Tamaulipas bajo el impulso del boom algodonero que tanta riqueza generó en la región. En esa factoría, -todavía en los años 70s- se limpiaba la fibra hasta dejarla reluciente de blanca y lista para incorporarse en gigantescas pacas al mercado internacional que estaba ávido de ese producto por las secuelas de la guerra de USA con Corea en los años 50s.
El joven, tenía largos y vigorosos brazos y un torso de búfalo producto de las pesadas jornadas de trabajo en esa empresa que exigía monumentales esfuerzos del trabajador para cubrir las exigencias productivas. No había por esas fechas montacargas. Con brillosos y agudos ganchos de acero, se manipulaban los enormes paquetes de algodón –de 150 o 200 kilos- para ser acomodados en camiones que marchaban hacia los puertos texanos y hacia empresas textiles mexicanas.
Era un hombre compacto, trabado.
Apenas rebasaba, el 165 de estatura. Usaba un fino bigote y un copete brillante por la vaselina, como la mayoría de los chicos de su edad. Vestía pantalón de mezclilla pegado al tobillo, calcetines blancos, mocasines Canadá y camisas de manga corta ajustada al cuerpo. Sus manos, eran unos mazos.
Pedro, era infaltable a los bailes de la Plaza Benito Juárez. Este sitio, era el lugar por excelencia de reunión de la juventud riobravense, los sábados y domingos. Y cómo no: tocaban los conjuntos musicales más famosos de la comarca, Los Hermanos Alfaro, el Dueto Estrella de Miguel Alemán, Los Hermanos Téllez, Los Cachorros y en ocasiones verdaderamente de lujo los Relámpagos del Norte. También hizo las delicias de la concurrencia un cantante del pueblo que tuvo la dicha de actuar de extra en varias películas al lado de Javier Solís y Antonio Aguilar: Rigoberto Rosales el Riobravense.
Los días de fiesta en la plaza, eran una delicia. Cientos de damas se sentaban al oriente de la pista y cientos de chicos, caminaban alrededor buscando a la mujer de sus sueños aunque sólo fuera para una noche de baile.
Algunas veces, la pretendida era la mujer equivocada. Se había hecho épica, la rivalidad entre dos colonias populares: la Cuauhtémoc y la Martínez –que posteriormente se autodenominó Morelos-. El error, era asediar a la chica del barrio ajeno.
Entonces afloraban los retos.
(Pedro, vivía en el Fraccionamiento Río Bravo pero era considerado –por su vecindad- oriundo de la Morelos).
Cabrera, jamás perdió un desafío. Su acerado cuerpo, su indómito valor y sus manazas de roca, hicieron caer a decenas de rivales. Jamás alguien ni por equivocación sacó un cuchillo, navaja o pistola. Eran enfrentamientos, que finalizaban con un apretón de manos.
-Al único que le tenía miedo, era a tu hermano Pedro-, confesaría algunos años después Nicolás Cuéllar, otro gladiador callejero que dio fenomenales espectáculos en la Plaza Juárez.
(Cuéllar, casi 3 décadas después, -2014- vio coronarse en el boxeo profesional a un sobrino nieto suyo –la Panterita Figueroa- como campeón mundial).
Un día Pedro, tuvo un diferendo en la pista con otro danzante. Se hicieron de palabras. Intercambiaron insultos. Y el obligado colofón: madrazos.
El retador de Cabrera, era un chavo delgado, estilizado, cintura de lince y espalda de cargador. Pelo hirsuto, indomable para cualquier cosmético capilar. Antes de iniciar la refriega, se despojó de su camisa. A través de la playera, se dejó ver un cuerpo delineado en el gimnasio. Le sacaba algunos 10 centímetros al obrero de la Celanese.
Pedro entregó su camisa a un seguidor. Y se puso en guardia.
El contrincante, se movía con pasos de bailarín. Dejó ver un jab como pistón que lastimaba el rostro de Cabrera. Los derechazos de Pedro, en su mayoría se perdían en el vacío con los finos movimientos de cintura del desconocido.
Casi un centenar de espectadores, desde un círculo paladeaban en encuentro.
Por más de 20 minutos los dos lanzaron sus mejores golpes. La playera de Pedro tenía gruesas franjas escarlatas; igual la camiseta del desafiante. La nariz de ambos, eran copiosas fuentes y las cejas de los dos estaban abiertas y sangrando.
En lo más trepidante del espectáculo, llegó la policía.
-¿Qué pasó Pedro..?-, dijo el Comandante.
“Nada de qué preocuparse..”, dijo Cabrera.
Los combatientes, se dieron la mano.
Muchos de los mirones, aseguraron ver ganar a Cabrera. Otros tantos, aseguraron que había salido victorioso su escurridizo rival.
Tres días, después, el Consejo Mundial de Boxeo, dio a conocer su ranking mundial: Roberto Kid Rubaldino, reynosense, estaba en el tercer sitio, al lado de auténticos fenómenos universales del cuadrilátero.
Era a quien Cabrera, había enfrentado con dignidad y decoro en la Plaza Juárez de Río Bravo.
Nunca –ni en la Cuauhtémoc, ni en la Morelos-, volvió a ser desafiado el invicto manos de roca Cabrera…