7 diciembre, 2025

7 diciembre, 2025

Habitación de un extraño migrante

Crónicas de la calle

Soy migrante y esta es mi casa. No me pregunten por qué la llevo a todas partes, tal vez porque no la he querido dejar en aquella que dijeron fue mi casa, pero aquella no era mi casa, sino un montón de piedras juntas y pegadas unas con otras.

Quizás ahí queden unos palos, unas varas, un tejado de lámina, un gobierno, una sirena y una ambulancia, una escarcha de arena en un pedazo de tierra no sembrada. Y sin embargo casa es esta cáscara que llevo pegada.

Soy la casa con una casa y un árbol con greñas como ramas endurecidas sin hojas, sin patio donde abandonar los juguetes que no existieron. Casa es esto que hago con las manos hasta ponerlas en alguien o en algo hasta construir una barda o tumbarla con un marro.

Cada paso que doy es un nuevo país que me exilia y me edita, cada paso me asilencia y al mismo tiempo me invita. En el aire los pies son un viaje en aeroplano, un aterrizaje perfecto en el suelo.
Me avisan cuando hayamos llegado.

Este es mi único país y dicen que no es cierto, que soy parte de una masa engañada y deforme. Y eso es verdad cuando me miran de lejos con el uniforme de pobre, como la cizaña que crece en el monte y que por extraña razón se ha hecho muy popular entre los fotógrafos.

Migrante como todos, no estoy donde hace rato estaba. Porque adelante llevo los sueños, me he movido para tocarlos, para volver realidad una de esas miradas que me vieron.

La idea es cruzar el océano, el disfrute de los acontecimientos repentinos, las puras ganas de ver otros paisajes, los descansos a zapatos quitados, los calcetines agujerados, la camiseta con el continente americano en la espalda, el sudor ajeno en otro que lo sudó. La risa que sobrevive al polvo y a la humedad de la intemperie cuando no hay a dónde llegar.

Van conmigo los que por su voluntad van y los renegados. Esperé a los que se habían quedado y dejé que se adelantaran los desesperados. Aprendí eso del viento una tarde, no recuerdo cuando, seguramente durante uno de mis largos viajes a una isla, antes de irme a dormir por supuesto.

A pie busco la sombra, en la soledad busco la compañía de otros y otras que no me buscan. Busco al que vi desde niño para decir que lo espero ya grande y muy fuerte. Busco esa parte que soy de mi padre migrante, que hizo las maletas un poco antes de que se inventaron las calles.

Con el tiempo a esta casa que llevo en las manos se le cayeron las puertas y las ventanas, tuve que hacer otras más amplias para que cupieran todas las ciudades con todas las historias que se me ocurrieron. Las digo ahora como quién canta desde los pies que corrieron y se deshicieron entre el polvo de los esteros.

Hay migrantes que añoran su casa, sin ver que la llevan. El frente de mi casa son ahora los carros interminables que pasan despiadados, la soledad que se quedó a vivir abajo de la cama, el ruido intermitente de la vida, la mirada a veces perdida y encontrada en otra parte. Mi casa es también la mirada que vuelve a ver los muebles, a escuchar al perro que ladra y las canciones más cercanas y el llanto raspando el hambre de la panza. 

Un día me quedaré en la casa vacía entre los escombros de los trenes, los aviones, los carros, los autobuses, los bares y los cantinas del viaje. He pedido un café, o mejor un tequila doble
Soy migrante sabe, en un momento estaré en otra parte. No me iré sin pagar. No se preocupe por mí, abajo de estas ropas tristes llevo mi verdadero traje. Y si es que no me alcanza la vida para pagarle, señor Rigoberto, dígame dónde están los trastes para lavarlos…ya estoy acostumbrado.

HASTA PRONTO.

Facebook
Twitter
WhatsApp

DESTACADAS